400 días sin luz

Vanessa Espín ha escrito un drama que refleja, a través de distintas vivencias, cómo transcurre la existencia sin luz durante dos años en el asentamiento de la Cañada Real Galiana

400 días sin luz - Foto de Luz Soria
Foto de Luz Soria

Antes de meterme en harina, me pregunto: ¿saldrá el espectador con una idea más o menos clara de cómo se vive en la Cañada Real? Respondo que en el Teatro Valle-Inclán no se vivencia la atmósfera degradada de aquel lugar único en Europa. El texto de Vanessa Espín es una fantasía, una fábula, hecha de realismo mágico, que sortea en exceso no solo las distintas problemáticas que cualquiera se puede encontrar en un barrio con los servicios básicos limitados; sino que se obvian otros conflictos de más calado, como la droga, o la masificación de algunas zonas. En 400 días sin luz no hay absentismo ni fracaso escolares. Sí, por el contrario, tenemos a unas honrosas mujeres luchando por sus derechos, a una muchacha que saca sobresalientes y quiere ser médica, a una joven rumana que cuida de su abuelo postizo y otros seres que sacan lo mejor del ser humano. No seré yo quien dude de estos personajes; porque, de hecho, algunos son enteramente reales, pero no vaya a ser que los espectadores se marchen a casa pensando que la disyuntiva es únicamente eléctrica. Sigue leyendo

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El beso de la mujer araña

Carlota Ferrer dirige esta adaptación de la novela firmada por el argentino Manuel Puig, donde Eusebio Poncela convence con una interpretación sugerente

El beso de la mujer araña - FotoCuando hace unos meses falleció William Hurt, se recordó ampliamente su fantástica labor actoral en la versión cinematográfica de El beso de la mujer araña (1985), con la que consiguió, entre otros prestigiosos premios, el óscar. Aquella cinta y su novela se habían quedado ancladas en un pasado que reverbera mal en nuestro presente; porque poseía reminiscencias culturalistas que hoy resultan algo exquisitas. Es algo que se comprueba en la versión que dirige Carlota Ferrer en el Teatro Bellas Artes, pues si uno de los protagonistas se pone a contar la película de 1942, La mujer pantera, de Jacques Tourneur, entonces el espectador se puede quedar pronto descolocado; si rápidamente no encaja el argumento del film. Con el libro es más sencillo aclararse; no obstante, parece más que conveniente imbricar el simbolismo de esa fémina felinesca que encarnó en el celuloide Simone Simon, y que nos ponía en la pista de cierta paradoja entre amar, perder la virginidad y metamorfosearse en un ser destructor. Sigue leyendo

Atra bilis

Alberto Velasco pone en marcha esta comedia tenebrosa de Laila Ripoll para configurar un cuadro grotesco que roza la astracanada

Atra bilis - FotoEsta obra de Laila Ripoll data del año 2000 y ella misma, con su compañía Micomicón, la puso en marcha empleando a cuatro actores travestidos en la Sala Cuarta Pared. Luego, creo, tuvo una producción gallega allá por el 2009, y ahora Alberto Velasco ha decidido montarla de nuevo, porque debe considerar que es el momento de la disuasión. Puesto que Atra bilis, ya saben, la melancolía, el humor negro, tal y como lo denominaban en la antigüedad (también así se llama la compañía de Angélica Liddell) podría enmarcarse en la astracanada, más que en el esperpento. Sería tomar la literatura gótica y su ambientación como un cajón de sastre donde se juguetea con autores y con obras que fácilmente podremos intuir. Sigue leyendo

La infamia

El secuestro de la periodista mexicana Lydia Cacho salta a escena en un espectáculo inmersivo de teatro documento

