Magüi Mira dirige en el Teatro Español esta obra de Irma Correa sobre la apasionada relación entre George Sand y Chopin

Escapar de la representación naturalista, que intente rehuir la verosimilitud y que, a su vez, logre trasladarnos un mundo de sentimientos genuino y peculiar, resulta bastante difícil si el contexto de aquella primera mitad del siglo XIX en París, inmerso aún en el Romanticismo, era tan determinante. Por eso, un encuentro casi fantasmagórico en esa escenografía de Curt Allen Wilmer y de Leticia Gañán marcada por el brillo insolente del vinilo, entre Chopin y George Sand, se deshilacha enseguida si los códigos de conducta se aproximan hacia nuestra contemporaneidad. Más todavía si Marta Etura compone su personaje desde un erotismo cargado con esa insistencia inicial sobre su condición de mujer que se travistió en hombre («en el tiempo en el que yo crecí una mujer que llevaba pantalones era una mujer extraña»), seudónimo incluido, para que su literatura pudiera competir en las librerías y en los salones sin el marchamo blando y estereotípico de lo femenino. Mal asunto me parece para un montaje breve que una de sus protagonistas tenga tan poco que decir de su arte, y que apenas nos manifieste, con cierta pulsión activista, tan tópica ya hoy, sus dificultades como novelista en ese mundo abusivamente masculino.
Etura —más allá de las tropelías de los dichosos micrófonos— se gusta en escena, y sabe conjugar una dureza repleta de seguridad con una sensualidad capaz de desarbolar a un genio tímido como Chopin. Pero Irma Correa, en su texto, parece más interesada en narrar una historia supuestamente tumultuosa (así lo fue), con descripciones de momentos que requieren forzar los gestos amorosos para que nos creamos que el ambiente y sus personalidades los han destinado inevitablemente. Como aquella estancia en Mallorca, de la que se realizó aquella versión cinematográfica dirigida por Jaime Camino. Por eso, la frialdad inunda el espacio cuando, en lugar de vivenciar un diálogo entreverado de efluvios tuberculosos, silencios y ansias de soledad, se avanza con la adjetivación imperiosa de un affaire que se sustenta dramatúrgicamente más en la música que en cualquier otra compulsión.
Así parece que el espectáculo derive su atractivo hacia Jorge Bedoya, quien nos deleita con el encadenamiento de nocturnos, mientras esputa retazos de un Chopin amedrentado, que se ancla en una interioridad muy resolutiva en escena; pero carente de carnalidad. Él, al menos, posee un discurso político que realmente conecta con nuestra realidad. Su Polonia ha sido invadida por los rusos y él, como romántico, cree en el poder revolucionario del arte, y los quiere machacar ingenuamente con su tecleo embriagador. Esta es, a la postre, la poca sustancia que ofrecen estos espíritus tan vaporosos.
Debemos, concluir, entonces, que la paradoja está servida. Magüi Mira, en la dirección —correcta y medida, clarificadora en el tempo que concede—, e Irma Correa, como dramaturga, traen su feminismo, ya aquilatado en tantos proyectos —de la primera, hace poco su Molly Bloom, de la segunda, su Ulloa, sobre la novela de Pardo Bazán, y Ana, también a nosotros nos llevará el olvido—, para dejar a una George Sand quitándose capas de vestido y quedarse en pantalones, mientras anhela las frivolidades de las cenas y de las fiestas con los literatos. Y sí, y amar mucho a su pianista, y a sus hijos. Pero, ¿y su pensamiento? Quizás farragoso y aburrido para un público adentrado en el verano y en los albores de otra andanada de coronavirus.
Los nocturnos termina atrayendo por sus melodías, tan evocadoras, tan melancólicas y hasta dolientes. Pero esa música, que disfrutamos, no se enhebra con unos personajes mínimamente definidos. Podrían ser unos amantes cualesquiera. Se les ha despojado tanto de unas circunstancias sociohistóricas, y se les ha usurpado tanto, también, una disertación propia enhebrada con toda una concepción vital, que la pieza sabe a poco.
De: Irma Correa
Dirección: Magüi Mira
Con: Marta Etura y Jorge Bedoya
Diseño de iluminación: José Manuel Guerra
Diseño de espacio escénico: Estudiodedos: Curt Allen Wilmer y Leticia Gañán (AAPEE)
Diseño de vestuario: Helena Sanchis
Diseño de sonido: Jorge Muñoz
Movimiento: Mónica Runde
Música: Frédéric Chopin
Piano y composiciones originales: Jorge Bedoya
Ayudante de dirección: Jorge Muñoz
Una producción de Bitò y Teatro Español
Teatro Español (Madrid)
Hasta el 17 de julio de 2022
Calificación: ♦♦
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