Suben al escenario tres de los más célebres entremeses de Cervantes, cuatrocientos años después de su publicación
Regresa José Luis Gómez con la selección de tres de esos Ocho entremeses nuevos nunca representados que se editaron junto a las comedias en 1615. La propuesta une las tres piezas mediante la ilación musical y los bailes con los que el elenco mantiene viva la acción dramatúrgica. La limpieza del escenario, con un árbol en el centro, lleno de simbolismo, rodeado todo ello de los cachivaches, el atrezo, la vestimenta, unas sillas y, sobre todo, el instrumental necesario para la ambientación musical y los efectos sonoros que apuntillan las situaciones (portazos, chirridos de puerta, tormentas,…) de los que se encarga fundamentalmente Eduardo Aguirre de Cárcer, que además actúa y toca diversos instrumentos. Todo parece un patio andaluz predispuesto al jolgorio. Penetran los actores hacia el escenario con el sonido de los pájaros. Comienzan las primeras coplas y después se da paso a La cueva de Salamanca. Al igual que en el resto de entremeses, el engaño se plasma como un juego de ingenios. En este caso, un avispado estudiante salmantino prepara una invocación espiritual para hacer pasar a los amantes de la señora y la criada por diablillos frente al marido. En El viejo celoso, la treta viene por aseverar un acto de adulterio con tal seguridad que pasa por burla. De otra manera, en El retablo de las maravillas, como hiciera Don Juan Manuel en El conde Lucanor, se hace creer a unas gentes que verán cosas sorprendentes en un lienzo en blanco si en verdad son hijos legítimos o poseen pureza de sangre. Evidentemente, cada uno de ellos finge ver aquello que se le «induce» a ver. Así las tres historias van transcurriendo fluidamente entre ingenios, sátiras y burlas, con la música y el folclore, y, sobre todo, con unas actuaciones que necesariamente deben ser espléndidas para sacar partido a estas obras destinadas al entretenimiento, pero que esconden más enjundia de la que pudiera parecer. De entre un elenco magnífico y satisfactoriamente dirigido, destacan, aún más, Miguel Cubero e Inma Nieto. El primero vive desde el inicio con tal intensidad que sus gestos, sus movimientos y todas sus capacidades interpretativas para meterse en la piel del estudiante y para ser el inductor del engaño en El retablo…, que cuando reposa se lo ve asintiendo, vivaracho y enormemente entregado cuando canta y baila. Fantástico. Mientras, ella, cuando interpreta a la criada en El viejo celoso, borda el papel ocupando el espacio con su agilidad y su verborrea ingeniosa. El resto, indudablemente, contribuye al dinamismo de las acciones. Luis Moreno, en su papel de viejo celoso, con sus andares, cachavas en mano, parece un animal peligroso dispuesto a devorar a su mujer, Elisabet Gelabert que se muestra muy picarona. Por su parte, Julio Cortázar aparece muy predispuesto y divertido, igual que Javier Lara, en una pareja versátil en la primera pieza. También Palmira Ferrer funciona muy bien como criada. Finalmente, José Luis Torrijos, además de interpretar a un Pancracio (en La cueva de Salamanca) muy creíble, en el festivo bis con el que termina la función es, sin duda, el más animoso. Indudablemente, revisitar estos clásicos es fundamental; en Cervantes siempre hay más de lo que parece. Debajo de las tretas picarescas se esconde una crítica a una sociedad aún supersticiosa y crédula.
Autor: Miguel de Cervantes
Dirección: José Luis Gómez
Reparto: Julio Cortázar, Miguel Cubero, Palmira Ferrer, Javier Lara, Luis Moreno, Inma Nieto, José Luis Torrijo, Elisabet Gelabert, Eduardo Aguirre de Cárcer y Diana Bernedo
Músico: Eduardo Aguirre de Cárcer
Música: Luis Delgado
Escenografía: A partir del diseño original de José Hernández
Vestuario: María Luisa Engel
Iluminación: Juan Gómez Cornejo
Arreglos de coplas y refranes: Jesús Domínguez
Teatro de La Abadía (Madrid)
Hasta el 15 de febrero
Calificación: ♦♦♦♦
Texto publicado originalmente en El Pulso.
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