Rubèn de Eguia sobresale como Arlequín en esta obra de Marivaux dirigida por Josep Maria Flotats
Cuando uno acude a ver una obra promovida por Josep Maria Flotats, sabe que la calidad estará por supuesta y que los detalles cuidados al máximo depararán una noche de teatro genuina. Para esta ocasión el dramaturgo elegido es Marivaux (1688-1763) y su obra El juego del amor y del azar. Volvemos al XVIII, al neoclasicismo y a ese mundo francés que tanto le gusta al director, como pudimos comprobar no hace mucho con Beaumarchais o La cena. El afán por cumplir con la máxima horaciana del docere et delectare (enseñar y deleitar), conlleva en la literatura neoclásica una reducción de las complejidades argumentales y de los líos casi inextricables de obras shakesperianas como La comedia de los errores o Noche de reyes. Aquí, sencillamente, hay un juego (doble) de intercambios. Los criados hacen de amos y viceversa; todo ello para ubicar a los futuros novios en una situación de voluntaria desventaja. Si nos quedáramos únicamente con los señores, si ellos llevaran la voz cantante, ciertamente el deleite quedaría reducido a la mínima expresión. Vicky Luengo se muestra ágil en la expresión haciendo de Silvia y se puede permitir mayor perspicacia, no así Bernat Quintana al que le toca el papel más plano de los construidos por el dramaturgo francés; Dorante es un pretendiente escatimado por las circunstancias. Y es que ajustarse al decoro implica unos límites que constriñen mucho más a la clase alta que a la baja. Por esta razón, los criados se apoderan de la representación. Al principio, Lissette, encarnada por Mar Ulldemolins, abre las posibilidades del amor cuando defiende su apuesta por la belleza: «Si alguna vez llego a casarme, esas cosas superfluas serán para mí necesarias». Luego, su gracia y desparpajo compiten con los atributos de Arlequín, el verdadero distorsionador de un texto que tiende al acartonamiento. Cuando irrumpe en escena Rubèn de Eguia (ya ha saboreado el éxito con su anterior obra El principio de Arquímedes) el tono, el ritmo y el devenir de la obra cambian radicalmente. Sus movimientos y su gestualidad convierten El juego del amor y del azar en una sucesión de incoherencias «decorosas», de impostación de voces y de disimulos, que ofrecen diversión y fluidez a cada escena hasta el final. Su actuación es implacable y su desenvoltura la de un actor sobresaliente y lleno de futuro. En definitiva, lo que contemplamos es un ejemplo de amor verdadero, triunfante más allá de la superficialidad y sometido a un azar asegurado. También, conocemos a un padre, el señor Orgón, interpretado por Àlex Casanovas, que en un alarde de modernidad permitirá a su hija decidir si finalmente se queda con el hombre elegido. Si le añadimos el vestuario esplendoroso de Franca Squarciapino y la escenografía luminosa de Ezio Frigerio, completamos un espectáculo dieciochesco de alta categoría.
El juego del amor y del azar
Autor: Pierre de Marivaux
Dirección: Josep Maria Flotats
Traducción: Mauro Armiño
Reparto: Enric Cambray, Àlex Casanovas, Rubèn de Eguia, Guillem Gefaell, Vicky Luengo, Bernat Quintana y Mar Ulldemolins
Escenografía: Ezio Frigerio, Franca Squarciapino
Iluminación: Albert Faura
Teatro María Guerrero (Madrid)
Hasta el 23 de noviembre de 2014
Calificación: ♦♦♦♦
Texto publicado originalmente en El Pulso.
Puedes apoyar el proyecto de Kritilo.com en:
6 comentarios en “El juego del amor y del azar”