Ulloa

La obra de Irma Correa se inspira en la novela de Pardo Bazán; aunque la creación resulta tan inédita como sugestiva

Ulloa - Foto de Ilde Sandrin
Foto de Ilde Sandrin

Si hubiera que juzgar este espectáculo por los supuestos objetivos extrateatrales que dice buscar, como el homenaje a Emilia Pardo Bazán en la conmemoración del centenario de su muerte y la difusión de su obra como empeño didáctico para llegar a las nuevas generaciones, entonces lo calificaríamos como fracaso o como propuesta insuficiente (y muy patrocinada), tal y como ocurrió, aunque bastante peor, con Fortunata y Benito. Si yo fuera profesor, que lo soy, y quisiera ampliar mis lecciones sobre la escritora gallega (en absoluto olvidada en el currículo como a vece se da a entender), que suelen ocurrir en el último trimestre tanto de 4º de ESO como, al año siguiente, en 1º de Bachillerato (sí, es así de absurdo) con alguna obra teatral, pues, entonces, me costaría mucho relacionar Ulloa con la novela de Pardo Bazán. Porque una cosa es reducir el argumento —con variaciones— a lo esencial, y otra muy distinta es aniquilar las circunstancias sociológicas de Galicia, los entramados de las distintas clases sociales o los diferentes aspectos del positivismo que amoldaron la novelística naturalista —tan influida por Zola—, y cambiarlos por un contexto actual que lo único que busca es agradar el gusto concreto de nuestros adolescentes y jóvenes. De todas formas, este espectáculo se puede y se debe criticar, ante todo, por lo que es en sí. Irma Correa, de quien hace unos meses contemplamos su peculiar visión de la Tristana, de Galdós, y quien, además, ha participado ya en varios proyectos de La Joven, como En la Fundación o Federico hacia Lorca, ha vuelto a realizar un buen trabajo en la concreción de diálogos ágiles y verosímiles, que se expresan a través de personajes perfilados con sutileza, en una estructura que contiene un tempo pausado que permite un desarrollo de la acción solvente. En este último aspecto, la mano de José Luis Arellano es muy ajustada a lo que se requiere, y su dirección resulta magnífica. Ciertamente, la trama no da para más y los ochenta minutos de función son los pertinentes. Entendamos que, al principio, en los compases iniciales, el ambiente es macilento y los movimientos están enlentecidos, y esto es un valor, pues evita los habituales trucos fraudulentos para captar la atención del público más impaciente. Aquí se trabaja con oxígeno para que los protagonistas tomen posiciones y cada personaje posee las líneas convenientes. Que en lugar de un pazo nos situemos en un descampado con letrero luminoso incluido: NO LAND FOR MIRACLES (reza el cartel. En inglés, claro, que es más cuqui y molón), es todo un salto mortal. Un espacio para el «éxtasis», para la danza desenfrenada en el trance estupefaciente, un terreno para la celebración de una rave (en este sentido, me falta más música electrónica y más baile, pues resulta extraño ver cómo mueven su cuerpo algunos intérpretes con los ritmos muy de fondo). Dadas las circunstancias, y aunque resulte ridículo comentarlo, es de alabar que la autora no se arredre a la hora de nombrar una buena lista de drogas y que el videocreador Álvaro Luna, entre las variadas y oníricas imágenes que proyecta, se incluya a una de las actrices con el torso desnudo (que valga esto como aviso para los docentes que luego deben dar explicaciones a los progenitores por no haber emitido un trigger warning). Víctor de la Fuente vuelve a ser protagonista, a tener un papel preponderante como en otros montajes, y continúa su progresión como gran actor que ya es, como un tipo que se siente cómodo sobre las tablas. Su Julián no es aquí un cura, pero su postura como escuchante y aconsejador lo convierten en alguien noble, y moralmente apreciable. Acude hasta allí porque le ha llamado Pedro, su amigo del instituto, un auténtico macarra, un mafioso, uno de esos «empresarios» de la noche con un pie en el narcotráfico y el otro en la fiesta. Álvaro Quintana está fenomenal, y me recordó enormemente a Roberto Álamo, con esos modos que entreveran brutalidad en el cuerpo y en su lenguaje vulgar y cuasianalfabeto, y romanticismo infantil. Su compadre Tabo, cierra la terna masculina, un Alejandro Chaparro que maneja con minuciosidad su halo de misterio. Luchas de poder. Envidia y abuso en un feudo de anomia. Sí que se percibe el primitivismo que caracteriza la novela de Pardo Bazán, pues son caracteres insertos en una burbuja que parecen negar la civilización y que lo materialización con sus broncas cernícalas y sus hablas chabacanas. Este lugarteniente malencarado y Julián se disputan el control de los dineros en una relación de violencia latente. Mientras, la terna de féminas muestra sus cartas y sus posiciones. La ex novia de Pedro, y hermana de Tabo, Sabela, carga con Perucho, una pobre criatura que lo vinculará a ese capo para siempre. María Valero hace uso de su natural espontaneidad y de cierta chulería. Su lujuria epidérmica propicia celos tempestuosos; y luego, en un acto de conciencia, intentará que Nucha despierte de su «encoñamiento» con el jefe. Esta es encarnada por María Romero con frescura y con alegría, con un entusiasmo que se oscurece, cuando va descubriendo el mundo en el que se ha metido al dejarse preñar por un hombre que vive de la mentira y de crear falsas ilusiones. Eso sí, ella simboliza—en conexión con Julián— el mundo cultural, ilustrado, ya sea por elucubrar sobre los agujeros negros o para profundizar en la poesía de Baudelaire (valga también como homenaje a su centenario). No desvelaremos cómo termina esa pareja en un desenlace repleto de tensión muy atrayente. Cristina Varona hace de Jessi, una amiga del grupo, una camarera que desea a Tabo. Pizpireta y algo simple, como si no tuviera un buen motivo existencial. Es un papel algo deslucido dentro del argumento. En otro orden, como insinuaba más arriba, la propuesta es vistosa y el hábitat creado invita a la credibilidad y a la inmersión —salvando las distancias, me recordó a esa maravilla postadolescente titulada Future Lovers—. Ikerne Gutiérrez ha realizado un trabajo escenográfico de gran valía y riesgo, pues exige del grupo subidas y bajadas peligrosas por el andamiaje. El páramo se extiende con hierbajos de mala muerte, ofreciendo un resguardo ficticio de cualquier responsabilidad social adulta. La iluminación de David Picazo incide en la nocturnidad; aunque algunos focos en manos de los intérpretes pueden jugar malas pasadas en el público «cegado». Y como decía, se echan en falta más las composiciones electrónicas —estamos en una rave y eso se tiene que notar mucho— de Alberto Granados Reguilón, uno de los compositores jóvenes más destacados del momento (véase su labor en el último Macbeth del CDN). Ulloa no vale para enseñar a Emilia Pardo Bazán (para eso son más útiles Emilia o Insolación, por poner dos ejemplos cercanos); pero es una obra que aborda entresijos y ambientes adecuados sobre nuestras últimas generaciones, que se han explorado poco teatralmente.

