Así que pasen cinco años

El grupo Atalaya vuelve a dar una lección estética en su versión de la obra lorquiana

Foto de David Ruano
Foto de David Ruano

Después del buen sabor de boca que nos dejó su reciente Madre Coraje, ahora los de Atalaya se han plantado en el Centro Dramático Nacional con una mirada sobria y onírica sobre uno de esos textos de teatro imposible de Federico García Lorca. También este año hemos podido disfrutar ─y lo hemos contado por estos lares─ de El Público, con una visión del simbolismo lorquiano absolutamente diferente del que aquí, con Así que pasen cinco años, ha imaginado Ricardo Iniesta. Escorado hacia una estética, por un lado, expresionista, donde la arquitectura se maximaliza y las escaleras conducen hacia la nada o el vacío y, por otra, hacia Magritte: objetual, directo y metafórico. Cuando la función se vuelve aún más onírica, también podemos encontrar esas líneas de fuga que imprimió Orson Welles en su adaptación de El Proceso. Partimos, por lo tanto, de una escenografía con pocos elementos, pero de una funcionalidad evidente, que juega con el beneficio de una iluminación donde Miguel Ángel Camacho ha sabido provocar nuestra atención. Es una virtud de esta compañía la capacidad para dinamizar los textos cuando se ponen en escena, aprovechando todos los espacios posibles de tal forma que nada entorpezca el paso de un acto a otro, de una escena a la siguiente. Lo vemos, por ejemplo, cuando aparecen delante del telón el niño y la gata, para después adentrarnos de nuevo en ese despliegue de escaleras dobles, de armario de espejos donde se multiplican las personalidades reflejadas o de los objetos que se reparten por el suelo como las tijeras, como símbolo de impotencia en el más amplio sentido del término. Lo que nos cuenta Lorca es una expresión del tiempo y de su paso, y de la consiguiente llegada de la muerte, no solo de la vida en sí, sino de las vidas que uno vive insatisfactoriamente. Obra premonitoria como ninguna, aunque siempre sea fácil decirlo a posteriori. Un joven, que Raúl Sirio conduce con aire desconcertado, poético, desde luego, pero con el susto de alguien que vive en la inconstancia. Y este aire, esa melancolía de la incertidumbre es la que nos sumerge en su sueño, con sones de Arlequín y Camarón, y viceversa, entonando La leyenda del tiempo. Así que pasen cinco años nos habla de posponer las decisiones, máxime cuando uno en su fuero interno tiene claro cuáles son sus imponderables. El viejo que es Manuel Asensio, marca el tic tac de un reloj roto y agita un abanico agujereado, atesora la memoria y se planta con voz herida como una presencia de angustia oscura. También aparecen para dar consejos juveniles, José Ángel Moreno, que se conecta con extrañeza, con la mirada a veces ida, y Raúl Vera, pura agilidad como fanfarrón y luego como jugador de rugby cuando avanzamos hacia una de las escenas más deslumbrantes, con Elena Amada Aliaga en pura sensualidad, trenzada por jirones de sábana en auténtico ejercicio circense. Es la novia que ahora rechaza al joven pasado el tiempo pactado; aunque el padre, Jerónimo Arenal, cumpliendo con el estereotipo, fuerza con autoridad con los principios de la tradición. Por otra parte, María Sanz se ofrece antes y después como verdadera sustituta, y luego se lo piensa. La mecanógrafa, la que podría grabar la memoria y el tiempo para siempre, se torna escurridiza. Su conversación con la máscara (en realidad es la madre del niño que ha muerto y que hablaba con la gata) es del todo enigmática, aunque intente, paradójicamente, ser clarificadora del tiempo desdoblado; Carmen Gallardo le aporta ese toque de locura triste. Nuevamente contamos con esa inabarcable confluencia de elementos teatrales, de la tradición con la modernidad, que Lorca conocía también, como los personajes de la Comedia del arte entre los que se encuentran los arlequines que intentan burlarse del propio tiempo. Volvemos, de nuevo, con el teatro dentro del teatro, con esas historias que se cuelan dentro de otras en un sueño inextricable, pero que de alguna manera ha de finalizar. De esta forma disfrutamos de una función sublime y extraordinaria donde el buen gusto y la coherencia demuestran que las miradas hacia las grandes obras son infinitas, aunque no todas tan sugerentes como esta.

Así que pasen cinco años

Autor: Federico García Lorca

Dramaturgia y dirección: Ricardo Iniesta

Reparto: Elena Amada Aliaga, Jerónimo Arenal, Manuel Asensio, Carmen Gallardo, Silvia Garzón, José Ángel Moreno, María Sanz, Raúl Sirio Iniesta y Raúl Vera

Espacio escénico: Ricardo Iniesta

Vestuario: Carmen de Giles

Iluminación: Miguel Ángel Camacho

Música: Luis Navarro

Espacio sonoro: Emilio Morales

Coreografía: Juana Casado

Dirección y seguimiento coral: Esperanza Abad y Marga Reyes

Maquillaje, peluquería y estilismo: Manolo Cortés

Diseño de cartel: Isidro Ferrer

Fotos: David Ruano

Producción: Centro Dramático Nacional y Atalaya

Teatro Valle-Inclán (Madrid)

Hasta el 15 de mayo de 2016

Calificación: ♦♦♦♦♦

Texto publicado originalmente en El Pulso.

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