El beso de la mujer araña

Carlota Ferrer dirige esta adaptación de la novela firmada por el argentino Manuel Puig, donde Eusebio Poncela convence con una interpretación sugerente

El beso de la mujer araña - FotoCuando hace unos meses falleció William Hurt, se recordó ampliamente su fantástica labor actoral en la versión cinematográfica de El beso de la mujer araña (1985), con la que consiguió, entre otros prestigiosos premios, el óscar. Aquella cinta y su novela se habían quedado ancladas en un pasado que reverbera mal en nuestro presente; porque poseía reminiscencias culturalistas que hoy resultan algo exquisitas. Es algo que se comprueba en la versión que dirige Carlota Ferrer en el Teatro Bellas Artes, pues si uno de los protagonistas se pone a contar la película de 1942, La mujer pantera, de Jacques Tourneur, entonces el espectador se puede quedar pronto descolocado; si rápidamente no encaja el argumento del film. Con el libro es más sencillo aclararse; no obstante, parece más que conveniente imbricar el simbolismo de esa fémina felinesca que encarnó en el celuloide Simone Simon, y que nos ponía en la pista de cierta paradoja entre amar, perder la virginidad y metamorfosearse en un ser destructor. Sigue leyendo

Anuncio publicitario

El sirviente

Una versión desangelada para este drama sicológico sobre las relaciones de dominación entre un mayordomo y su señor

Aumenta sin parar la lista de adaptaciones teatrales que tienen como referente en el imaginario del espectador su versión fílmica. Es imposible no recordar la cinta dirigida por Joseph Losey en 1963, con el guion de Harold Pinter (sobre la novela de Robin Maugham). Y la comparación será inexcusable cuando el público observe la disposición de esos personajes sobre las tablas, en este caso, del Teatro Español. Pero desde el principio uno «huele», «escucha», «palpa» y descubre que el hecho dramático está ausente, de que suena a viejo, a caduco y, sobre todo, a impostado. La palabra es sutileza, característica imprescindible para llevar al teatro El sirviente; y en esta propuesta no solo está lejana, sino que está sustituida por unos diálogos expresados, en la mayoría de los casos, de manera plana. El montaje se adentra en una atmósfera difusa entre la comedia y el thriller sicológico. Que el preludio sea una escena tan simplona, con unos personajes que parecen incapaces de quitarse el corsé en toda la función, no ayuda al despegue. Porque Richard, el amigo editor del protagonista, encargado de buscarle una buena mansión y que encarna Carles Francino, queda disuelto en lo anodino. Casi en la misma línea se mueve Sally, la novia, a quien Lisi Linder interpreta con algo de superficialidad. Sigue leyendo

Esto no es La casa de Bernarda Alba

Una versión expresionista y onírica que envuelve en danza el texto de Lorca para caer en un feminismo inane

Esta representación sí es La casa de Bernarda Alba; y sí, las mujeres ya no viven inmersas en esa asfixia carpetovetónica de folclorismo judeocristiano, adocenante y opresor. Resulta muy paradójico que la obra comience con las presunciones del propio Lorca que resuenan a lo que afirmó en su famosa conferencia «Un poeta en Nueva York»; con aquello de: «yo necesito defenderme de este enorme dragón que tengo delante, que me puede comer con sus trescientos bostezos de sus trescientas cabezas defraudadas». El dramaturgo granadino tenía claro que su teatro debía trascender, que debía sujetar por la pechera al respetable para agitarlo en su sentir y en su conciencia. Quería, en definitiva, luchar contra ese teatro burgués convencional que no inmutaba a nadie. Porque todavía vivió en una época donde este arte podía influir y trastocar el pensamiento. Actualmente las influencias están en otro lado y lo que ocurre en los escenarios, cuando quiere ir más allá, solamente llega a una minoría. Sigue leyendo