Yo soy el que soy

Espectáculo musical sin enjundia dramatúrgica basado en los desgraciados avatares del violinista Aaron Lee

Se debe ser muy laxo para considerar que este espectáculo que acoge el Teatro Kamikaze para concluir su proyecto sea una obra teatral. Situar sobre el escenario a un virtuoso del violín (acompañado de un magnífico pianista como es Gaby Goldman) y, en paralelo, a una actriz que narra un relato, no genera por sí mismo una suma, una síntesis. Esta función carece de trabazón dramatúrgica y eso nos debe colocar en otra perspectiva si se quiere disfrutar. Si lo tomamos como un recital, entonces, qué duda cabe, posee un gran interés; sobre todo para los profanos; ya que se deambula entre lo popular y lo clásico (desde Alaska hasta Shostakovich pasando por Leonard Bernstein o John Williams) con dinamismo y pericia. En este sentido, está muy ajustado a un público general. El madrileño con antecedentes surcoreanos, Aaron Lee, sostiene su violín con vigor y con delicadeza para deleitarnos con la «Chacona» de Bach, en lo que se convierte en el momento álgido del montaje, una significativa explosión de confianza en sí mismo, cuando se vio tocando en la calle de Postas en Madrid, para ganarse el sustento diario. Apuntemos que la función es mayormente musical y que los apuntes desgraciados de la biografía de nuestro protagonista pretenden trazar un itinerario que parece más válido para una charla del BBVA sustentada por El País, que para la pulsión trágica. Sigue leyendo

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Matar cansa

Jaime Lorente nos arrastra con su fanatismo a la esencia cruenta de un asesino, a través del texto detallista de Santiago Loza

La hibristofilia es aquel trastorno, aquella parafilia, que fundamentalmente se da en ciertas mujeres, que sienten una irreprimible atracción sexual por los presos, muchos de ellos asesinos cruentos e irreductibles. Mutatis mutandis, contamos en Matar cansa, con un tipo que despierta de su letargo existencial en el momento que recibe una carta de un sicópata con decenas de cuerpos desgarrados y yertos a sus espaldas. Y esta perspectiva, adoptada por el dramaturgo Santiago Loza, al que conocemos por su obra He nacido para verte sonreír, nos permite trazar dos perfiles sicológicos concomitantes, a través de un monólogo revelador. Por otra parte, más allá de éxitos televisivos, Jaime Lorente ya venía trufando buenas actuaciones, y demostrando que ahí teníamos a un actor con futuro y con recorrido. Así lo pudimos atestiguar en El público y en Esto no es La casa de Bernarda Alba. Todos estos componentes nos aseguran una función arrastrada por la inmoralidad, por una horadante pasión orgásmica que se fundamenta en la aniquilación del otro, del ser humano que fallece súbitamente para convertirse en un amasijo de nada despersonalizada. El tipo que se atemoriza con la polilla («trato de aplastarlas sin puntería») y que parasita en el mundo, timorato, sucumbiendo a la epistaxis que aparece en la duda. El intérprete va a manejar el tempo de manera magnífica, con pausas apropiadas, con esos equívocos que contiene el texto y que le hacen retomar su relato más atrás o, incluso, a repetir lo dicho. Sigue leyendo

Una novelita lumpen

Rakel Camacho ha realizado una adaptación fiel y procaz de la novela que publicó Roberto Bolaño en 2002 poco antes de morir

