Los dramaturgos Carlota Ferrer y Darío Facal intervienen con hálito conciliador la obra de Lorca Así que pasen cinco años

A tenor de los últimos trabajos presentados por Carlota Ferrer (El último rinoceronte blanco) y Darío Facal (El corazón de las tinieblas), su unión auguraba un espectáculo potente sobre Así que pasen cinco años; y aunque es fácil identificar sus rasgos señeros, parece que se han quedado algo a medias. La última propuesta interesante sobre la críptica obra de Federico García Lorca la llevó a cabo la compañía Atalaya. Digamos que sutilmente la han hecho más fácil para el público, recolocando alguna escena, o explicando a través del micrófono ―también con algún cartel― por dónde andamos en la falsa trama. Luego, además, se percibe cierta candidez, cierto aniñamiento, también esto se debe a la juventud del elenco, a su vestuario y a una escenografía que favorece lo retro. María de Prado, habitual escenógrafa en los montajes de Facal (véase Amor de Don Perlimplín con Belisa en su jardín o Sueño de una noche de verano), suele trabajar como si el espacio se ocupara por uno de esos recortables de antaño. Piezas que bajan de las alturas para resignificar las acciones. Una artesanía, por un lado, cercana, fácilmente comprensible; y, paradójicamente, inserta, esta vez, en un territorio excesivamente oscuro y distanciador, con un estrado central que eleva a los actores; pero que además nos los aleja. Son contrastes que propician sensaciones extrañas: guiños al surrealismo buñuelesco (hormigas perroandalucescas) o de Man Ray. Luego, toda la leve trama, que es como un extenso poema de ida y vuelta por los estados temporales, se encarna con actores que se travisten, que juegan ―la obra abre esas posibilidades claramente― a hacer del sexo contrario. De esta forma, Carmen Climent se calza el mostacho como si fuera el primero que luce, y con sutil ingenuidad y sencillez sostenida, acoge al Joven. Desde el inicio conversa con el Gato, que aquí es Gata, una habilidosa Selam Ortega, que luego se encarnará en la Novia. Las conversaciones con el Viejo, con una Alicia P. Mántaras que hace resonar su voz para lanzar un equívoco argumento que ha de surcar etapas oníricas. A partir de ahí, una alegoría donde fraguan los temas esenciales con los que discurrió el dramaturgo granadino para subvertir en la nebulosa la impotencia, el amor incompleto, el paso inexorable de un tiempo que no cura nada, la virilidad, y todos esos temores sobre su sexualidad: «Asesinado por el cielo». Con un lenguaje muy similar al que empleó en El público y que se quedó inconcluso en Comedia sin título. La conocida trilogía de su «Teatro imposible». La mano de Carlota Ferrer se aprecia patentemente en la danza, que es, en gran parte, su terreno y seña de idiosincrática en sus espectáculos tan performativos. Por allí aparecen el Amigo 1 y el Amigo 2 como un desdoblamiento en el interior del espejo. La Mecanógrafa muestra su amor; y los cinco años se imponen como un margen que suena a un vuelva usted mañana kafkiano. La coreografía apuntala cada sentir como una amargura que desgarra la sinrazón. Y el jugador de Rugby se imbrica en ese mundo circense, que tan bien remite al futurismo, con ese hálito de potencia y masculinidad testosterónica. La tristeza y la fuerza aunadas en los cuerpos que se mueven como robots que están por venir. La obra, para el espectador que no la conozca, es verdaderamente completa por su cripticismo; porque no sabemos muy bien adonde asirnos para comprender qué pasa delante de nuestros ojos. En este caso, parece imprescindible acercarse al texto y adentrarse en un argumento no demasiado complejo (si se mira bien). Desentrañar los símbolos, tan apegados a la biografía del poeta, resulta necesario y, también, arriesgado. No obstante, muchos son reconocibles. El caso es observar cómo se pospone una boda para negar una realidad mucho más profunda y que tiene que ver con la auténtica orientación sexual del protagonista. Es muy conveniente afirmar que, aunque se detectan ciertas inmadureces generales en la expresión de un elenco (más o menos) poco experimentado; la obra posee, entre tanta veladura, tanto textual como espacial, un afán ―que yo creo que es algo contraproducente― conciliador con el espectador, quiere hacerse entender; porque sabe de sus imposibilidades. El gran símbolo latente ―a eso nos lleva el tiempo― es la muerte; por eso es muy acertado el redoble fúnebre de los tambores que anuncian el asesinato final, esta vez con disparos, en clara remisión a la tropelía ejercida sobre Lorca, y que él mismo temió con algún sueño premonitorio. No es el mejor trabajo de Carlota Ferrer y Darío Facal; pero merece la pena aproximarse a contemplar su mirada sobre una obra tan evocadora y fascinante.
Dirección y dramaturgia: Carlota Ferrer y Darío Facal, a partir de Así que pasen cinco años de Federico García Lorca
Intérpretes: Diego Cabarcos, Carmen Climent, Conchi Espejo, Joaquín Fernández, Tony Galán, Selam Ortega y Alicia P. Mántaras
Dirección de producción: Jordi Buxó y Aitor Tejada
Producción ejecutiva: Pablo Ramos Escola
Producción: Víctor Hernández
Escenografía: María de Prado
Vestuario y coreografía: Carlota Ferrer
Iluminación: David Picazo
Diseño sonoro: Álvaro Delgado
Ayudante de dirección: Enrique Sastre
Gerente / Regidora en gira: Celia Mira
Técnico de iluminación en gira: Rafa Gómez
Técnico de sonido en gira: Manuel Solís
Técnico de maquinaria en gira: Nuria Jiménez
Distribución: Caterina Muñoz Luceño
Comunicación: Pablo Giraldo
Fotografía: Vanessa Rábade
Diseño gráfico: Patricia Portela
Una producción de Corral de Comedias de Alcalá de Henares y El Pavón Teatro Kamikaze
El Pavón Teatro Kamikaze (Madrid)
Hasta el 8 de marzo de 2020
Calificación: ♦♦♦
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