Victoria

Esta segunda parte de la exitosa Laponia en el Teatro Fígaro se inclina más al drama que a la comedia

Ellos mismos lo afirman en alguna ocasión, nunca segundas partes fueron buenas (excepto El Padrino II). Esta propuesta es la segunda parte de la exitosa Laponia. Los mismos autores ─responsables también de la dirección─, Marc Angelet y Cristina Clemente han pretendido alargar los conflictos culturales entre un finlandés finolis y unos españoles de lo más común. Para ello, nos hemos trasladado hasta la capital del reino para que los tópicos de aquí se intenten imponer con mayor potencia. Pero esta vez la batalla campal no posee tanta enjundia, ni tanta pulla descarnada. Lo que se pierde en comedia, se gana en drama existencial. Sigue leyendo

Caperucita en Manhattan

Lucía Miranda adapta la novela juvenil de Carmen Martín Gaite en un espectáculo divertido; pero demasiado contemplativo

Foto de Dominik Valvo

La temporada anterior la gente de La tristura «pretendió» acercarse al mundo de Carmen Martín Gaite con Así hablábamos. Hace tiempo, Nieve de Medina, en Carmiña, se había encarnado en la novelista. Ahora, ya adentrados en este 2025, cuando se cumplen cien años de su nacimiento, Lucía Miranda nos presenta Caperucita en Manhattan (luego vendrá El cuarto de atrás). La cuestión es: ¿cómo debemos aproximarnos a un cuentecillo juvenil? ¿Qué conclusión debemos sacar los adultos del meollo narrado? ¿Lo atenderíamos igual si no viniera firmado por una respetada escritora? Convengamos en que, como versión sui géneris del clásico, se aparta enormemente de su referente, no ya de Perrault, si no de la bestialidad de su tradición. Sigue leyendo

La gaviota

Chela De Ferrari ha creado una versión impetuosa del clásico chejoviano con la participación de actores invidentes

La gaviota - Foto Bárbara Sánchez Palomero
Foto de Bárbara Sánchez Palomero

Junto con el Tío Vania, La gaviota se ha asentado como el clásico de la época contemporánea hiperexplotado en los últimos tiempos (y lo que queda de temporada). Eso sí, hemos asistidos a planteamientos verdaderamente peculiares. Simplemente recordemos tres: el de Oskaras Korsunovas, el de Rigola y el de Cyril Teste. Ahora, Chela De Ferrari propone un atrevido juego de espejos donde la invidencia y la visión se conjugan para destinarnos a un esfuerzo generoso de imaginación. Sigue leyendo

Mefisto for Ever

El Teatro Fernán Gómez acoge esta adaptación libérrima de la novela de Klaus Mann protagonizada por Sonia Almarcha

Mefisto for Ever - Foto de Laura Enrech
Foto de Laura Enrech

Toda la intrahistoria del Mefisto de Klaus Mann ya daría para mucho, si pensamos que el novelista tuvo un affaire con Gustaf Gründgens, el actor en el que se basó para escribir su novela. Lo verídico y lo ficcional se multiplican cuando lo metateatral, además, es uno de sus más sólidos contenidos. Y, por si fuera poco, el propio personaje de Goethe, embebido en las fuentes judeocristianas, es otro juego de máscaras absolutamente fascinante. Pero este montaje se apoya en el texto firmado por el dramaturgo Tom Lanoye; y cualquiera haya leído la novela o haya visto su magnífica adaptación cinematográfica realizada por István Szabó en 1981, comprenderá enseguida que no solo se han buscado vericuetos diferentes; sino que su máximo protagonista diría que posee otra moral. Y este punto me parece esencial; porque el Hendrik Höfgen de Mann posee un cinismo que se sustenta sí, en la ambición; pero no en una descarada inteligencia. Tenemos a un vividor, a un engreído. El Kurt Köpler que contemplamos en el Teatro Fernán Gómez posee unas ansias de carácter artístico que resultan fascinantes. Vemos a alguien afanado en el perfeccionamiento de su arte. Alguien que es capaz de transformar sus ideales por seguir siendo actor. No creo que en este Mefisto haya un amor exacerbado y existencial por su profesión; aunque, por supuesto, él se calza la máscara del seductor macabro.