Foto de Javier Jarillo

Diríamos que esta novela era, a priori, difícil de llevar a escena porque contenía demasiado sexo y venía cargada por una atmósfera decadente y nihilista que no encontraba fin. La obra había sido encargada a Bolaño para participar en una colección donde los escritores afincarían sus textos en una ciudad importante. El escritor chileno estaba sentenciado a muerte y sus últimos años de vida (murió al cumplir la cincuentena) estuvieron destinados a terminar su magna obra ―cinco novelas en una―, 2666, que fue llevada a escena en un grandioso montaje por Álex Rigola (la pudimos ver en 2008 en el Matadero), quien también se atrevió con el relato El policía de las ratas. Por otra parte, Una novelita lumpen tuvo su versión cinematográfica titulada Il futuro (2013), dirigida por Alicia Scherson; aunque careció de resonancia aquí en España, y, desde luego, merece la pena su visionado. Consideremos que la sensación que genera la lectura de la novela es que está esbozada una estructura que abre posibilidades mayores; pero que se ataja en ciertas descripciones y que se corta abruptamente en el tratamiento de algunos personajes; por eso parece hecha a medias, como un cuento que se alarga o como una extensa novela que se reduce para cumplir con el encargo. Lo cierto es que, en este sentido, la teatralización complementa visualmente algunas de esas recurrentes elipsis. Es fundamental tener en cuenta ―al escuchar el breve prólogo, nos podemos perder― que estamos ante un recuerdo, un flashback, que su protagonista emite: «Ahora soy una madre y también una mujer casada; pero no hace mucho fui una delincuente». Sigue leyendo

La leyenda del tiempo

Los dramaturgos Carlota Ferrer y Darío Facal intervienen con hálito conciliador la obra de Lorca Así que pasen cinco años

Foto de Vanessa Rabade

A tenor de los últimos trabajos presentados por Carlota Ferrer (El último rinoceronte blanco) y Darío Facal (El corazón de las tinieblas), su unión auguraba un espectáculo potente sobre Así que pasen cinco años; y aunque es fácil identificar sus rasgos señeros, parece que se han quedado algo a medias. La última propuesta interesante sobre la críptica obra de Federico García Lorca la llevó a cabo la compañía Atalaya. Digamos que sutilmente la han hecho más fácil para el público, recolocando alguna escena, o explicando a través del micrófono ―también con algún cartel― por dónde andamos en la falsa trama. Luego, además, se percibe cierta candidez, cierto aniñamiento, también esto se debe a la juventud del elenco, a su vestuario y a una escenografía que favorece lo retro. María de Prado, habitual escenógrafa en los montajes de Facal (véase Amor de Don Perlimplín con Belisa en su jardín o Sueño de una noche de verano), suele trabajar como si el espacio se ocupara por uno de esos recortables de antaño. Piezas que bajan de las alturas para resignificar las acciones. Una artesanía, por un lado, cercana, fácilmente comprensible; y, paradójicamente, inserta, esta vez, en un territorio excesivamente oscuro y distanciador, con un estrado central que eleva a los actores; pero que además nos los aleja. Son contrastes que propician sensaciones extrañas: guiños al surrealismo buñuelesco (hormigas perroandalucescas) o de Man Ray. Luego, toda la leve trama, que es como un extenso poema de ida y vuelta por los estados temporales, se encarna con actores que se travisten, que juegan ―la obra abre esas posibilidades claramente― a hacer del sexo contrario. Sigue leyendo

Los hijos

La dramaturga Lucy Kirkwood nos habla de la responsabilidad de unos físicos nucleares con las generaciones venideras

