María Hervás se mete en la piel de una «nini» para relatarnos el drama de su existencia
La Ifi es una choni de categoría. Es una de esas tías que vienen determinadas desde su nacimiento por la clase social a la que pertenecen. Ella es de clase baja. Ella vive con su abuela —no preguntemos por sus padres. Sale por su barrio como si fuera la reina de la calle, a ella no le chista ni Dios. Se hidrata el gaznate con todo lo pilla día sí y día también para cogerse unas buenas melopeas con su comadre la Silvi. Folla con Rique, un musculitos de risa ridícula —onda Beavis and Butthead— con quien tiene el miramiento de hacerlo con preservativo, a todas horas. Nada más, salvo reconocer que esto es una máscara, la gran pose de una piba que tiene muy difícil encontrar trabajo (suponemos que no tendrá estudios), que carece de contactos; que, a pesar de su soltura con los colegas, no sería capaz de cumplir con un horario y con una disciplina. Resulta fundamental comprender qué «utilidad» poseen este tipo de individuos en la sociedad y para ello debemos recurrir a uno de los ensayos que más ha dado en el clavo en los últimos tiempos y que, además, estudia el caso británico, de donde parte esta obra; y es Chavs, la demonización de la clase obrera, de Owen Jones. En él podemos sondear cómo se usa a los «ninis» como chivos expiatorios para soliviantar a esa falsa clase media con un discurso populista que obvia las causas de la situación. Además, en un plano cultural y, si se quiere, estético también, son útiles para narcotizar nuestra podredumbre; ya se sabe, «me conformo con que tú estés peor que yo». Gente que piensa que como tenemos «barriobajeros» que apalean el diccionario, eso nos convierte en eruditos o que como son simples modelos de horterismo, «transforman» al resto en ciudadanos elegantes. Para mí la lección más importante que se debe sacar de esta función no es, como se afirma, el sacrificio de uno —en relación al acto sacrificial en la Ifigenia mítica recreada por Eurípides en dos de sus composiciones— «en pos de un bien colectivo»; porque aquí el sacrificio es el de toda una clase social; sino lo que me parece más esencial, y es el plano educativo. Cualquiera que se dedique a la enseñanza sabe que el fracaso con niños que proceden de barrios humildes, donde encontramos familias absolutamente fracturadas, con malos hábitos, sin el más mínimo civismo, con problemas de drogas y alcohol y con una gran falta de habilidades intelectuales y sociales como para mejorar socialmente, el Estado no está haciendo su labor, está haciendo una clara dejación de funciones cuando no pone coto al alto porcentaje de fracaso escolar. ¿Existen chonis que no hayan fracasado escolarmente? No ¿Y por qué ha sido así? Porque no han recibido una buena educación y la razón es que no se ha contado con medios materiales y personales suficientes. Ahí radica el principio de todo y, de todas formas, cuando se consigue que adquieran ciertos conocimientos y hábitos de comportamiento, también lo van a tener complicado. Así que mucho cuidado con demonizar a la Ifi y a sus iguales.
Iphigenia en Vallecas es casi una novela ejemplar contemporánea, un recorrido lineal de esta muchacha que un día se enamora en una discoteca de un exmilitar al que le falta una pierna, cuando ella —ingenua— se ha mostrado como una odalisca a golpe de reguetón y se ha entregado a ese tío para ser un polvo de una noche. Conoceremos las fatídicas consecuencias de aquel encuentro y viviremos con ella las repercusiones de la crisis económica y de cómo la Seguridad Social ha quedado mermada, principalmente, para aquellos que más lo necesitan. Ifi se sacrificará doblemente, tanto para salvar un matrimonio como para salvar vidas.
María Hervás ha querido firmar una declaración de intenciones, ha seleccionado un texto premiado en 2015 de Gary Owen (1972), cargado de mensajes políticos que critican la sociedad de nuestro tiempo desde abajo. La propia actriz ha sido la responsable de traducir y adaptar la obra, para ello ha trasladado a su protagonista a Madrid y, concretamente, al populoso barrio de Vallecas; y ha logrado una verosímil semblanza de lo que ocurre en los márgenes de nuestras ciudades. En el proceso de fragua en este personaje, tal y como lo vemos en el ambigú de El Pavón Teatro Kamikaze, podemos tantear a la Leonor de Torreblanca, abuela de Cervantes y motera, en Pingüinas, pasando por la filoetarra rockera en Los Gondra. Su vena macarra elevada a la enésima potencia, dejándose los mocos literalmente sobre las tablas, adoptando las voces de los otros personajes que pululan en su narración, entregándose en una montaña rusa inagotable de emociones, desde el exacerbamiento quinqui hasta la muestra de sus dotes seductoras, asentándose, incluso, en mesetas de sosiego donde sus pizcas de sensatez nos hablan de alguien en quien debemos confiar. María Hervás se apodera del espacio y de un público al que subyuga con su verborrea y su ímpetu imparable. Agarra los tics propios de la corte poligonera, tanto en la impostación de la voz como en su atuendo. Se emplea corporalmente con una energía inmejorable para trasladarnos la inquietud y el nerviosismo que la inunda. Un personaje altamente estereotipado; pero del que la actriz saca aristas que nos amplían la visión de alguien que pretende mantener, a pesar de todo, la ilusión. Ciertamente magnífica.
Pocas pegas se le pueden poner a este espectáculo de pequeño formato que apenas te deja respirar durante su hora y media de duración. La escenografía de Mónica Teijeiro contiene varios bloques de cemento grafiteados, como lanzados en un descampado junto a una valla, que dan buena cuenta de la situación. Tanto la iluminación de Daniel Checa como el sonido de Mar Navarro nos permiten introducirnos en las diferentes etapas y ambientes de la aventura. Es claro que gran parte del extraordinario trabajo actoral de Hervás responde al cuidado de Antonio C. Guijosa en la dirección; era fácil pasarse de la raya y ha sabido agarrar la rabia al milímetro. Si acaso, aunque sea coherente con el personaje, el final podría matizarse, parece que es una proclama, la referida a los recortes, demasiado evidente y que sería mejor que el público hiciera su propio juicio de valor. Quizás también podríamos criticar el falso dilema que se le plantea en el hospital, si es que hay que tomarlo en serio o si resulta ser una estrategia por parte de los gestores (los espectadores que hayan asistido o que lo vayan a hacer comprenderán que las cosas no funcionan así en España). Detalles que no empañan, en absoluto, un montaje de gran fuerza y que refleja aspectos que necesariamente deben permear hacia el teatro para que seamos conscientes de la vida de aquellos que con tanta alegría denostamos cruel e injustamente.
Autor: Gary Owen
Adaptación: María Hervás
Dirección: Antonio C. Guijosa
Reparto: María Hervás
Escenografía: Mónica Teijeiro
Iluminación: Daniel Checa
Sonido: Mar Navarro
Prensa: María Díaz
Fotografías: Marc de Cock-Buning y Merysú de Cock-Buning
Diseño gráfico: Daniel Jumillas
Producción: María Hervás y Serena Producciones
El Pavón Teatro Kamikaze (Madrid)
Hasta el 3 de mayo de 2017
Calificación: ♦♦♦♦
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