Que todo el elenco lleve el rostro pintado de blanco —no con la perfección que vemos, por ejemplo, en la película; sino con los motivos del expresionismo alemán— también exige una forma de distanciamiento, que nos los deja insertos en un baile de máscaras que acentúan todas esas capas que debemos desvelar. En esto sentido, creo que resulta inevitable no acordarse de aquel Fausto, de Pandur, con algunos aspectos artísticos similares. Puesto que la escenografía y el vestuario de Anna Tusell y Arantxa Ezquerro poseen esa polvareda de ultratumba, de tiempo caduco y ceniciento, que estampa la decadencia de cierto idealismo, sustituido por otro mucho más desaforado. El fondo, como un muro hecho a jirones —no el de Berlín, todavía— está destinado a la propaganda desvencijada. La estética se caracteriza por una potencia inapelable, y más si se aprovecha la propia grada para hacer descender a los intérpretes por las escaleras de un lateral y así ampliar mucho más la visión en ese marco ya de por sí tan panorámico. Un acierto de Álvaro Lavín, no tanto en la dirección actoral; porque ha permitido un desequilibrio en las interpretaciones demasiado llamativo. Y es que Sonia Almarcha está definitivamente espléndida en el papel de Kurt Köpler. Cada personaje que encarna, en esa cabalgata de celebridades, desde el inicial Hamlet, los tamiza a través del Mefistófeles que va a llegar a ser; pero a mí su agilidad —sobre todo ese movimiento de piernas y de brazos— me ha llevado directamente al arlequín. Prácticamente en escena toda la función, absorbiendo los nuevos códigos de los mandamases llegados al parlamento. En los primeros embates de aquel día de las elecciones de 1933, cuando Hitler subió al poder, las posiciones dentro del grupo de teatro están bastante definidas. Iván Villanueva se queda con Victor Müller, un activo del Partido Comunista, y amigo de nuestro Kurt. El actor mantiene el tipo y sabe dibujar en su rostro tanto la preocupación creciente, como esas ansias que comparte con su colega de crear un teatro para el pueblo, que tenga un gran hálito revolucionario. Luego, en el otro extremo, quizás esté un poco aniñado el Niklas Weber de Nacho Redondo. El claro ejemplo de fascista de nuevo cuño, de odiador profesional y dispuesto a entregarse a la causa con toda su estulticia. Su mirada de antisemita es convincente y después, cuando parece más fuera de sí, todavía más. Aunque el papel que me parece que debería redondearse más es el del Ministro de Cultura, el Gordo; puesto que no me resulta verosímil cómo ejerce su dominio en las primeras escenas. Pienso que Darío Frías hasta bien avanzada la pieza no le imprime la fuerza necesaria a un tipo que debe ser tenebroso.

Luego, Elisabet Gelabert, cuando primeramente se mete en la piel de una gran actriz extranjera llamada Rebecca Füchs, impone su seguridad sobre las tablas para recibir el ataque de ese muchacho insolente de Niklas que no para de expeler ira. Más adelante, como Lina Lindenhoff, la actriz amante del Gordo, resultará más grotesca y hasta risible, cuando también se encarne en la reina Gertrudis.

En otro nivel se muestran Paula García Lara y Cristina Varona como actrices de la compañía, con poco fuste y con líneas que casi pueden demostrar hacia qué lado se escoran ante la incertidumbre política. Mientras que Esperanza Elipe, desde su butaca, hace de la madre de Kurt y se empeña en tareas de apuntadora. Le pone algo de humor a tanta rencilla.

En Mefisto for Ever asistimos al desarrollo de un carácter, de un quiero y no puedo, de un tipo que se agarra al arte; pero también a su ego. Mientras, idealmente, piensa que se puede jugar factiblemente con dos o tres barajas distintas; no obstante, apenas parece darse cuenta de cómo es asimilado hacia el mal. De cómo es usado por el poder, por esa estética del nazismo que ansiaba penetrar a través de todos los ámbitos de la sociedad germana. Desde luego, merece la pena asistir a las ambigüedades que atenazan a este Köpler.

