Un repaso por lo mejor y lo más destacado del curso que termina dentro del panorama teatral
Ha llegado la hora de valorar lo más estimable del cada vez menos convulso mundo teatral. No llega la renovación de público (ni políticas públicas efectivas, ni acciones privadas lo suficientemente potentes) y el riesgo se resiente. Las influencias gubernamentales trastocan iniciativas como el Frinje, que solían mostrar proyectos persuasivos, para ser sustituidas por nada. De ese festival guardo un magnífico recuerdo de varias de ellas, principalmente de Wasted (con el fustigante texto de Kate Tempest) y de Scratch (lástima que no haya tenido más oportunidades). Era el Matadero un conjunto de espacios en los que durante más de un decenio se había ido asentando como contenedor de un teatro que rompiera convenciones —también es cierto que la crisis amplió la cartelera a productos complacientes. Con el nuevo director, Mateo Feijóo, se ha dado un parón repentino; aunque también creo que hay que darle una oportunidad; principalmente si revitaliza un lugar que había perdido algo de punch. A pesar de todo, aún hemos podido disfrutar de algunos montajes extraordinarios como Eroski Paraíso, de la compañía Chévere, un falso documental repleto de metarreferencias y de humor, que sondeaba interesantes vertientes representativas.
Uno de los ciclos más esperados siempre es «Una mirada al mundo», del Centro Dramático Nacional. En esta ocasión me ha sorprendido gratamente por su profundidad sociológica y la disposición escenográfica la obra De vânzare, de la rumana Gianina Cărbonariu. En aquella misma sala del Valle-Inclán asistimos a uno de los acontecimientos de la temporada con La cocina; el despliegue de aquellos veintiséis actores «coreografiados» por Sergio Peris-Mencheta fue grandioso. Mientras que de la sala pequeña del mismo teatro, me gustaría destacar la pertinente obra Los Gondra. Necesaria contra la desmemoria de nuestra historia más reciente. En cuanto a lo visto en el María Guerrero, me quedo con Refugio, el texto más serio que ha escrito Miguel del Arco. Él, junto a sus compañeros de Kamikaze, han cerrado su primera campaña en El Pavón y ha supuesto uno de los centros más sugestivos de este año, un verdadero encaje de bolillos para aunar la calidad y el negocio sostenible. Allí, en su ambigú, María Hervás nos esputó a su Iphigenia en Vallecas en un alarde interpretativo aplastante.
El Teatro de La Abadía posiblemente haya logrado la programación más espléndida. No hay más que ver Incendios, de Wadji Mouawad o la interpretación que nos regaló Pedro Casablanc en Yo, Feuerbach o el montaje «del montaje» de la Agrupación Señor Serrano con A House in Asia. También en los Teatros del Canal hemos sido reclamados a las grandes propuestas internacionales con el grueso del Festival de Otoño a Primavera, muchas de ellas han sido, en parte, decepcionantes; sin embargo, otras como SPAM Rafael Spregelburd, supusieron un juego sobradamente sugestivo para nuestra modernidad líquida.
De todas las recuperaciones de clásicos, El perro del hortelano, dirigido por Helena Pimenta en el Teatro de la Comedia ha conseguido la propuesta más vivaz e inteligente. Y engarzado a la tradición y al costumbrismo, aunque con nuevos bríos, es necesario sacar a colación Vientos de Levante, de Carolina África, por su precisión en los detalles a la hora de retratar aquel drama.
Es cierto que de un tiempo a esta parte nos hemos ido quedando huérfanos de espacios singulares, y ha sido muy de agradecer que Arantxa de Juan aprovechara su propio apartamento para dejar que por allí habitara su Anna Magnani para deleitar al reducido público expectante.
Para finalizar, vayamos a la obra que considero que ha sido la mejor de toda esta temporada que ahora termina. Me refiero a Furiosa Escandinavia, el texto de Antonio Rojano que Víctor Velasco dirigió en la sala Margarita Xirgu del Teatro Español. El autor, quien logró el Premio Lope de Vega, demostró que su escritura ha ganado en complejidad y en ambición; además, el montaje congregó desde lo artístico hasta lo técnico a un equipo capaz de completar una función digna de nuestra contemporaneidad. Solo espero que se vuelva a programar y que de esta manera se atienda a los dramaturgos que están trabajando en una línea artística verdaderamente convincente.
Nada más. Esto sigue, por amor al arte, hasta que ya definitivamente no tenga sentido.
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