La Infamia - Foto de José Alberto PuertasHace poco menos de un mes nuestro gobierno le concedía por carta de naturaleza la nacionalidad española a Lydia Cacho. Su vida corría y corre peligro, como le ocurre a los auténticos héroes contemporáneos, esos, como muchos periodistas mexicanos, que se juegan literalmente el alma en pos de unas verdades que aspiran a mejorar sustancialmente el mundo. La biografía de esta gran mujer merece, desde luego, recrearse dramatúrgicamente, y nosotros tenemos la obligación moral de atender su denuncia, pues todo indica que, de algunos países como el suyo, solo brotan las puntas del iceberg. Sigue leyendo

Ulloa

La obra de Irma Correa se inspira en la novela de Pardo Bazán; aunque la creación resulta tan inédita como sugestiva

Ulloa - Foto de Ilde Sandrin
Foto de Ilde Sandrin

Si hubiera que juzgar este espectáculo por los supuestos objetivos extrateatrales que dice buscar, como el homenaje a Emilia Pardo Bazán en la conmemoración del centenario de su muerte y la difusión de su obra como empeño didáctico para llegar a las nuevas generaciones, entonces lo calificaríamos como fracaso o como propuesta insuficiente (y muy patrocinada), tal y como ocurrió, aunque bastante peor, con Fortunata y Benito. Si yo fuera profesor, que lo soy, y quisiera ampliar mis lecciones sobre la escritora gallega (en absoluto olvidada en el currículo como a vece se da a entender), que suelen ocurrir en el último trimestre tanto de 4º de ESO como, al año siguiente, en 1º de Bachillerato (sí, es así de absurdo) con alguna obra teatral, pues, entonces, me costaría mucho relacionar Ulloa con la novela de Pardo Bazán. Sigue leyendo

Héroes en diciembre

Una enorme piscina en el Teatro Valle-Inclán acoge la obra sobre el suicidio que firma la joven dramaturga Eva Mir

Foto de Luz Soria

Pertenece Eva Mir (1996) a una generación de dramaturgos que apuesta por un teatro de la divagación, de la expresión poética, del estatismo teórico, del deambular por las ideas sin atenazarlas, de la distancia irónica que circunda la cuestión central. Arrumbar la trama y disolver el argumento. Que sea «discípula» de María Velasco ―viene a cuento recordar aquí Petite mort―, no debe pasar por alto. Las obras de esta corriente ―encorsetada por la narraturgia―, suelen producir cierto deleite literario cuando se leen, y se saborean las mordaces metáforas sobre la vida contemporánea, y uno puede detenerse en ellas; pero esa disertación en escena, esos monólogos alegóricos son inasibles, y únicamente se pueden pillar al vuelo. La sensación ante tamaña logorrea es de abarullamiento. Las palabras, las frases se compactan en un engrudo. Así ocurre con la protagonista, Berta, de quien sabemos que se ha leído las obras completas de Shakespeare ―lo repite unas cuantas veces. El texto, en general, es felizmente recursivo; y machaconamente repetitivo―, que se dedica a escribir ―podemos tomarla como un trasunto de la dramaturga―, y que un día decidió clavarse un cuchillo para desaparecer de este mundo. Este personaje es, desde el punto de vista del acontecimiento, lo único que me parece interesante; y más me lo parecería si el resto de piezas, de papeles, tuvieran la fuerza o la peculiaridad suficiente como para ofrecer un contrapeso que engrandeciera el conjunto. Sigue leyendo

Matar cansa

Jaime Lorente nos arrastra con su fanatismo a la esencia cruenta de un asesino, a través del texto detallista de Santiago Loza

