Julián Fuentes dirige esta obra de Andrew Bovell que rezuma realismo mágico y enseñanzas familiares
No solo heredamos unos genes con una información muy precisa de nuestros ancestros, sino que además debemos cargar con la noción de raíz allá donde vayamos. El suelo, el cuadrilátero rodeado por las gradas de espectadores, configura un territorio humano determinado por el árbol genealógico y la peculiaridad de sus ramas: unas florecientes y alguna que otra putrefacta y pendiente de poda. Cuando deje de llover comienza con todos los personajes intentando escapar de la lluvia, pero la tromba es incesante y los paraguas chocan entre sí. En ellos se condensa el tiempo en un espacio indeterminado. Un aquí y un ahora, un aleph borgiano. Todos viven enlazados por las acciones directas de sus antepasados. Conocemos a dos familias, principalmente, en diferentes momentos de sus vidas. También los destinos de sus hijos. Desde 1959 a 2039. Huele a realismo mágico cuando un pescado cae de improviso del cielo (en el futuro apocalíptico y diluviante que se avecina la extrañeza estará en la propia existencia de los peces). Rezuma a Cien años de soledad mientras los York y los Law discurren acompañados de sus fantasmas. En un baile de analepsis y prolepsis, saltamos del futuro al pasado con paradas intermitentes en nuestra época. Los personajes se manifiestan en sus miedos y ambiciones con un lenguaje intencionadamente redundante y que pretende establecer una cohesión textual con cada una de las piezas. Es precisamente en el lenguaje donde vamos configurando la trama discontinua, donde vamos encajando cada una de las teselas. La ausencia, la memoria y la nostalgia se citan en los diálogos de cada fragmento. Desde Londres viaja Henry Law, interpretado por Pepe Ocio, hacia Australia para dejar atrás su oscura perversión. Años después, su hijo, Gabriel Law irá en su busca y allí se encontrará con Gabrielle York. Únicamente es el tronco en el que se engarzan las demás ramas de formas muy diversas.
La propuesta coral y las conversaciones, muchas de ellas cotidianas, producen un reparto casi equitativo de los protagonismos, aunque es cierto que Ángel Savín lanza la historia en un largo monólogo desde el futuro con un tono entre bonachón y complaciente que invita a descubrir por qué su hijo, Andrew Price, interpretado brevemente por Borja Maestre, lo ha llamado después de veinte años. Todos los actores contribuyen a la coreografía en la que se desplazan junto con los diversos elementos: unas mesas que se van trasladando a cada una de las esquinas, una cocina, unos percheros… Un movimiento en espiral, como una galaxia repleta de planetas (igual que la referencia que se hace a Saturno, devorador de sus hijos) que parece dispuesta al desplazamiento perpetuo. Como siempre, Susi Sánchez expone su clara dicción al meterse en el papel de Gabrielle York ya madura ofreciendo una inmejorable interpretación. Andrew Bovell ha creado un magnífico texto repleto de resonancias y quiebros sobre los espíritus que enmarcan a las familias. Quizás, en su afán de encajar absolutamente todas las piezas, se ha pasado de la raya. La maleta final creo que sobra y no parece razonable que todo un buen lector como Gabriel York no conociera L´Encyclopédie de Diderot. Al final, uno redunda en la idea de que las raíces no dejan suficiente libertad para volar hacia otros territorios; si no se cortan a tiempo, te arrastrarán hacia los vicios de origen eternamente.
Autor: Andrew Bovell
Dirección: Julián Fuentes Reta
Traducción: Jorge Muriel
Reparto: Ángel Savín, Consuelo Trujillo, Ángela Villar, Felipe García Vélez, Susi Sánchez, Pilar Gómez, Jorge Muriel, Pepe Ocio y Borja Maestre
Escenografía y vídeo: Iván Arroyo
Vestuario: Berta Grasset
Iluminación: Jesús Almendro
Música original: Iñaki Rubio
Teatro Español – Naves del Matadero (Madrid)
Hasta el 21 de diciembre de 2014
Calificación: ♦♦♦♦♦
Texto publicado originalmente en El Pulso.
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6 comentarios en “Cuando deje de llover”