Magnani aperta

Arantxa de Juan abre su apartamento madrileño para encarnarse en la famosa actriz italiana

Foto de Ana Romero

Todo juega a favor de esta propuesta, aunque no sea lo más rompedor que nos podamos echar a la cara en la escena que nos circunda en las últimas temporadas. Que Anna Magnani habite en un piso de la calle Desengaño de Madrid, en ese remedo de prostitución que se oculta en las traseras de los magnos centros culturales de nuestro tiempo, ya es de por sí una confluencia, un símbolo que nos motiva a inmiscuirnos en la vida de esa soberbia actriz. Querámoslo o no la intérprete italiana va cayendo en el olvido; el presente de ritmo tremebundo arrasa con el pasado y con un tipo de cine que ya ni los que se dicen «cinéfilos» saborean. Por eso, cuando uno acude a espectáculos de este cariz basados en un personaje relevante, donde cuenta tanto la imaginación y la contextualización, la perspectiva cambia, y mucho, dependiendo en qué medida conozcamos a la protagonista. El año anterior, cuando se llevó de nuevo a las tablas una versión (algo fallida) de La rosa tatuada, recordamos esa interpretación extraordinaria y tan emotiva en el film dirigido por Daniel Mann sobre el texto de Tennessee Williams. Y nosotros vemos cómo se extasía ante la noticia de que ha recibido el Óscar, porque el galardón es el acicate máximo para alguien que se balancea de un extremo emocional a otro mientras sobrevive en las turbulencias. Arantxa de Juan se ha puesto el mundo por montera y ha emprendido este proyecto con gran valentía. Las dificultades son máximas tanto en lo artístico como en lo económico; pero enseguida comprobamos que el esfuerzo ha merecido la pena. El relato que se expone recoge unas cinco anécdotas fundamentales de la estrella romana. Nos situamos a finales de agosto de 1973, no pesan sus intensos 65 años sino el corrosivo cáncer de páncreas que se la llevará por delante pocas semanas después. Aguarda la llegada de su querido Luca, el hijo que tuvo con Massimo Serato y que nació con poliomelitis, para irse al hospital. Mientras espera conversa con su nueva asistenta, interpretada por Nerea Portela, quien a pesar de contar con pocas frases, se muestra muy sentida y con esa timidez agarrotante propia de aquellos que se acercaban a una bestia escénica. Ya el comienzo es toda una declaración de intenciones, una intromisión en su propio dormitorio, donde acudimos los poco más de veinte espectadores que tendremos el privilegio de percibir tan cerca, entre la oscuridad, su sacrificado lloro, su angustia y también su enfado por todos esos paparazzi que la vigilan en el portal y que la llevan siguiendo desde que su popularidad se agigantó tras deslumbrar en Roma, ciudad abierta, la película dirigida por uno de los grandes amores de su vida, Roberto Rossellini. Las referencias al director italiano son múltiples y el momento en el que se detalla su ruptura, cuando se marchó con Ingrid Bergman, es uno de los más potentes, donde podemos saborear el tormentoso carácter de Nannarella. Desde luego los matices que atesora el papel que encarna Arantxa de Juan consiguen redondear un personaje que es en sí uno de esos reductos de fama fascinante, cuando el concepto poseía cierta autenticidad, sobre todo si lo comparamos con la actualidad, donde se prefabrican artistas y las invenciones están al antojo del mercado y son enormemente fugaces, fungibles —su intimidad se desgasta en tiempo récord y luego poco se puede hacer cuando desaparece el misterio. Anna Magnani perteneció a un mundo en el que era muchísimo más complicado entrometerse en la privacidad de las personas y eso era todo un aliciente para querer saber más y más. A pesar de la complejidad, esas estrellas solían proceder de ambientes depauperados o de familias rotas o claramente problemáticas. Sin ir más lejos, la Magnani ignoró quién había sido su padre y se crio con su abuela, después de vivir sus primeros años con su madre en Alejandría (Egipto). Durante la función se vale de diversos recursos como el flashback, el repentino cambio de vestuario, las insoportables llamadas de teléfono (ese ring es absolutamente irritante), su desplazamiento por todo el apartamento, aprovechando cualquier rincón, desde la sala de estar hasta la cocina, pasando por el recibidor. Por todo ello resulta más atractiva la hora larga en la que imaginariamente viajamos a esa Roma sinónimo de Magnani, sucia y brillante, vulgar y espléndida, tempestuosa y melancólica. Un palíndromo del amor despedazado con cada amante y la desdicha de la soledad. La exigencia actoral que —de misma forma que su compañero Marlon Brando— requería la vivencia intensa del personaje y, en definitiva, la involucración personal en unos trabajos extasiantes. Sentimos pena y fascinación por alguien que tocó el cielo y que sucumbió a los nuevos aires impuestos por su gran rival, Sofia Loren, quien a la postre ha sobrevivido mejor en la memoria del público.

En conclusión, este montaje es altamente sugerente y por ello debemos felicitar a su artífice máxima, Arantxa de Juan, esperando que este andamiaje sustente futuros proyectos igual de ambiciosos.

Magnani aperta

Texto y dirección: Arantxa de Juan

Intérpretes: Arantxa de Juan y Nerea Portela

Portero: Pablo Villacieros

Cuadros: Darío Álvarez Brasso

Escenografía, atrezzo y vestuario: Manu Berástegui

Diseño de luces: David Omedes

Música: Juan Sánchez

Fotografía cartel: Luis Malibran

Producción: Avalantxa Producciones y Asociación cultural Gruppo

Casa aperta (Madrid)

Hasta el 30 de junio de 2017

Calificación: ♦♦♦♦

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