Mefisto for Ever

Texto: Tom Lanoye (a partir de la novela de Klaus Mann)

Dirección: Álvaro Lavín

Reparto: Sonia Almarcha, Elisabet Gelabert, Esperanza Elipe, Iván Villanueva, Paula García Lara, Nacho Redondo, Darío Frías y Cristina Varona

Iluminación: Luis Perdiguero

Diseño audiovisual: Elvira Ruiz Zurita

Música: Iñaki Salvador

Espacio sonoro: Alberto Granados

Escenografía y vestuario: Anna Tusell y Arantxa Ezquerro

Diseño gráfico: Causa efecto

Ayudante de dirección: José Luis Sixto

Asistente de producción: Sara Pérez

Dirección técnica: Rafael Catalina

Producción: Meridional Producciones, Vaivén Producciones y El Gato Verde Producciones

Teatro Fernán Gómez (Madrid)

Hasta el 26 de marzo de 2023

Calificación: ♦♦♦

Puedes apoyar el proyecto de Kritilo.com en:

donar-con-paypal
Patreon - Logo

Laponia

Cristina Clemente y Marc Angelet han escrito una comedia que introduce una gran diversidad de temas en el clásico género del enfrentamiento de parejas

Laponia - Foto de Nacho Peña
Foto de Nacho Peña

Puede que esta obra conlleve unos prejuicios que provoquen reticencias en cierto público. Pero esto es lo que implica que el Teatro Maravillas se enmarque con la etiqueta de «comercial». No obstante, Laponia es una obra que está entre lo mejor que se puede ver ahora mismo —y en los últimos tiempos— dentro de ese género burgués del enfrentamiento entre parejas que tanto abunda en las salas —incluidas las de cine—; de hecho, la propia Tamzin Townsend ya se puso al frente de Un dios salvaje, de Yasmina Reza. La lista de referencias es larga: Los vecinos de arriba, de Cesc Gay, Anfitriones, de Inge Martín, Demonios, de Lars Norén o la catastrófica El peligro de las buenas compañías, de Javier Gomá. Podría seguir; aunque creo que es suficiente como para hacernos una idea de nuestro marco de referencia. Se debe afirmar con rotundidad que el texto de Cristina Clemente (de quien he visto Andrea Pixelada) y Marc Angelet posee ingenio y que se adentra en cuestiones morales de gran enjundia. Sigue leyendo

La cabeza del dragón

Lucía Miranda sobredimensiona la pequeña farsa infantil de Valle-Inclán para darle un vuelo espectacular

La cabeza del dragón - Foto de Bárbara Sánchez Palomero
Foto de Bárbara Sánchez Palomero

Difícil es pensar que se pueda exprimir escénicamente tanto un texto infantil como La cabeza del dragón; pero Lucía Miranda ha creado un espectáculo maravillante y lo ha dirigido con el respeto justo al autor para ganarse su dosis de libertad. El Teatro María Guerrero se ha llenado de múltiples personajes que aparecen por doquier, ocupando cualquier recodo posible, mucho más allá de la caja escénica, y convirtiendo los palcos en reductos mágicos y grotescos, donde permea el mundo adulto, ese que se esconde en la astucia del autor. No obstante, esa remisión a los que han superado la mayoría de edad y que serán los que ocuparán las butacas en cada función, no son suficientes como para crear un interés superior por un argumento cargado de tópicos, por muy ingeniosos que sean. Es una obra, esta de Valle, que llega hasta donde llega. Sigue leyendo

Casa

Lucía Miranda continúa su experimentación con el teatro documental verbatim para abordar caleidoscópicamente nuestra relación actual con el acceso a la vivienda

Casa - Foto de Javi Burgos
Foto de Javi Burgos

Ya que en los últimos años hemos asistido a varios proyectos basados en el teatro documental verbatim, podríamos distinguir un procedimiento más estricto y otro más entreverado por la dramaturgia. Al primero correspondería Port Arthur, obra que recrea milimétricamente el interrogatorio de un asesino; mientras que al segundo se ajustaría Lucía Miranda con Fiesta, fiesta, fiesta, donde trataba los conflictos de la chavalería en los institutos, y la propuesta que ahora nos compete. La dramaturga se impone toda la parafernalia investigadora, muy propia del periodismo, para recabar testimonios que trasladará tal cual a la escena. Esto es un truco, evidentemente, como bien sabe cualquier periodista, publicista o marrullero profesional. Sigue leyendo

¡Que salga Aristófanes!

