Escena: Fin de temporada 2014-2015

Repaso a las mejores obras teatrales que hemos podido disfrutar en las salas madrileñas

Escena de InvernaderoLa burbuja teatral en Madrid no para de hincharse, uno ya es incapaz de contar cuántas salas se abren y en cuántos lugares se monta una obra buscando llamar la atención de un público que ya no sabe dónde acudir, y que no se puede repartir más. Si no se adopta una estrategia efectiva (debe pasar por la pedagogía, por construir nuevos espectadores) el pastel no va a dar para tanto. Pierden los actores en sus derechos laborales y pierde el teatro en esa complacencia por agradar y buscar el éxito a cualquier precio. El filtro se ensancha y muchos textos se representan de cualquier manera. Otro tema que las pequeñas salas no deberían dejar pasar por alto es la comunicación. Cómo esperan que un ciudadano cualquiera acuda a las diversas sesiones con esas páginas web que se gastan y que ofrecen una imagen tan negativa y, a veces, tan confusa de lo que podemos esperar ver. En fin, es un asunto complejo. La subida del IVA ha sido “asumida” y ahora uno debe aguzar la intuición para no llevarse sorpresas desagradables. Ya casi no te puedes fiar de nadie. Mientras, aquí en El Pulso, seguimos ofreciendo humildemente todas las recomendaciones posibles sin olvidarnos de la crítica más persuasiva. Esta temporada, el Teatro de La Abadía es el espacio que vuelve a ganarse nuestros máximos respetos después de unos años un tanto flojos y dubitativos. La programación que acaban de completar ha conjugado lo clásico, lo moderno, las novedades y, algún que otro riesgo acertado. La primera grata sorpresa llegó con El principio de Arquímedes de Josep Maria Miró, todo un juego de perspectivas en una piscina pública. Luego vino Hacia la alegría, el arrebatador monólogo interpretado por Pedro Casablanc. José Luis Gómez recuperó muy convenientemente los Entremeses de Cervantes y Mario Gas se marcó un alucinatorio Pinter con su versión de Invernadero. Aunque el plato fuerte llegaría con tres obras del Teatro de la Ciudad: Medea, Edipo Rey y, sobre todo, Antígona.

Escena de RinoceronteEn el Centro Dramático Nacional, comenzando por su ciclo «Una mirada al mundo», salvó los muebles la Ilíada que dirigió Stathis Livathinos; ya que Medida por medida, versionada por Declan Donnellan, no alcanzó las cotas de sus otros montajes. La sangre de Antígona destacó principalmente por la escenografía más que por el texto. Mientras que Testamento y Gasoline Bill resultaron un tanto patéticas. Tuvimos un nuevo y lisérgico Sanzol con La calma mágica (también la inesperada muerte de Aitor Mazo meses después). El juego del amor y del azar de Marivaux mejoró en las manos estetas de Flotats. Uno de los mayores despliegues escenográficos y técnicos vino de la ambiciosa puesta en escena de Pandur con su Fausto. De lo mejor que pudimos contemplar en el María Guerrero fue Rinoceronte con la dirección de Ernesto Caballero, con una interpretación de Pepe Viyuela extraordinaria. Entre los jóvenes creadores, me gustó mucho La ciudad oscura de Antonio Rojano, un thriller con un ritmo descomunal. Por último, recordar La trilogía de la ceguera por su ambición (reseñada para El Pulso por Rocío Cuevas). En cuanto al Español, en plena fase de transición con la llegada de su nuevo director Pérez de la Fuente, pues tuvimos de todo. Pequeñas obras como Los nadadores nocturnos de Carlota Ferrer o Desde Berlín de Andrés Lima oxigenaron el ambiente. Luego, Cuando deje de llover apabulló con una de las puestas en escena más destacadas de lo visto en Madrid esta temporada (después se confirmó con los premios Max). Se levantó el patio de butacas para que Vargas Llosa pudiera pasear sus Cuentos de la peste y se representó por primera vez la recuperada obra de Lope de Vega, Mujeres y criados. Pero la controversia explotó con Arrabal y su visión cervantina de las mujeres de hoy en día, Pingüinas, con la dirección de Pérez de la Fuente, pese a todo lo comentado aquí y allá, me parece la mejor obra teatral de la temporada (cuando pase el tiempo, ya veremos). Del resto de espacios públicos es destacable en los Teatros del Canal, Lluvia constante con la interpretación de Peris-Mencheta y Roberto Álamo, El asno de oro, la inmejorable elaboración del clásico de Apuleyo por parte de «El Brujo» y Daisy, la obra de Rodrigo García en la que se percibe mayor cohesión de sus materiales predilectos. En el Fernán-Gómez, Our Town, dirigida por Gabriel Olivares, mostró buenas maneras dentro de un estilo verdaderamente sencillo. Pero, aún, hemos tenido más. En la Cuarta Pared también han pergeñado una buena lista de obras, desde las grandiosas recuperaciones de Sé de un lugar y La fiebre, hasta las muestras dentro de su ciclo de investigación teatral, entre las que sobresalieron Los impostores y Líbrate de las cosas hermosas que te deseo, pasando por la fantástica actuación de Carolina Lapausa en Las neurosis sexuales de nuestro padres. Descubrimos la sala El umbral de primavera y allí disfrutamos con La mujer y el debutante. Tampoco hay que olvidarse del Pinter que se marcaron los de Tribueñe con su Regreso al hogar. Desgraciadamente, desde hace un par de años no he conseguido asistir a ninguna sesión en la que no sonara nuestro intrínseco apéndice móvil. Ver a la Machi petrificada hasta que finalizara la sinfonía o a Andrés Lima postrarse impertérrito hacia la platea por la misma razón llega a ser enervante. Me niego a que estas sean las palomitas y el refresco del cine. Esto es teatro y todavía los seres que se suben al escenario son de carne y hueso, respiran y huelen, sudan y gritan. Están ahí para agitarnos mientras nuestra memoria se guarda solícita en unas láminas de silicio yerto. ¡Qué ganas de volver a empezar!

Este artículo fue publicado originalmente en El Pulso el 9 de julio de 2015.

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