Esto no es La casa de Bernarda Alba

Una versión expresionista y onírica que envuelve en danza el texto de Lorca para caer en un feminismo inane

Esta representación sí es La casa de Bernarda Alba; y sí, las mujeres ya no viven inmersas en esa asfixia carpetovetónica de folclorismo judeocristiano, adocenante y opresor. Resulta muy paradójico que la obra comience con las presunciones del propio Lorca que resuenan a lo que afirmó en su famosa conferencia «Un poeta en Nueva York»; con aquello de: «yo necesito defenderme de este enorme dragón que tengo delante, que me puede comer con sus trescientos bostezos de sus trescientas cabezas defraudadas». El dramaturgo granadino tenía claro que su teatro debía trascender, que debía sujetar por la pechera al respetable para agitarlo en su sentir y en su conciencia. Quería, en definitiva, luchar contra ese teatro burgués convencional que no inmutaba a nadie. Porque todavía vivió en una época donde este arte podía influir y trastocar el pensamiento. Actualmente las influencias están en otro lado y lo que ocurre en los escenarios, cuando quiere ir más allá, solamente llega a una minoría. Todo esto viene a cuento de que Carlota Ferrer, como directora, y José Manuel Mora, como versionador, han jodido su propio espectáculo incluyendo una soflama final, donde Adela se trasmuta en una joven de hoy, que durante cinco minutos de epílogo, osa azotarnos con todos los tópicos teóricos del feminismo repetitivo e inane que pulula por las redes. Es ahí cuando comprendemos, efectivamente, que eso ya no es La casa de Bernarda Alba. Uno siente que todo era una excusa para llegar a ese punto. Lo único que puedo afirmar, desde mi parecer, es que si eres un artista y tienes unas ideas, transfórmalas en arte, arriésgate con ese lenguaje; pero no nos cueles tu discurso arrogante, como si fuera parte del mismo montaje. Otro aspecto que es un dislate es la inclusión en vídeo de una lapidación real. Querer amplificar el drama lorquiano hasta el punto de que todas las tropelías mundiales se asemejen catastróficamente, no puede más que tomarse como una provocación tendenciosa. Una pena; porque la función que se presenta en los Teatros del Canal posee grandes virtudes estéticas que harán disfrutar a los espectadores sensibles. Si la obra de Lorca es, en sí, toda una configuración del entramado oscuro, religioso y primitivo de aquella Andalucía de los primeros años del siglo XX; lo que observamos en esta ocasión es una estetización, una búsqueda expresionista que colinda con El público (muchos de los participantes en este trabajo lo hicieron en aquel de Rigola) y con Así que pasen cinco años. Lo raro, lo chocante, lo sensual y, principalmente, lo metafórico, se aúnan con la danza en una tentativa carnal. Cada escena está cuidada con mimo, con cierta independencia unas respecto de las otras. Amplían la sala al máximo, tanto, que Eusebio Poncela, imbuido en Bernarda, comienza su alocución desde las butacas. Su estupenda mueca malévola y esa capacidad para romper con la mirada permiten un ahondamiento en las raíces de esa mujer: la tradición incuestionable y la costumbre lógica que salvaguarda el honor. Poncia tiene a un Óscar de la Fuente, algo pizpireto al principio, y luego con su inconfundible soltura para enfrentarse a la dueña con suficiencia. Que la mayoría de los personajes femeninos sean interpretados por hombres resulta, en general, irrelevante —como en los dos anteriormente nombrados—, puesto que son caracteres, por un lado, recios, y por otro, sumisos; encorsetados en vestimentas que pudieran asemejarse a las sotanas de los curas (pensar en un convento no es baladí). Sí choca el papel de Adela, que interpreta, con demasiado ímpetu, Jaime Lorente; puesto que parece inevitable observarlo como un juego de travestismo fuera de contexto, y más cuando se encuentra con Pepe el Romano (que aquí sí se hace presente), un Igor Yebra que destaca, lógicamente en la plasticidad de sus movimientos y en esa sensualidad vigorosa que le imprime. No acabo de encontrar el verdadero interés dramatúrgico en estas elecciones; puesto que tampoco implica gran cambio. Hay que celebrar momentos álgidos visualmente como el baile de Guillermo Weickert, que hace de criada, y que mueve su cuerpo como si quisiera destruir los límites que lo constriñen. El resto de hijas cumplen orgánicamente con esas tensiones internas entre Angustias, que posee una herencia de su padre y que se ve con mayor esperanza para atisbar un futuro con Pepe, y que David Luque interpreta con una sequedad coherente con las circunstancias; y Magdalena (Arturo Parrilla), Martirio (Diego Garrido) y Amelia, que Julia de Castro encarna con brío, como un soporte físico y entrañable con su hermana pequeña. El homenaje a Renè Magritte más se percibe en los tonos oníricos, en el empleo simbólico de todos esos dóberman (caballeros) que pueblan las tablas y que vigilan inquisitorialmente; que en ese recuerdo del famoso cuadro Esto no es una pipa, aquella paradoja analizada profusamente por Foucault y que sencillamente nos remite a Platón: el artesano pretende construir una mesa imitando a la idea de mesa y el artista pinta la mesa del artesano. Aquí únicamente es un pretexto para generar ese arropamiento de la obra dentro de la obra, del texto dentro del museo. Los payasos, los cómicos, hacen y deshacen La casa de Bernarda Alba. Quizás haya que arriesgarse mucho más y ser contemporáneo no en la danza, sino en nuevos textos que de verdad se ajusten a nuestra sociedad de hoy. El empeño por buscar universales en los clásicos genera distorsiones que no producen el efecto deseado. Que haya risas en el público cuando Eusebio Poncela ordena a sus hijas enclaustarse y les indica las prohibiciones insuperables por ser mujeres que deben tener en cuenta; nos señala que esos modos están muy alejados de nosotros, en España. En otros países, desde luego, esas actitudes siguen vigentes, como podemos comprobar en la película francesa Mustang (2015), que refleja la realidad turca, con una historia similar, mutatis mutandis, a la de Lorca. Carlota Ferrer y José Manuel Mora han logrado que visual (la iluminación de David Picazo está llena de precisión y de significado) y sensorialmente podamos empatizar con las emociones que emanan de esas desdichadas; pero intelectualmente contiene elementos auténticamente desatinados.