La compañía Els Joglars cumple sesenta años sobre los escenarios y lo celebra con un montaje poco atrevido sobre la cultura woke

Retrato por el Fotografo Pablo Lorente
Foto de Pablo Lorente

Debemos tomar este nuevo espectáculo de Els Joglars —en su sexagésimo cumpleaños— como la segunda parte de un díptico que iniciaron con Zenit en 2017. En aquella obra atendían al desbarajuste de los medios de comunicación en relación a la tan traída posverdad. De alguna manera, ¡Que salga Aristófanes! remite a la estupefacción que ciertos ciudadanos están percibiendo sobre el agrietamiento de algunos hechos hasta ahora casi incuestionables. La idea de que todo parece ser relativo, de que todo depende de quien lo observe o de cómo les dicten sus entrañas qué opinar. Igualmente, entonces, porque tampoco ha cambiado apenas la perspectiva y la estética de la compañía, podría criticar aspectos muy similares de aquel montaje en referencia este. Es decir, bien está que alguien, dentro del seguidista y cobarde mundillo teatral actual, que parece no querer salirse ni una coma de su exquisita moralidad creadora, que los ancianos del lugar pongan en solfa las supuestas corrientes sobre, principalmente, la cultura de la cancelación. Pero digamos que, una ridiculización —más que una sátira— a la totalidad de la conocida mundo woke, parece una vía fácil destinada a la risa de tu rebaño. Porque no debemos confundir los fundamentos de algunas políticas o corrientes de pensamiento (loables en muchas de sus concepciones) con los desatinos por los que discurren sus voceros o intérpretes bisoños, quienes suelen descacharrar cualquier viso de sensatez. ¿Acaso no podemos encontrar validez en algunas, incluso muchas, de las propuestas feministas, animalistas, ecologistas o sobre el uso del lenguaje en determinados ámbitos? Creo que es, otra vez, una oportunidad perdida para dar la pelea con la consistencia que se necesita para rebatir la insolencia, la estupidez, la falta de sentido común y las desnortadas teorías que han llevado a cuestionar hechos realmente incontrovertibles como la categoría biológica ‘sexo’ o la obsesión con el heteropatriarcado como chivo expiatorio de cualquier mal, que sitúan los cambios exclusivamente culturales como la pócima mágica para alcanzar el bien. Nos acercamos a ese tenebroso territorio estadounidense, donde muchas escuelas y bastantes universidades son auténticos campos de batalla donde las ideologías de todo cuño quiebran la posibilidad del entendimiento y de la negociación. Parece que ha saltado por los aires esa concepción que Habermas define como «situación ideal de habla». Por todo ello, Els Joglars no puede hacer una satirilla, por muy oportuna que sea, ya que ellos tienen prestigio, y eso supone un colchón suficiente como para no arredrarse. Digamos claramente que han hecho una comedia de cara a su parroquia en la grandiosa Sala Roja de los Teatros del Canal, ni más ni menos. Menudo altavoz como para rascar tan poco. Así es muy fácil ganarse los aplausos. Dicho esto, el oficio pervive y el fundamento esencial del montaje tiene su aquel. Nuevamente, Fontserè se enmascara en don Quijote, por mucho que tome prestado el espíritu de Aristófanes y sus obras, aquellas donde hasta Sócrates, el hombre más sabio, podía ser criticado. El actor tiene sus tics medidos y se mete en el papel hasta sus últimas consecuencias; pero ser un viejo catedrático de Clásicas cuestionado por las formas y los contenidos de sus clases también tiene bastante de individuo pasado de vueltas, que tampoco es capaz de leer el presente y sigue pensando que posee la piedra filosofal, cuando, quizás, lo que atesore sea puro y simple autoritarismo. Los alumnos de hoy pueden ser tan estúpidos como siempre debido a su edad; pero no hay duda de que han ganado muchísimo poder gracias a cambios legislativos y, también, a los tsunamis que se pueden organizar a través de las redes sociales. Esto no quita para que el profesorado haya podido quedarse anquilosado en su incuestionabilidad. Así que podemos considerar lo más descacharrante el hecho de que a este catedrático lo hayan internado en un centro de educación psico-cultural. Algo similar a esos cursillos de nuevas masculinidades, que son «el curar la homosexualidad» de la izquierda wonderful, o sea, maoísmo de manual. Y qué mejor para la cura de este docente enloquecido, que permitirle plasmar una performance sobre las fiestas dionisiacas evocando a Aristófanes y a todos sus personajes. Expresado de esta manera, verdaderamente suena muy bien, y parecería que la confluencia del mundo literario-imaginario con la crítica a la realidad (vuelta con el caballero cervantino) podría llevarnos lejos. Pero el desarrollo de la idea no transcurre con un humor que esté a la altura; porque es demasiado blanco y blando. Si además el recurso fálico es la gran apuesta (el cipote-tótem se pasea con orgullo, pero sin más). A Xevi Vilà y a Angelo Crotti, otros internos, no les queda más remedio que colgarse unas ostentosas vergas cual sátiros juguetones. También está por ahí Dolors Tuneu, como paciente y como musa, para contribuir a la propia performance; aunque careciendo de un papel consistente. Por su parte, Pilar Sáenz, como directora del centro, y Alberto Castrillo-Ferrer, un funcionario que viene a contemplar la susodicha actuación, poseen diálogos más cómicos y absurdos, pues llevan su ideología hasta el esperpento. No es ya que este puritanismo ateo conlleve la implosión de cualquier atisbo de racionalidad, es que termina por dar pena, si no fuera por las consecuencias legales. De este último hay que valorar también su dirección de escena, pues el movimiento del elenco por esas pasarelas que configuran la escenografía de Anna Tusell puntean la función como guiñoles. En definitiva, ¡Que salga Aristófanes! es un ejercicio inane para el cometido que debiera tener, es decir: ser rompedor.

