La fiebre

Israel Elejalde nos regala el despertar moral de un hombre que se horroriza ante la pobreza

LaFiebreLeer El Capital puede, si eres capaz de abstraer las nociones básicas, incitarte a cambiar la mirada sobre un mecanismo que lleva varios siglos aprendiendo de sí mismo. Viajar a los lugares donde la pobreza huele, molesta y hiere puede lograr que te caigas del guindo de una vez por todas. La fiebre, el monólogo que escribió Wallace Shawn en 1991 tras su experiencia personal visitando ciertos países depauperados de Centroamérica, es tramposo para el espectador y requiere una interpretación pertinente. Si lo escuchamos como una especie de discurso político vehemente y confesional, entonces su maniqueísmo nos puede pillar desprevenidos y, entonces, nos podemos quedar con esos mensajes tan simplones sobre pobres y ricos, sobre lo malos que son los bancos, sobre lo injusto de la historia y, sobre todo, con soluciones infantiles como la conversión del protagonista en menesteroso profesional (aunque esto casi lo afirme en estado de shock ético). Si, por otra parte, lo tomamos como un ejemplo de estadounidense que se desploma del caballo camino a Damasco, entonces estaremos ante el inicio de una pequeña esperanza. Aunque en el texto no se observa una crítica directa a su país o a los procedimientos de su política, sí encontramos referencias a Marx, a su obra magna y, dentro de ésta, al capítulo referido al fetiche —uno de los conceptos más sugerentes y modernos del viejo Moro—. El protagonista descubre, de repente, con sus casi cincuenta tacos, que cada producto manufacturado ha sido pergeñado por decenas de manos pertenecientes a individuos sin identidad y con mucha hambre, y que ellos están ahí, insertos como valor social. Sorpresa. Contemplar a Israel Elejalde en otra de esas magníficas actuaciones, con esa naturalidad y esa capacidad para imprimir diferentes ritmos sin cometer el más mínimo exceso, ya justifica la función, pero si además somos lo suficientemente orgullosos como para rebelarnos ante un personaje que es la muestra palpable de que la clase media americana recibe unas dosis de información tan falaz, y que ha vivido durante tantos años en la inopia, entonces nuestra visión crítica se enfervorizará con verdaderas ganas por parar la obra e interpelarlo mientras vomita en el precioso baño de un inmejorable hotel en el que se disfrutan helados deliciosos mientras se oyen a lo lejos, muy lejos, los disparos de una guerrilla. Qué poco vomita, después de todo. Elejalde nos obsequia con un vino en el hall de la Cuarta Pared a modo de captatio benevolentiae y después nos adentramos (la importancia de los detalles en pleno boom del off teatral). El montaje contiene un sutil y efectivo trabajo de iluminación a cargo de Juanjo Llorens; además, unos efectos de vídeo que acentúan la ironía que destila en ocasiones el monólogo, también contribuyen a dulcificar lo que de arisco que pueda contener. Pero quien, sin duda, ambienta e hila esta historia es Irene Rouco junto a su violonchelo y a un par de frases realmente adecuadas. Por lo visto, el señor Wallace Shawn, de cuyas capacidades artísticas no tengo la menor duda ni, incluso, de sus valores, se dedicó a representar su creación en los acristalados lofts neoyorkinos de sus amigos ricos como catártica labor evangelizadora y paulina bohemian-chic. El otro día ya me referí de alguna manera a esta actitud inevitablemente snob de los intelectuales americanos cuando hablé de Joan Didion. No me quiero repetir, que me suben los grados. Si el espectador adopta la escéptica mirada conveniente (el público de este espacio sabe adónde va) encontrará un espectáculo interpretado por un actor tranquilo, satisfecho de su labor y con la soltura de aquellos que no buscan epatar constantemente; música de Bach y de Haendel en directo, estamos hablando de un esteta en Manhattan; un texto que literariamente es valioso: giros temporales, autopsicoanálisis, ironía e ira, diálogo y sueño, confesión emotiva y crítica, muchas preguntas retóricas que vislumbran el buen camino aunque, insisto, no el fin, cuidado. Él padece la fiebre en el despertar moral y nosotros la ferviente agitación de aquellos que viven cerca de la pobreza sin estar en ella y que nos convierte, eso es así, en otro fetiche más.

La fiebre

Texto: Wallace Shawn

Dirección: Carlos Aladro

Reparto: Israel Elejalde

Violonchelo: Irene Rouco

Iluminación: Juanjo Llorens

Sonido: Sandra Vicente – Estudio 340

Vídeo: Natalia Moreno y Jerónimo Carrascal

Vestuario: Ana López

Cartel: Cecilia H. Molano

Producción: Israel Elejalde, Teatro en Tránsito y Kamikaze

producciones

Sala Cuarta Pared (Madrid)

Hasta el 27 de junio

Calificación: ♦♦♦♦

Texto publicado originalmente en El Pulso

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6 comentarios en “La fiebre

  1. Vas a incluir aquí algunos del Pulso por lo que veo, la verdad es que puedes poner todos los que has publicado allí y tener el historial completo…

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  2. Pingback: Hamlet | kritilo

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