Carmen Machi se transforma en Creonte para ofrecer una perspectiva inédita del clásico griego

La tragedia de Sófocles expone la dialéctica entre la ley y la familia, aunque el verdadero trasfondo es la religión. Nunca debemos olvidar que en la antigua Hélade la creencia en diversos dioses y supersticiones formaban parte preeminente de aquella sociedad. A veces se cae en el error de pensar en los griegos como ilustrados racionalistas. Hasta qué punto el derecho que construye la política de Tebas está comandado más por el deseo de los dioses que por una reflexión acerca de la justicia. Antígona ha escuchado dictar a Creonte, nuevo rey de Tebas, la norma que impide enterrar con honores a Polinices, hermano de aquella, por traicionar a su patria. Pero las creencias, el respeto y la honra fúnebre impulsan a la protagonista a incumplir tal dictamen. La tradición, la familia y la religión por encima de la patria, el derecho y la justicia. Otro tanto podemos afirmar del propio Creonte, cuando su hijo Hemón, prometido de Antígona, suplica el perdón de su madre (en esta versión); y, cuando, además, Tiresias avanza premonitoriamente el desastre si no cede a tal petición. No es solo la familia, también son los oráculos, los dioses. En la versión de Miguel del Arco encontramos dos grandes aciertos y una multitud de sutiles detalles que pergeñan una función concisa, emocionante y plausible. Situar a Carmen Machi en el papel de Creonte, transformando a este en mujer, cambia la perspectiva de la obra radicalmente. Ahora tenemos a una madre que sufre por sus hijos, por aquellos que han salido de su vientre y, encima, debe ejercer el poder en Tebas. La Machi juega con nuestras sensaciones modulando las tiranteces de la tragedia; ascendiendo, embebida de poder, y descendiendo hasta la máxima pesadumbre. Un personaje absolutamente complejo. El otro acierto es el escenográfico que, gracias a la labor de Eduardo Moreno, Alejandro Andújar y Beatriz San Juan, se logra que una esfera flotante convoque cada uno de los símbolos necesarios: Apolo, como dios vigilante del orden y la armonía; la cueva, donde Antígona es encerrada; el peso de la ley y hasta el propio oráculo. El dramaturgo conjuga estas dos innovaciones con sus señas de identidad: el baile, en este caso acompasado con el coro, y el movimiento coral dentro de la escena (aspectos ambos que ya trabajó en el Misántropo, la temporada anterior) que Antonio Ruz ha dirigido. Miguel del Arco cuenta con unos actores que conoce perfectamente y a los que sabe exprimir hasta lograr que todo fluya de principio a fin. Manuela Paso, como Antígona, mantiene ajustadamente el equilibrio entre la delicadeza que muestra su cuerpo y la fuerza que requiere para enfrentarse a Creonte. Ismene, interpretado por Ángela Cremonte, expele su desgarro generosamente, sobre todo en ese diálogo inicial con su hermana. Funciona, como ya se ha afirmado, ese trabajo coral con los corifeos Santi Marín y Silvia Álvarez, a los que se une el guardia José Luis Martínez, con una labor física y vocal importante. A su vez, Cristóbal Suárez, acoge a un Tiresias en su constante cripticismo premonitorio. La enorme labor interpretativa de Raúl Prieto, como Hemón, permite que esta Antígona alcance el súmmum trágico en el punto final. Antígona cumple extraordinariamente con los planteamientos iniciales del grupo que han formado en el Teatro de la Ciudad: innovación, intervención escénica, actualización de temas universales y una expresión dramatúrgica de un elenco y un director que han vuelto a demostrar su buen hacer.
A partir de la obra de Sófocles
Dirección y versión: Miguel del Arco
Reparto: Manuela Paso, Ángela Cremonte, Carmen Machi, Santi Marín, Silvia Álvarez, José Luis Martínez, Raúl Prieto y Cristóbal Suárez
Música: Arnau Vilà
Diseño de escenografía: Eduardo Moreno, Alejandro Andújar y Beatriz San Juan
Diseño de iluminación: Juanjo Llorens
Diseño de sonido: Sandra Vicente y Enrique Mingo
Diseño de vestuario: Beatriz San Juan
Vídeo: Eduardo Moreno
Coreografía: Antonio Ruz
Teatro de La Ciudad
Hasta el 20 de junio de 2014
Calificación: ♦♦♦♦♦
Texto publicado originalmente en El Pulso.
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