Foto de Elena C. Graiño

Lo que vivimos durante estos últimos años con el ecologismo, más allá de por qué ahora se ha tomado la decisión de abrir la espita a lo bestia o de por qué ha logrado que todos observemos nuestro planeta como un lugar finito y próximamente inhóspito, ha dejado claro que tiene mucho que ver con la batalla dialéctica entre las generaciones. El concepto de herencia que se dirimía dentro de cada familia, con todos los posibles reclamos y rencillas de los vástagos sobre los progenitores; ha saltado a la relación común de todos nosotros, el primer mundo, los grandes contaminadores que ahora nos preguntamos por la contingencia. ¿Se podrían haber hecho las cosas de otra forma? ¿Quién ha decidido que la sociedad de consumo sea como es? La respuesta no puede ser el mercado, porque este siempre ha estado intervenido. Alguien ha tomado decisiones empresariales, políticas y, en definitiva, morales que afectan de manera apocalíptica a la humanidad. El debate sobre la energía nuclear ha tenido altibajos. La catástrofe de Fukushima ―en la que se inspirada la dramaturga de esta obra― nos devolvió a la realidad; aunque parece que la serie Chernobil, concita más la atención sobre los desatinos del factor humano. Los hijos sitúa su marco de acción en la proximidades de una central nuclear averiada y que ha sufrido un escape radiactivo. Susi Sánchez encarna a Hazel, una científica jubilada que vive con su marido en una cabaña muy cerca de la zona de exclusión, un lugar «casi» seguro donde los cortes de luz son constantes y su modo de vida está totalmente determinado por el terrible acontecimiento. Sigue leyendo

Chicas y chicos

Antonia Paso encarna a una mujer de éxito en esta obra deslavazada e inconexa del dramaturgo Dennis Kelly

Últimamente nos topamos con un bombardeo de monólogos que, en fondo y en forma, poseen enormes similitudes y que se sostienen por un subjetivismo inconsecuente en su lógica interna. Quiero decir que se juega con la aquiescencia de un público que es insistentemente interpelado desde una ficción que se adentra en lo real. Las protagonistas son como juglares conquistando al respetable con diversos guiños y llamamientos para ir soltando proclamas cargadas de política demagógica. Tintes estos hallados, por ejemplo, en las últimas obras que hemos podido ver en el ambigú de El Pavón Teatro Kamikaze como son Freak o La mujer más fea del mundo. Quizás nos estamos olvidando que no solo vale con el noble arte de la denuncia de nuestras grandes ignominias sociales; sino que esperamos arte, teatral. Y es que Chicas y chicos se apoya en un texto malo, corriente y falto de coherencia de Dennis Kelly. Y lo que se puede hacer con una obra así es bien poco. Lucía Miranda lo dirige poniendo en el asador todos sus recursos y aprovechando la escenografía de Anna Tusell: un lienzo «manchado» de pintura y un montecito de arena, que cumplen con su cometido en los instantes más evocadores y sufrientes. La iluminación de Pedro Yagüe es primordial. Antonia Paso encarna a una mujer que pasa de la crisis existencial al triunfo laboral, pasando por un feliz matrimonio y la crianza de dos hijos. La actriz, quien siempre ha demostrado su versatilidad, aquí vuelve a entregarse en cuerpo y alma; aunque es justo reconocer que el día del estreno se evidenció que aún faltaba algo de rodaje. Nos conduce por un itinerario emocional absolutamente extremo. Sigue leyendo

The Door

El dramaturgo y coreógrafo noruego Jo Strømgren crea un espectáculo confuso y deslavazado sobre las fronteras del mundo

A estas alturas, ya no es desconcierto, es, directamente, sincerarse con uno mismo y aceptar que no ha entendido nada y que, por mucho que se ha esforzado, tampoco ha percibido nada especial ―tampoco me vale el arte por el arte a modo de fuegos artificiales y de artificio―. Si no fuera por las especificaciones del autor, quedaríamos en un limbo de hora y cuarto. Y es a ellas a las que debemos acudir como si fuera, no solo un manifiesto, una proposición; sino un contrato con el respetable. Porque en el arte resulta «muy fácil» para el artista pronunciarse sobre lo que quiere hacer ―cuando le ha llegado la inspiración―; lo complicado es llevarlo verdaderamente a cabo. Dice Strømgren: «Como seres humanos, siempre estamos confinados a espacios dados. A nuestra casa, a nuestra escuela, a nuestro lugar de trabajo, a nuestro país, al tipo de restaurantes que podemos permitirnos, a la persona que amamos o fingimos amar. Es maravilloso pertenecer a algún lugar, especialmente si nuestro vecino no puede pagarse un restaurante en absoluto. Tales cosas nos hacen sonreír. Pero cuando un día el vecino llega a casa con una canoa en el techo de su coche, inmediatamente nos sentimos deprimidos. Y cuando detectamos esa sonrisa en particular, definitivamente queremos una canoa. Incluso si odiamos la naturaleza». Tal cual. O sea, que la obra debe ir ―generalizando mucho―, sobre la vida misma. ¿Se escenifican situaciones donde la envidia es el pecado primordial? Quizás; aunque sin el más mínimo desarrollo. Sigue leyendo

