Lluís Homar y Josep Maria Pou protagonizan en el Matadero (Madrid) Tierra de nadie de Harold Pinter
Cuando en el centro del escenario destaca una estantería con vasos y botellas de vodka y whisky, un sillón de líneas modernas y apenas unas sillas en un espacio diáfano, nada induce a pensar que allí la confusión, el entramado de memorias agrietadas y la imposición de los orgullos vayan a propiciar un diálogo abstruso e imposible de descifrar en su totalidad. En un principio, el dueño de la casa, interpretado secamente por Josep Maria Pou, y un invitado, por un momento, desconocido, que Lluís Homar conduce con maestría, dándole el ritmo preciso a la obra desde su comienzo y enlazando comentarios y reflexiones por una parte contradictorios, pero, por otra, cargados de autenticidad (tema que sondea la obra en cada parlamento), comienzan a beber amablemente. Dos desconocidos, dos viejos amigos, un burgués y un vagabundo, dos escritores, una historia personal íntima que se va descubriendo es únicamente la superficie. Allí están plantados dos hombres maduros con unos fundamentos incólumes que se irán deconstruyendo en cada trago, en un proceso melopeico henchido de rencores e incapacidades. Ante la perplejidad de los espectadores, aparecen dos personajes más, dos sirvientes: Ramon Pujol y David Selvas que aumentan la paradoja y que con su tensión hacen reverberar el absurdo que por momentos sostiene el diálogo entre los dos caballeros. De esta manera, los cuatro personajes dan vida a un texto que se encuentra entre los mejores del siglo XX, que contiene una cantidad de reminiscencias que requerirían su lectura lenta y contemplativa, que su sola referencia a la Tierra Baldía de Eliot ya es suficiente como para que nos hagamos una idea de que se está cuestionando la memoria, la existencia y, sobre todo, la autenticidad de cada uno de nosotros según ha pasado el tiempo. Nada es fácil. El lenguaje, que parece el único sustento de ese vagabundo-poeta que Homar ha interiorizado como si por primera vez se estuviera interrogando acerca de sí mismo, de la distancia que le separa de aquel hombre que lentamente se ha ido emborrachando y que vive casi en una mansión y que resulta que pudo ser un viejo amigo. Este invitado, que no tiene amigos, que solo mira, que solo espía y que es el gran observador verborreico, ha llegado allí con una peculiar misión que se aquilata entre la nebulosa. ¿Qué nos quiere contar Pinter? ¿Qué debemos deducir si desconocemos el contexto propicio? Tierra de nadie conlleva la decepción irónica, la imposibilidad de la existencia como proyecto exitoso, la conflagración del lenguaje como un latido débil que te mantiene vivo pero que no resuelve nada. Al final, son preguntas y más preguntas y quizás solo preguntas en el montaje sobrio de Xavier Albertí ante la descomposición que transcurre en un dulce campo de Agramante.
Tierra de Nadie
Autor: Harold Pinter
Dirección: Xavier Albertí
Reparto: Lluís Homar, Josep Maria Pou, Ramon Pujol y David Selvas
Escenografía: Lluc Castells
Teatro Matadero (Madrid)
Hasta el 2 de febrero de 2014
Calificación: ♦♦♦♦
Texto publicado originalmente en El Pulso.
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