 

Ulloa

Texto: Irma Correa (inspirada en la novela de Emilia Pardo Bazán)

Dirección: José Luis Arellano García

Reparto: Alejandro Chaparro, Víctor de la Fuente, Álvaro Quintana, Pedro, María Romero, María Valero y Cristina Varona

Escenografía y vestuario: Ikerne Giménez

Iluminación: David Picazo

Videoescena: Álvaro Luna

Música y espacio sonoro: Alberto Granados Reguilón

Coreografía y ayudantía de dirección: Andoni Larrabeiti

Caracterización: Sara Álvarez

Cartel: Ilde Sandrin & Guillermo Vázquez

Ayudantía de escenografía y vestuario: Lua Quiroga Paúl

Ayudantía de videoescena: Arantxa Melero y Elvira Ruiz Zurita

Dirección de producción: Olga Reguilón Aguado

Dirección técnica: David Elcano

Regiduría: Daniel Villar

Ayudantía de regiduría: Paula del Fresno

Técnico de iluminación: Samuel Gaviño

Técnico de sonido: Kike Calvo

Ayudantía de producción: Paloma Rodrigo

Comunicación: María Díaz y Pedro Sánchez

Administración y gestión de públicos: Rocío de Felipe

Presidente Fundación Teatro Joven: David R. Peralto

Realización escenografía: MAY Servicios y Sfumato

Ambientación vestuario: María Calderón

Sastre: Gabriel Besa

Compañía de teatro La Joven

Teatros del Canal (Madrid)

Hasta el 4 de abril de 2021

Calificación: ♦♦♦

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4 comentarios en “Ulloa

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