Cristina Clemente y Marc Angelet han escrito una comedia que introduce una gran diversidad de temas en el clásico género del enfrentamiento de parejas

Puede que esta obra conlleve unos prejuicios que provoquen reticencias en cierto público. Pero esto es lo que implica que el Teatro Maravillas se enmarque con la etiqueta de «comercial». No obstante, Laponia es una obra que está entre lo mejor que se puede ver ahora mismo —y en los últimos tiempos— dentro de ese género burgués del enfrentamiento entre parejas que tanto abunda en las salas —incluidas las de cine—; de hecho, la propia Tamzin Townsend ya se puso al frente de Un dios salvaje, de Yasmina Reza. La lista de referencias es larga: Los vecinos de arriba, de Cesc Gay, Anfitriones, de Inge Martín, Demonios, de Lars Norén o la catastrófica El peligro de las buenas compañías, de Javier Gomá. Podría seguir; aunque creo que es suficiente como para hacernos una idea de nuestro marco de referencia. Se debe afirmar con rotundidad que el texto de Cristina Clemente (de quien he visto Andrea Pixelada) y Marc Angelet posee ingenio y que se adentra en cuestiones morales de gran enjundia. No llegaría a calificarla de obra filosófica; pero sí ejemplar, al modo neoclásico. Porque los asuntos que se abordan abarcan aspectos como la religión (el conflicto entre el pietismo finlandés, que lleva la culpa por dentro como una carcoma, y nuestro folclórico catolicismo que acepta la confesión y el perdón con gran ductilidad), en esta línea el estricto kantismo que maneja Olavi, el anfitrión, y que Juli Fabregas domina con una amabilidad y un civismo irritante, es abusivo. Luego, el choque cultural resulta maravilloso, ya que el juego con los estereotipos es exagerado, como no podía ser de otra manera en una comedia; no obstante, son bastante plausibles en nuestra sociedad y, por lo visto, en la nórdica. Así, la diferentes visiones en cuanto a cómo educar a unos niños de cuatro años es muy significativo; puesto que una parte de nuestra izquierda chupipandi ha abrazado algunas de las proclamas de esa reciedumbre protestante y de ese anticonsumismo tan purificador y, a la postre, aburrido, coñazo y soberbio. Por no decir, cómo aparecen las cuestiones matrimoniales que, son más tópicas y han sido exprimidas hasta la saciedad sobre las tablas; aunque aquí puntean nuestras contradiciones modernas, donde el clasismo es delicioso en su derrumbe moral. Fíjense todo lo que se toca. Y le puedo poner de pega que se alargue el final más de lo necesario, porque se quieren cerrar todos los cabos sueltos, y que se abusa de las palabrotas, el lenguaje soez —fundamentalmente, Amparo Larrañaga, que hace de lotera; pero resulta un poco tabernera— y que algún chiste sea un poco burdo. Eso sí, Iñaki Miramón, el esposo, que es bedel en un instituto, si bien es taponado por la potencia de su esposa, luego saca su hombría para no quedarse atrás en la defensa de sus propias convicciones.
El debate, en primera instancia, puede parecer baladí. Mónica y Ramón han decidido ir con su hijo a pasar las Navidades a Laponia, donde vive Nuria la hermana de aquella. Esta última trabaja para Nokia y tiene un puesto de relevancia, lo encarna Mar Abascal con esa capacidad que tiene para el fingimiento de su verdadero sentir; pues se ha casado con un tipo que muy distinto a como era ella al llegar. Ambos también tienen una niña de la misma edad que el primito que viene a visitarlos. Los españoles, en la tierra de Papa Noel, se encuentran a una pareja de desafectos y de anticonsumistas, que han educado a su hija en la verdad suprema y no se van a andar con cuentecitos absurdos sobre un gordo barbudo que reparte regalos por doquier. Como he comentado más arriba, asistimos a un combate multifactorial que, como era de esperar, ofrece sus buenas contradicciones para ejemplificar que nadie es tan puro en sus principios como aparenta.
Laponia supera el prejuicio que podamos tener sobre este tipo de comedias. No solo son excelentes las interpretaciones (Larrañaga impone su vitriolismo con una insolencia descomunal); sino que el libreto inserta motivos suficientes para la reflexión. Por otra parte, la escenografía de Anna Tusell y Asier Sancho, con esa casa de madera tan acogedora y que les resguarda del frío polar, nos deja una factura excelente; a la que se suma la iluminación de José Manuel Guerra con su sorpresa final. Y, además, las risas no faltan; porque, a veces, las situaciones a las que se llega son tan estrafalarias y absurdas, que uno cae en la carcajada con facilidad. Así que, qué más quieren.
Autores: Cristina Clemente y Marc Angelet
Dirección: Tamzin Townsend
Reparto: Amparo Larrañaga, Iñaki Miramón, Mar Abascal y Juli Fàbregas
Producción: Carlos Larrañaga
Ayudante de producción: Beatriz Díaz
Ayudante de dirección: Chema Rodríguez
Diseño de escenografía: Anna Tusell y Asier Sancho
Diseño de iluminación: José Manuel Guerra
Diseño de vestuario: Gabriela Salaverri
Espacio sonoro: Andrés Belmonte
Jefe técnico: David González
Diseño gráfico: Hawork Studio (Alberto Valle y Raquel Lobo)
Ilustración: 2jgrafic.com
Fotografía: Jean Pierre Ledos
Construcción de escenografía: Mambo Decorados
Teatro Maravillas (Madrid)
Hasta el 11 de diciembre de 2022
Calificación: ♦♦♦
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Un comentario en “Laponia”