Inconsolable

Fernando Cayo interpreta el monólogo escrito por el ensayista Javier Gomá sobre el fallecimiento de su padre

Foto de marcosGpunto

El Teatro María Guerrero le abre sus puertas durante casi un mes a un primerizo que viene avalado por su presencia sociocultural como pensador; aunque, a priori, no parece suficiente. Tampoco a nadie puede llevar a engaño, puesto que este texto ha sido publicado en el periódico El Mundo y también en el libro La imagen de tu vida. Por lo tanto, Ernesto Caballero ha considerado que era digno de tal honor y de tal privilegio. A mí me ha parecido un exceso difícilmente justificable. He de reconocer que la primera parte, e incluso más, me pareció decepcionante, percibía que se estaba demorando en establecer el estado de la cuestión. Se entretenía con aquello de que la muerte del padre nos va igualando a todos; puesto que suele ser lo habitual en nuestros días. El hecho de que pretenda negarnos el conocimiento de hechos íntimos que particularicen la relación entre el hijo y su progenitor, fomenta un forzado alejamiento hacia lo general que, en cierta medida, anularía el propio monólogo en primera persona. «Tentación del confesionalismo», lo llama, cuando el público necesitaría unas referencias que hagan de esta manifestación dramática un hecho singular que justifique tal evento. El teatro produce un encuentro en el que se nos concita para aproximarnos a una verdad, la del dramaturgo, que a través del actor nos traslada su visión. «Mi máxima ambición es ser un pasatiempo para vosotros», afirma; pero me sigue pareciendo un tanto cínico. Pura preterición. No quiere mostrar su angustia, no quiere llorar frente a nosotros; aunque nos confiesa que lo ha hecho, y mucho. Y nos presenta un espectáculo llamado Inconsolable, y que la muerte de su padre le ha tocado profundamente; pero no quiere esbozar su desconsuelo. Recuerdo que Javier Gomá, que se paseaba de vez en cuando por Facebook, escribió en su muro el 8 de noviembre de 2015: «Desde este momento dejo las redes por un tiempo para recogerme en duelo. La vida no termina, se transforma. También para quienes seguimos en este mundo». Ahí se marcaba un retiro sine die. Lógico. Por otro lado, me ha parecido largo, algo tedioso, con esas digresiones sobre el humor o los tópicos sobre las eternas relaciones paternofiliales y sus mitos. Seguramente lo que perjudica a esta oración fúnebre es la falta de estilo. Al no querer caer en la solemnidad —ni en otros tonos, ya fuera el cómico o el epistemológico, por ejemplo—, termina por ser un tanto naíf. Hasta bien avanzada la función no encontraba motivos suficientes para teatralizar lo que me parecía una corriente semblanza, donde además se insistía en no revelarnos (ahí es donde verdaderamente estaba la historia que nos debía interesar, como ocurre en el resto de obras literarias) un rencor hacia su padre arrastrado desde los quince años. Eso, que nos ayudaría a comprender la particularidad de su relación, se nos usurpa en pos del ensayo de enseñanza general. La elección de Fernando Cayo me parece estupenda; primero porque es un actor de gran solvencia, compromiso y versatilidad y, segundo, porque es imposible identificarlo con Javier Gomá, ya que en su expresión son absolutamente contrarios. Ambos aspectos contribuyen a que Inconsolable pueda ofrecer características de ficción y distancia necesarias para que la persona y el personaje —al menos en la parte final— no interfieran totalmente. Y es que, si no fuera por los últimos veinte minutos, creo que la decepción habría sido insuperable. Hasta que no llega el colapso, hasta que la escenografía de Paco Azorín —tan sencilla hasta ese momento como una plataforma levemente inclinada con una butaca y unos cuantos libros— no se puso en acción, en esa búsqueda imperiosa de la verticalidad, viendo cómo el protagonista observa el abismo con pavor, mientras se abre una puerta resolutiva; no consigo dar crédito a lo dispuesto. Esa acción, esa vivencia hace traslucir teatralmente la pertinacia de lo inconsolable. Es ahí cuando el disertador abandona el atril y se convierte en el personaje que nos conmueve y con el que podemos empatizar de forma verosímil. También es a partir de ahí cuando nos adentramos en un epílogo en el que se nos señala la alusión inevitable a Jorge Manrique. Aquel caballero cortés, henchido por el orgullo que sentía al recordar a su padre, escribió sus famosas coplas de pie quebrado para señalar que solo la vida celestial es la importante, que la vanidad en la Tierra es absurda; pero también para remarcar que la fama (tomada en sus virtudes) de su padre debe perdurar, y para ello lo inserta en la lista de hombres ilustres como Julio César, Aníbal o Marco Aurelio. También Gomá se pregunta: «¿Qué es, al final, la vida del hombre?… La lenta gestación de un ejemplo póstumo». Es decir, la enseñanza de todo este monólogo es que nuestro cometido es dejar a nuestros descendientes un esforzado ejemplo, un empeño excelso, dejar una imagen moral a los que permanezcan. ¿En qué debe consistir ese ejemplo? Para ello habrá que leer sus ensayos, puesto que en esta función no encontraremos respuesta. Cada espectador integrará esta experiencia con la suya propia. Algunos echarán de menos, quizás, una referencia a las afortunadas condiciones de posibilidad material de quien les transmite tales mensajes; otros lo verán con desdén, pues no habrán escuchado nada nuevo. Filosóficamente es pacato, viniendo de quien viene; aunque el conjunto de los elementos, la interpretación de Fernando Cayo, la escenografía, la iluminación pertinente de Ion Anibal, la dirección ajustada de Ernesto Caballero y esos instantes abisales suben nuestra estimación por este trabajo.

Inconsolable

Autor: Javier Gomá

Dirección: Ernesto Caballero

Reparto: Fernando Cayo

Escenografía: Paco Azorín

Iluminación: Ion Anibal

Vestuario: Juan Sebastián

Música y espacio sonoro: Luis Miguel Cobo

Producción: Centro Dramático Nacional

Teatro María Guerrero (Madrid)

Hasta el 23 de julio de 2017

Calificación: ♦♦

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3 comentarios en “Inconsolable

  1. Ernesto Caballero no sabe lo que programar y lo demuestra temporada tras temporada, cada vez más repetitivo, sin descubrimientos que merezcan la pena. Lo de Gomá es un cohete: arrimarse a un «intelectual» conocido a ver si con eso puede traer algo nuevo a la escena. Porque no nos engañemos, Caballero hace mucho que no va al teatro y programa de oídas a compañeros y amigos. Este montaje es el ejemplo de lo que hace en toda su programación… si no miremos cómo el próximo año a programado un mes y medio a un directora recién salida de la escuela, sin ningún montaje, ¿en qué se basa para programar su temporada? Prorrogarle en la dirección del CDN es otro de los muchos errores del INAEM,

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