La hibristofilia es aquel trastorno, aquella parafilia, que fundamentalmente se da en ciertas mujeres, que sienten una irreprimible atracción sexual por los presos, muchos de ellos asesinos cruentos e irreductibles. Mutatis mutandis, contamos en Matar cansa, con un tipo que despierta de su letargo existencial en el momento que recibe una carta de un sicópata con decenas de cuerpos desgarrados y yertos a sus espaldas. Y esta perspectiva, adoptada por el dramaturgo Santiago Loza, al que conocemos por su obra He nacido para verte sonreír, nos permite trazar dos perfiles sicológicos concomitantes, a través de un monólogo revelador. Por otra parte, más allá de éxitos televisivos, Jaime Lorente ya venía trufando buenas actuaciones, y demostrando que ahí teníamos a un actor con futuro y con recorrido. Así lo pudimos atestiguar en El público y en Esto no es La casa de Bernarda Alba. Todos estos componentes nos aseguran una función arrastrada por la inmoralidad, por una horadante pasión orgásmica que se fundamenta en la aniquilación del otro, del ser humano que fallece súbitamente para convertirse en un amasijo de nada despersonalizada. El tipo que se atemoriza con la polilla («trato de aplastarlas sin puntería») y que parasita en el mundo, timorato, sucumbiendo a la epistaxis que aparece en la duda. El intérprete va a manejar el tempo de manera magnífica, con pausas apropiadas, con esos equívocos que contiene el texto y que le hacen retomar su relato más atrás o, incluso, a repetir lo dicho. Sigue leyendo

Con lo bien que estábamos (Ferretería Esteban)

Una historia algo simplona para montar un cabaret con la brillante actuación de Jorge Usón y Carmen Barrantes

La compañía aragonesa Nueve de Nueve ha elegido para su nuevo proyecto a José Troncoso como dramaturgo y director. Se comprenden perfectamente los gustos de este grupo, pues continúa la línea estética que presentaron hace unas temporadas con La extinta poética. En aquella ocasión, fueron Eusebio Calonge y Paco de La Zaranda quienes estuvieron al frente del encargo. Si observamos los trabajos previos de Troncoso (Las princesas del Pacífico o Lo nunca visto), es fácil asumir la línea de continuidad. Por lo tanto, nos encontramos esta vez con las mismas influencias que se vienen reconociendo desde entonces. También con algunos vicios que forman parte de su estilo. Y es que nuevamente se nos estimula con guiños estrafalarios, esperpénticos, fantasiosos, grotescos, caricaturescos e irónicamente estereotípicos, que se recrean sin fin apartándose de un posible argumento y reduciendo la trama a un motivo esencial. Con lo bien que estábamos (Ferretería Esteban) es una obra con un solo concepto que pretende abundar en otras derivas; aunque no terminan de desarrollarse profundamente. Es, pienso, una función un tanto reiterativa en su relato y corta en su dimensión. Y todo ello por varios motivos. Seguramente el fundamental sea que sus personajes parten de una guiñolización excesiva. Son seres demasiado simples, autómatas que se engarzan en el engranaje de la cotidianidad, de la costumbre inapelable. Sigue leyendo

El último rinoceronte blanco

Un vigoroso espectáculo para adaptar la obra de Ibsen, El pequeño Eyolf, y tratar el tema de la maternidad y de la pareja

Si los dos últimos montajes de la pareja Mora-Ferrer ―sin contar otros trabajos de distinto cariz dramatúrgico― me habían parecido pretenciosos y hasta inanes (Esto no es La casa de Bernarda Alba y Los cuerpos perdidos), con El último rinoceronte blanco he de afirmar que me han devuelto a las buenas sensaciones de Los nadadores nocturnos. En esta ocasión, lo performativo y lo dancístico no son fuegos artificiales para epatar al público y que sirvan para cubrir la ausencia de profundidad y de argumento. Para empezar, es justo aceptar que asistimos a diferentes momentos de gran eclosión dramática (como veremos a continuación) y que el texto intervenido de Ibsen, El pequeño Eyolf, ha resultado muy evocador y, sobre todo, reverberante con la coyuntura que vivimos. Ya el preludio es un choque de ideas, una paradoja; pues el niño, aquí llamado Jesús (las reminiscencias bíblicas en esta adaptación serán múltiples), es un engendro, en el sentido de que es un ser doblemente abandonado por los amigos con los que no puede jugar, pues está tullido (una caída cuando era bebé y que sus padres debieron evitar; pues estaban a otras cosas); y por sus padres. Sigue leyendo