¡Que salga Aristófanes!

Dramaturgia: Els Joglars

Dirección: Ramon Fontserè

Artistas: Ramon Fontserè, Pilar Sáenz, Dolors Tuneu, Xevi Vilà, Alberto Castrillo-Ferrer y Angelo Crotti

Dirección de escena: Alberto Castrillo-Ferrer

Asesora artística: Martina Cabanas

Diseño de iluminación: Bernat Jansà

Diseño de vestuario: Pilar Sáenz

Diseño de espacio sonoro: David Angulo

Dirección técnica: Pere Llach

Escenografía: Anna Tusell

Atrezzo: Pere Llach, Gerard Mas

Confección vestuario: Mª Àngels Pladevall, I.T.A.

Sombrerería: Nina Pawlowsky

Producción ejecutiva: Montserrat Arcarons

Distribución: Els Joglars

Prensa y comunicación: Oriol Camprubí

Fotografía: David Ruano Fotografía, Sílvia Pujols Fotografía

Diseño gráfico: Nyam – Agencia Creativa, Manuel Vicente

Una producción de Els Joglars coproducida con la Comunidad de Madrid (Teatros del Canal) y la Generalitat de Catalunya.

Teatros del Canal (Madrid)

Hasta el 6 de marzo de 2022

Calificación: ♦♦

Puedes apoyar el proyecto de Kritilo.com en:

donar-con-paypal
Patreon - Logo

El grito

El sufrimiento de una mujer debido a la negligencia de una clínica de fertilidad sube a escena en un montaje altamente maniqueo

Cuando uno quiere defender una idea o una injusticia y se olvida de que existe no solo un lenguaje artístico, dramatúrgico, sino también un espectador adulto y capaz de atar cabos con inteligencia y madurez; entonces se escribe un texto maniqueo e inconsecuente con las loables luchas politicomorales. La obra de Itziar Pascual y Amaranta Osorio, quienes habían demostrado su buen hacer con Mi niña, niña mía, está repleta de hipérboles, omisiones inverosímiles y explicaciones innecesarias. Y si no fuera porque la productora Pilar de Yzaguirre ha configurado un equipo de profesionales de alto nivel, creo que El grito se hubiera quedado en espectáculo fallido. Vaya por delante que esta historia se basa en un hecho real; pero que eso no es razón suficiente como para exigir ni fidelidades ni verosimilitudes forzadas. El caso es que nuestra protagonista, llamada Aina Lóguez Amat, que es interpretada con viveza y muy buena disposición y credibilidad a lo largo de toda la función —su interpretación es la que mejor sostiene toda la trama— por Nuria García, se ha enamorado de su jefe (y viceversa). Trabajan ambos en una tienda de colchones, a ella la han convertido en empleada con contrato fijo y está enormemente ilusionada. El primer disloque brumoso lo hallamos en el personaje de él, llamado Rubén Torres, y en la caracterización que realiza Óscar Codesido, quien no encuentra una posible naturalidad, pues se ve algo constreñido en un papel que no sabemos cómo tomarlo. Sigue leyendo