Escena – Fin de temporada 2013-14

Repasamos los mejores espectáculos del curso teatral reseñados en El Pulso

ubu-roi_05Como lleva ocurriendo en los últimos años, comenzamos con varios platos fuertes llegados desde el extranjero. El ciclo «Una mirada al mundo» reúne lo mejor que se puede ver en el mundo hoy en día y que, a pesar de la crisis, tenemos la suerte de disfrutar en el Centro Dramático Nacional (CDN). En esta ocasión, han sobresalido el Ubu Roi dirigido por Declan Donnellan, Seuls de Wadji Mouawad, Julia (reelaborando a Strindberg desde Brasil) y Bienvenido a casa con sesión duplicada desde Uruguay. Además, en el propio Valle-Inclán asistimos a la compleja escenificación de las Comedias Bárbaras valleinclanescas con Montenegro de Ernesto Caballero, aunque se esperaba un poco más. Eso sí, el CDN nos deparó gratísimas sorpresas como El viaje a ninguna parte o El triángulo azul, verdaderamente estremecedora.

El Matadero, pese a un par de meteduras de pata que no recordaremos, nos ha regalado una variedad y calidad que es y debe seguir siendo su seña de identidad. Comenzando por aquel Roberto Zucco que instaló su edificio allá por octubre, continuando con la fantástica interpretación de José Luis García-Pérez en el Diario de un loco o el Pinter que nos depararon Lluís Homar y Josep Maria Pou en Tierra de nadie; más el desembarco de la Joven Compañía de Teatro Clásico y su lopesca La cortesía de España. Finalizando con el regreso, Max que exitoso, de Juan Diego Botto y su obra Un trozo invisible de este mundo.

Volvimos a gozar con algunos textos de Juan Mayorga, como su estreno de El arte de la entrevista o su extraordinario La lengua en pedazos. Además, nos divertimos con lo último de Alfredo Sanzol (Aventura!) y conocimos a Antonio Tabares con La punta del iceberg. También, vistamos, por fin, la sala Kubik Fabrik para deleitarnos con sus Constelaciones. De nuevo, Concha Velasco (Hécuba) y Nuria Espert (La violación de Lucrecia) llevaron la profesión actoral a las cotas más altas.

Foto de Eduardo Moreno
Foto de Eduardo Moreno

De la temporada me quedo con el Misántropo, tan equilibrado en texto, interpretación y propuesta escénica de Miguel del Arco; y, por encima de cualquiera, Las tres hermanas que Sanchis Sinisterra urdió en el Teatro de La Abadía, una escenografía tan oscura y elegante no podía ofrecer más luminosidad y claridad existencial.

Una temporada intensa, donde uno sospecha que la crisis económica (que va para largo), trastoca escenografías, ambiciones y espíritu dramático. Que los teatros no están a rebosar y que el relevo generacional de espectadores va a necesitar un impulso mayor que ciertos descuentos. El teatro es el último reducto de cierta conexión de verdad humana a través del arte, aún permanece viva la tensión entre los grandes actores y el público que sabe deleitarse con el momento en el que la ficción trasciende cualquier atisbo de convención. A pesar de todo, continuará.

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