Los lituanos del Teatro Municipal de Vilna presentan una versión de Chéjov trastocada por unos inesperados fallos técnicos
Cuando uno acude a ver una obra de Chéjov ya sabe a lo que se expone. Las sorpresas y los giros dramáticos permanecen ausentes, atisbándose de vez en cuando en leves gestos o en discusiones que apenas duran unos minutos. Pero, en esta ocasión, un hecho inédito en el Teatro Valle-Inclán logró llenar de inquietud al respetable. Un pitido constante y molesto apareció al comienzo de la obra y, ante la imposibilidad de anularlo, se decidió parar la obra durante unos minutos. Hasta ese momento parece que la compañía —prácticamente en escena durante toda la función— se resiste a comenzar, aunque sabemos que lo han hecho porque lo poco que dicen aparece traducido en los sobretítulos. El protagonista, Treplev, un joven aspirante a dramaturgo, se dispone a presentar a su familia su última obra, un texto lleno de lirismo interpretado por su amada Nina. Todo resulta un desastre, se llena de humo, no se comprende nada, a la vez, continuamos perplejos con el pitidito. Se mezcla la realidad con la ficción de la ficción, un Chéjov metateatral imprevisto. Ya alguien desde el público había gritado (las luces de la platea seguían hasta entonces encendidas): «¿Es esto la función?». Martynas Nedzinskas, que se mantiene meditabundo, ya sea por debut frente a sus allegados, ya sea por la impotencia de no saber qué hacer en tal situación, hace un gesto mirando al público de más o menos. También durante esos instantes previos a su obra antes de la «obra», habían intercalado explicaciones en inglés sobre la situación, pero ellos iban tirando con su Gaviota, una especie de vanguardismo. Nadie pudo asegurar, hasta que los propios técnicos los confirmaron, que todo aquello fuera premeditado. Dos horas más completaron la función, ya sin problemas, la compañía dirigida por Oskaras Korsunovas, llegada desde Lituania, había sido inspirada por el temple chejoviano. Los actores, con Martynas Nedzinskas a la cabeza, todo un líder, una máquina de la interpretación, alguien con la seguridad de cargarse a la espalda la situación que estaban viviendo. La poca vida manifiesta de La gaviota la lleva él con su furia y su desdicha. Su fracaso amoroso y artístico que lleva dentro es excesivo. También su madre, interpretada por Nele Savicenko, sabe imprimir de cinismo la atmósfera como buena actriz en decadencia. El resto ofrece, desde luego, unas actuaciones memorables. Y es casi a lo que uno puede aspirar cuando no se comulga con los planteamientos del autor ruso. Afortunadamente, tuvimos la «suerte» de que el «zumbido» nos predispusiera a una inquietud, mucho más acuciante que la de estos personajes que, entre los cuadros de costumbres, viven de enamorarse, de beber, de dejar que pase la vida e, incluso, de negar las virtudes de la fama (como el dicta Trigorin, el famoso escritor). Todo para que un alma atormentada finamente explote.
Autor: Antón Chéjov
Dirección: Oskaras Korsunovas
Reparto: Vytautas Anuzis, Kirilas Glusajevas, Dainius Gavenonis, Airida Gintautaite, Gelmine Glemzaite, Agnieska Ravdo, Kirilas Gulsajevas, Giedrius Savickas, Darius Gumauskas, Darius Meskauskas, Martynas Nedzinskas, Rasa Samuolyte y Nele Savicenko
Traducción: Sigitas Parulskis
Escenografía: Oskaras Kosunovas
Vestuario: Dovile Gudaciauskaite
Iluminación: Eugenijus Sabaliauskas
Música: Gintaras Sodeika
Vídeo: Aurelija Maknyte
Teatro Valle-Inclán (Madrid)
Hasta el 18 de octubre de2015
Calificación: ♦♦♦♦
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