Esto no es La casa de Bernarda Alba

Basada en La casa de Bernarda Alba, de Federico García Lorca

Versión libre de José Manuel Mora

Dirección: Carlota Ferrer

Intérpretes: Eusebio Poncela, Óscar de la Fuente, Igor Yebra, Jaime Lorente, David Luque, Julia de Castro, Guillermo Weickert, Arturo Parrilla y Diego Garrido

Dramaturgia: José Manuel Mora y Carlota Ferrer

Coreografía: Carlota Ferrer & Cía.

Escenografía: Carlota Ferrer y Miguel Delgado

Vestuario: Ana López Cobos

Utilería: Miguel Delgado

Asesoría de movimiento: Ana Erdozain

Iluminación: David Picazo

Audiovisuales: Jaime Dezcallar

Diseño de sonido: Sandra Vicente

Producción: Fernando Valero y Gema R. Lirola

Ayudantía de dirección: Enrique Sastre

Asistencia a la dirección: Mikel Babón

Ayudantía de vestuario: Christiana Ioannidou

Ayudantía de iluminación: Cristina Libertad

Coproducción: Draft.inn (Meine Seele S.L.) y Teatros del Canal en colaboración con PREVEE S.L.- Fernando Valero

Teatros del Canal (Madrid)

Hasta el 7 de enero de 2018

Calificación: ♦♦♦

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6 comentarios en “Esto no es La casa de Bernarda Alba

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