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Una ópera hablada sobre el azar y el absurdo de nuestro mundo contemporáneo comandada por el argentino Rafael Spregelburd

Foto de Hernán Corera
Foto de Hernán Corera

Por fin podemos afirmar tajantemente que un espectáculo teatral habla de temas y, sobre todo, emplea ciertas formas, que son contemporáneos. Rafael Spregelburd ha creado una ópera hablada, un cabaret posmoderno, un spoken word, una performance informática, en la que reúne motivos y maneras que están a punto de pasar, que van a perder actualidad a poco que transcurran unos meses más. Nunca lo actual ha sido tan efímero. El teatro se convierte en un acontecimiento del aquí y el ahora, plenamente global y, por las paradojas de nuestro tiempo, destinado al olvido por aplastamiento. Spregelburd, al que ya conocemos por su extraordinaria creación La estupidez, se sube a escena acompañado de Zypce, un músico vanguardista en la línea sucesoria de John Cage. Inicialmente, un ventilador «baraja» los días del mes de enero de 2012, y luego el azar nos los devuelve en un orden inesperado. A partir de ahí, treinta y una piezas, que con cierta autonomía, configuran las teselas de un mosaico de una historia completa y, de alguna manera cerrada. Micrófono en mano, un profesor napolitano vestido con un smoking de Sean Connery valorado en cien mil euros, experto en lingüística y en la lengua de los eblaítas, «plagiador» de la tesis acerca de los inuit escrita por su alumna Cassandra (a la que supongo que es mejor no creer en sus acusaciones). Nos encontramos en Malta, ha perdido la memoria debido a un fuerte golpe en la cabeza. Desde ese instante, debe reconstruir los pasos precedentes. El caos se nos viene encima y el tipo no da puntada sin hilo. Se apoya subrepticiamente en la estructura propia de una película de James Bond. Juega con diferentes lenguajes audiovisuales y con estilos que van desde el kitsch hasta el dandismo, pasando por el pop, lo oriental y el noir. Es un cúmulo de afinidades culturales que nos mantienen sobre la duda de si es real su historia o es la irracional e irónica reconstrucción de unos hechos insólitos en su mollera dañada. El caso es que en la bandeja de spam (el correo basura) esconde, entre las insistentes ofertas sobre el agrandamiento de pene (aspecto que introducirá reiteradamente a lo largo de la función y del que no obviará los motivos freudianos del tema. Es argentino, no lo puede evitar), un negocio que consiste en emplear su cuenta bancaria para transferir una importante suma de dinero y así conseguir sacarlo de Malasia. Una locura que es traducida del inglés con el traductor de Google (seguramente de lo más gracioso de la obra); puro macarronismo. Se monta el thriller y se le van entreverando, en su mundo entrópico, algunos de los fragmentos más monótonos, una suerte de minidocumentales en los que se explica el proceso por el cual los eblaítas creaban sustantivos. Se le añade la visita a la Catedral de Malta, en la que se expone La decapitación de San Juan Bautista de Caravaggio (nuestro profesor se hospeda en el Hotel Caravaggio y, al igual que el pintor tenebrista, ha llegado allí para escapar), y donde parece que ya estuvo en el pasado (aumenta la confusión). La extraña comida con un buzo de origen suizo en la playa nos aproxima al tono kafkiano del argumento, máxime si Spregelburd comenta que es agrimensor —inevitable no pensar en El castillo (más ante el Fuerte de San Ángel) de Kafka. Pero hay más en este meollo y más contrastes en su verborrea constante e inapelable; no hay más que fijarse en la emisión de una noticia estrafalaria (algo larga) sobre una muñeca que dice palabrotas y que ha escandalizado a unos padres el día de Reyes; también una referencia inequívoca al crucero Costa Concordia, encallado en el Mediterráneo, aquel 13 de enero de 2012, soltando la basura propia de la sociedad de consumo; en la voz del protagonista, todo un karaoke a ritmo del The final countdown, Toxic, de Britney Spears y el Hello, de Lionel Richie. Un pastiche hortera que se suma a la paranoia de descubrir que su nombre es Mario Monti, igual que el primer ministro italiano de aquel entonces, un hecho que dificultará su propia búsqueda en internet a la espera de una información que alivie su amnesia. En fin, una metáfora de las intermediaciones entre lo virtual y lo material, un rompecabezas genial, claro apropiacionismo de lenguajes diversos, de narraciones contemporáneas, me viene a la mente el Diccionario jázaro (Novela léxico en 100.000 palabras) de Milorad Pavic, tan relacionado con los asuntos lingüísticos, el perspectivismo y otras similitudes fabulísticas; pero también podemos reconocer rasgos del cine de serie b, con esas persecuciones de chinos cabreados, las películas de detectives o, directamente, de los videoclips ochenteros. Empasta extraordinariamente bien la labor musical de Zypce, con toda esa parafernalia de instrumentos no convencionales, con las capacidades directivas de Rafael Spregelburd, un tío que no para de sorprendernos durante toda la función con las diferentes formas de expresión que utiliza, con los cambios de tono y alguna que otra metamorfosis. Entre los dos usan artilugios, minicámaras, un ordenador, proyecciones sobre pantallas enormes que también sirven de biombos y otros cachivaches. El escenario parece un laboratorio clandestino, un almacén de muñecas (de las malhabladas), una habitación de hotel y hasta un acuario. Aunque debemos reconocer, y así le parecerá a parte del público, que su propuesta resulta algo extrema y que puede alcanzar el tedio en algunos periodos de esas largas dos horas y media; ya que cada una de las piezas pretende poseer una entidad propia y no ocupar un espacio únicamente para rellenar (lo que es loable). SPAM ha conseguido cautivarme con todas esas miradas cáusticas acerca de nuestra realidad en mundo donde el azar juega cada vez un papel más preponderante.

SPAM

Idea original, texto y dirección general: Rafael Spregelburd

Intérpretes: Rafael Spregelburd y Zypce

Ideas, música original y dirección musical: Zypce

Asistente de dirección: Gabriel Guz

Iluminación y espacio: Santiago Badillo

Asistente de sonido: Mauro Petrillo

Sistema de vídeo: Agustín Genoud, Paula Coton y Dina Lafont

Vídeos: Alejo Varisto, Alejo Moguillansky, Alessandro Olla, Santiago Badillo y Gabriel

Asistente de dramaturgia:    Manuela Cherubini

Una coproducción de: Spregelburd/Zypce, CETC (Centro Experimental del Teatro Colón) y FIBA 2013 (Festival Internacional de Buenos Aires), con el apoyo de: INT y Teatro El Extranjero

XXXIV Festival de Otoño a Primavera (Madrid)

Teatros del Canal (Madrid)

Hasta el 22 de enero de 2017

Calificación: ♦♦♦♦

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