La adaptación de la novela de Emilia Pardo Bazán en el Teatro Fernán Gómez queda reducida a una trama costumbrista
Podemos encontrar todo tipo de excusas razonables para justificar esta versión tan convencionalista y hasta popular que se presenta en el Teatro Fernán Gómez. Y hablo de excusas, porque sabemos de los conocimientos y del buen hacer de Helena Pimenta a lo largo de su carrera. Pero lo que ha hecho Eduardo Galán con su adaptación es un claro ejemplo de cómo se encuentra el equilibrio entre el montaje desbordante y omniabarcador (que no dejara suelto ni un solo fleco) y la propuesta que «guste» a un público menos avezado o paciente entre el que se deben hallar también los bachilleres. ¿Se merecía esto el centenario del fallecimiento de Pardo Bazán? Pues a falta de otras iniciativas públicas, parece que hay que conformarse. Y aunque se insista en que esta es la primera vez que se sube a las tablas una versión de esta novela; tampoco creo que se deba desmerecer el Ulloa, de Irma Correa que hace unos meses dirigió José Luis Arellano. Dejar, entonces, la función en poco más de hora y media implica pegar unos tajos impresionantes: la política, la religión, el caciquismo y hasta las ensoñaciones esotéricas desaparecen. A cambio nos quedamos con la trama principal, que incluye el casamiento del Marqués con su prima Nucha, observado, con renuencia, por el sacerdote. Poca cosa, desde mi punto de vista, si el naturalismo en la novelista viene más por la atmósfera epocal y concreta del lugar, que por su dominio de algunos usos y costumbres de individuos de la clase más baja —como así le acusaba Clarín: «Emilia Pardo Bazán, con la vida que hace y que forzosamente tiene que hacer, siendo quien es, no puede conocer ni a los hombres, ni a cierta clase de mujeres, como es indispensable para escribir verdadera novela del mundo»—. Ahora, uno no entiende cómo se puede manifestar el ambiente, el hábitat, con la escenografía incomprensible de José Tomé y Mónica Teijeiro. No nos vale ni para imaginar la humedad caliginosa de Galicia, ni el provincianismo burgués de Santiago. Un espacio que anhela representarlo todo; pero que se queda en una vaciedad inconclusa y sin suficiente simbolismo. Las estacas que rodean la casa nos referencian una prisión; no obstante, poco más, fuera de esa evidencia. Para que la cuestión entre todavía con mayor agrado, Pere Ponce salta a las tablas para darnos el introito, antes de colarse en el personaje principal, don Julián. El actor es el único de todos los caracteres que, al menos, mantiene el pulso con su inequívoca paciencia de pacato que no sabe de la vida rural ni media. Querer caracterizar a los personajes en la primera escena llevándolos hasta la esperpentización para que nos creamos metidos en Divinas palabras, es una manera muy maniquea y hasta desvirtuadora de la profundidad de algunos personajes. Esto se comprueba excelentemente con el Primitivo de Francesc Galcerán, a quien directamente le toca hacer de «salvaje». Pero este mayordomo es mucho más sagaz de lo que se muestra inicialmente; aunque el actor no se ve capaz de reconducirlo con verosimilitud dado el primer embate desnortado. Luego, cuando encarna al señor de la Lage, apenas cumple con el estereotipo de los convencionalismos de la época. Con el difícil papel de marqués de Ulloa, Marcial Álvarez consigue, desde su buen hacer, momentos de mayor compostura; sobre todo, cuando se deshace de su brutalidad intrínseca y sabe hallar maneras con mayor decoro en la relación con sus primas. También convence su discurso, pues es un hombre sabedor de su posición ambigua y paradójica dentro de sus posesiones, y de una sociedad repleta de caciques que anhelan ampliar su poder. Por otra parte, encontramos esa interesante incursión —no desarrollada en su plenitud— en la consabida dialéctica del amo y del esclavo hegeliana que aquí escenifican el Marqués y Primitivo. Bastante más convincente resulta Diana Palazón con Sabel, sirvienta, hija del mayordomo y madre de Perucho (mantener el secreto origen de este muchacho será uno de los grandes cometidos del confesor). Adopta los modos y el lenguaje próximo a lo esperable, y con su desenvoltura habitual. Igual desparpajo desarrolla con Rita, la prima. Que el niño —debería tener cinco años— no salte corporalmente a escena (es comprensible la dificultad) es otro hándicap más que se resuelve a duras penas con algún juego de luces y la profesionalidad de Ponce. Esther Isla se queda con otro de los papeles principales. Su Nucha pierde fuelle según avanza la función; pues en el ámbito urbano se percibe mejor su personalidad; mientras que luego se desgastan bastantes matices que sí se encuentran en la novela, como su pérdida de salud, sus temores premonitorios envueltos en las supersticiones del folclore gallego. Finalmente, David Huertas interpreta al médico; pero el entramado está demasiado acogotado como para que pueda lucirse más. En cualquier caso, esta es una propuesta que, con todas las pegas que he puesto, sale adelante gracias a la capacidad artística del elenco. Insisto, para finalizar, que la importancia en la novelística decimonónica que recoge el realismo y el naturalismo radica en el análisis sociológico, en la implantación —mayoritariamente— de un narrador omnisciente que se quiere colar por todas las rendijas de la sociedad y hasta por los vericuetos de la conciencia. En gran medida se ha intentado, pienso, aproximar esta adaptación a la manera de Ibsen, como ya hizo Galdós con sus propias adaptaciones teatrales (véase, Realidad). Estaremos de acuerdo en que Los Pazos de Ulloa no se pueden reducir a una trama entre costumbrista y romántica degradada por un esperpento avant la lettre; pues el determinismo positivista requiere una concreción de estamentos y de clases que aquí no se le ofrecen al público.
Autora: Emilia Pardo Bazán
Adaptador: Eduardo Galán
Dirección: Helena Pimenta
Reparto: Pere Ponce, Diana Palazón, Marcial Álvarez, Francesc Galcerán, Esther Isla y David Huertas
Ayudante de dirección: Ginés Sánchez
Diseño de escenografía: José Tomé y Mónica Teijeiro
Diseño de iluminación: Nicolás Fischtel
Diseño de vestuario: Mónica Teijeiro y José Tomé
Vestuario: Sastrería Cornejo
Música original y espacio sonoro: Íñigo Lacasa
Producción ejecutiva: Secuencia 3
Dirección de producción: Luis Galán
Coordinación técnica y de construcción: Luis Bariego
Comunicación y coordinación de producción: Beatriz Tovar
Administración: Gestoría Magasaz
Transporte: Miguel Ángel Ocaña
Construcción de escenografía: Luis Bariego / Secuencia3
Diseño Gráfico: Alberto Valle – Raquel Lobo / Hawork Studio
Fotografía: Pedro Gato
Peluquería y maquillaje: Roberto Palacios
Teatro Fernán Gómez (Madrid)
Hasta el 7 de noviembre de 2021
Calificación: ♦♦
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