El famoso film de Hitchcock se traslada a las tablas del Teatro Fígaro, de Madrid, en pos del crimen perfecto
La película que todos recordamos de Alfred Hitchcock siempre redundó con su propuesta entre magnificarla por las habilidades técnicas (el maestro hizo todo lo que pudo para que diera la sensación de que estaba rodada en tiempo real, aunque materialmente fuera imposible en aquella época) o, por el contrario, infravalorar el discurso macabro y eugenésico que se disponía a esbozar. Está claro que la obra de teatro debe ser otra cosa. Aquí no existe esa doble subjetividad del punto de vista (Hitchcock nos arrastraba constantemente con la sucesión de planos-secuencia, mientras nosotros intentábamos poner nuestra inteligencia a la hora de descubrir otros resortes en la imagen), aquí se pierde el movimiento de cámara y eso provoca estatismo en una cena que está destinada al fracaso por incompatibilidad de caracteres; si, además, le quitas el personaje de la señora Kentley (y algún actor más), entonces, debes acelerar el ritmo para que no se amalgamen los silencios. Y esto ocurre en el trabajo que nos presenta Nina Reglero. Se echa de menos algo más de movimiento entre los invitados a la cena, más chispa, cierta alegría a pesar de la tensión que se va respirando. Desde luego, La soga es una obra donde prima esencialmente la labor actoral; es su sobreactuación la que debe desencadenar los acontecimientos finales. Y aquí los actores se han visto sometidos a diversas exigencias. En general falta cierta sintonía propia de los primeros días, pequeños fallos como la confusión de los nombres y alguna actitud dubitativa. Nada que el rodaje no vaya a subsanar. Los que son más difícilmente subsanables son los anacronismos que la adaptación de Jesús Martínez ha decido incluir en su versión. La presencia de móviles y el vestuario nos sitúan en la actualidad, pero ciertas conversaciones, fundamentalmente de cine, apuntan en otra dirección. Parece que la cartelera se ha quedado anclada a los finales de los 40 (James Mason aún estrena películas y existe devoción por Errol Flynn). Acerca de las incorrectas apropiaciones de la filosofía nietzscheana es mejor considerarlas un tópico inextricable de la historia occidental. La obra está comandada por Kiko Gutiérrez, al que le faltaría cierta sobriedad para compensar su azoramiento frente a su antiguo profesor, Rupert, el cual, Aníbal Soto, interpreta con soltura. El otro coprotagonista es Markos Marín, que es quien ha logrado tomar el pulso a su personaje de la manera más concisa. Baraja una buena sarta de emociones a lo largo de la función, sin separarse de ese pensamiento de culpa que le corroe la conciencia. Se les suman Julián Teurlais que aporta los toques más humorísticos, Inge Martín, la única mujer, una chica superficial que sabe que David (el finado) es un buen partido (en ese tono se mueve). Finalmente, Mariano Venancio, como Sr. Kentley, con esa forma de actuar tan natural y cómoda, completa el elenco. La escenografía ha sido diseñada por Dionisio Alonso, una terraza de verano con algo de glamour a la que se le puede poner como pega que el famoso arcón en el que han escondido al cadáver fuera un poco más grande para ganar en credibilidad. Por lo demás, si no tenemos artificios cinematográficos sí que poseemos una historia llega de psicología y enseñanza; precisamente aquella que en su día ofreció a los muchachos el profesor Rupert Cadell. Para él es todo un descubrimiento encontrar su pequeño germen acerca de los seres inferiores entre teórico, sarcástico y provocador convertido en una declaración de intenciones asépticas y de perversiones asesinas. La soga puede ser un divertimento mordaz, pero esconde ese hálito por cometer el crimen perfecto en el marco de las bellas artes.
de Alfred Hitchcock
Dirección: Nina Reglero
Adaptación: Jesús Martínez
Reparto: Mariano Venancio, Aníbal Soto, Kiko Gutiérrez, Markos Marín, Inge Martín y Julián Teurlais
Iluminación: Alberto Santamaría
Escenografía: Dionisio Alonso
Vestuario: Raquel Iglesias
Teatro Fígaro (Madrid)
Hasta el 29 de agosto de 2015
Calificación: ♦♦♦
Texto publicado originalmente en El Pulso.
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