Freak

El texto de la joven dramaturga Anna Jordan adopta un monolítico tono confesional sobre la intimidad sexual y existencial de una adolescente y su tía

Foto de Luz Soria

Es ya bastante frecuente en los últimos tiempos introducir sexo explícito, ya sea visual o narrativo, en diversas obras artísticas que no tienen la calificación de X. El erotismo manifiesto o el porno declarado se cuelan en las películas del circuito general (véase Love, de Gaspar Noé) y en la «literatura» a través de un género como el new adult fiction, donde se aprovecha para relatar minuciosamente las experiencias sexuales de aquellos que alcanzan la mayoría de edad, para lograr que saboreen su lectura los escolares y los bachilleres. De esta forma, para entendernos, se presenta Freak, el texto de la británica Anna Jordan (algunos la identificarán con una dramaturga más interesante, Kate Tempest, de la que hemos podido disfrutar en España con su Wasted), que viene promocionado por unas «provocadoras» fotos de Luz Soria, «inspiradas» (por no decir copiadas) en el trabajo de Stephanie Sarley, en las que ironiza con frutas simulando la jugosidad de los genitales. La cuestión es contribuir a una atmósfera que muchos considerarán engañosa después de lo visto. Sentadas sobre un sofá que no abandonarán ni después de los aplausos, las dos protagonistas van a proceder a declamar urbanamente un texto caracterizado por la oración simple, por la descripción clínica y por no elidir un vocabulario considerado tabú o incómodo para algunos espectadores. Sigue leyendo

La mujer más fea del mundo

El monólogo estratosférico y desaforado de Ana Rujas construido con retazos biográficos sobre el peso de su belleza

Foto de Carlos Luque

Ana Rujas es objetivamente bella. Cualquier cerebro humano detectará ipso facto que su rostro es hermoso. La belleza es un valor; porque nos produce satisfacción (a veces enorme) y nos informa, además, de ciertas ventajas biológicas (si nos ponemos darwinistas). Pero llevar ese atractivo encima las veinticuatro horas del día puede suponer un agobio. Lo que nos encontramos en el ambigú de El Pavón Teatro Kamikaze es a una actriz desgañitándose para expulsar sus demonios, como una especie de personaje perfilado por Koltès; pero aderezado con aires pop. Dispuesta como una virgen sobre el altar, llorosa no por la muerte de ningún hijo, sino por estar ahogada en un vacío interior que la impide respirar, nos escruta. Que a continuación, una vez se ha desprendido de su atuendo y se ha colgado su camiseta (con mensajito de mamá, por supuesto) y su pantaloncito corto, tome a alguien del público porque necesita bailar, supone una acción que no encaja, que desde la frialdad y sin música parece un hecho con poco criterio. El resto es un discurso basado en su propia experiencia y en la de Bàrbara Mestanza, coautora del texto. Tirada en el suelo del cuarto de baño, en plena bajona, en pelotas y en un bloqueo profundo durante horas. Rujas saca toda su furia y lo da todo, y cuando su arenga tremebunda, cargada de palabrotas, con mucho «follar», «follar» y «follar», se aleja de lo que parece puramente biográfico y se diluye en una locura onírica y lisérgica repleta de ironía, autosarcasmo y patetismo nos encontramos con un desfase lógico y terrible en aquellos que se han adentrado por la vía disoluta. Sigue leyendo