Las chicas de Teatro EnVilo plantean un espectáculo fulgurante sobre la insoportable velocidad de la vida moderna
La cadena de montaje fordiana sustituida por una cadena compleja de procedimientos que llevan al trabajador a ser un todo en uno. Ese Todo se va agrandando como un fetiche hiperidealizado que posee una característica primordial y paradójica: la soberbia suficiencia de los que se piensan que son algo superior y que ofrecen algo más elevado que aquellos que se ensucian las manos de grasa. De esta forma, Anabel se pone cada día el mundo por montera; es joven, es ejecutiva y puede con lo que le echen. Cierto es que ha estado una temporada de «vacaciones» —necesitaba un «descansito»—; pero ahora regresa con las pilas bien cargadas. No es muy peculiar el argumento; de hecho, le faltaría algo de complejidad en los acontecimientos que auténticamente les ocurren a diario a estas personas; pero las técnicas propias del teatro gestual logran configurar un espectáculo vivaz, que han sabido aderezar con múltiples detalles ingeniosos. Andrea Jiménez protagoniza la función y con ella vamos siguiendo paulatinamente esa mecánica de la rutina desde su piso hasta su puesto de trabajo. Su esbeltez se topa con los estrechos límites del ridículo espacio por el que debe transitar toda la acción y, a la vez, le sirve para imponerse poderosamente a diversos especímenes que se encuentra a su alrededor. La actriz conjuga el estrés bueno con el malo para dotar a su personaje de un arco dramático apuntalado con tics cómicos que le permiten ganar complicidad con el público. A ritmo de palmas hiperrevolucionadas, el resto del elenco cumple afanosamente con sus dos cometidos primordiales: contribuir a que los distintos elementos del atrezo lleguen a su destinataria, creando el hogar, configurando un automóvil o el despacho donde trabaja; y transformarse en varios personajes, cada cual más estrafalario. Noemi Rodríguez se apodera, por momentos, de todo el protagonismo. Se encarna en un esperpéntico jefe, que podría ser una síntesis de Aznar hablando con acento entre mejicano y gallego, mientras se mueve como si fuera Michael Jackson, con un ímpetu agotador. Su interpretación es tan genial y tan excesiva que el desbarre final —y un detalle inusitado que no revelaré— nos entrega a una actriz con una vis cómica apabullante. Hay que celebrar que el lenguaje políticamente correcto no haya hecho mella en estas jóvenes y que se permitan el lujo de satirizar todos los estereotipos que pululan en estos territorios laborales. Ni los hombres, ni las mujeres salen victoriosos en esta crítica a esa atmósfera tóxica. Aunque el resto de personajes son secundarios, Ariana Cárdenas nos regala a una empalagosa secretaria venezolana y soberanamente tonta; y, también, a un amante de Anabel, típico argentino chuleta y embaucador. Mientras Esther Ramos estruja su cara para ofrecernos los rostros más apamplinados del inconfundible baboso de oficina, carente de toda habilidad comunicativa para el flirteo. Además de ser una madre egoísta, de esas señoras señoras que reclaman sus dosis de cariño cuando han perdido el control de sus hijos. Ambas cumplen excelentemente con su cometido. De hecho, todo el grupo demuestra que su mecanismo está engrasado primorosamente y por eso el público se lo va agradeciendo en cada etapa. Quizás se le puede poner como pega al montaje, ya que ha pasado suficiente tiempo y que ha acumulado premios y éxito, que los objetos que se ponen en juego sean insuficientes y hasta un poco cutres para representar la vida de una ejecutiva de hoy en día. En definitiva, podemos observar una preocupación por el vestuario (permiten caracterizar concretamente a los personajes); aunque no por los elementos que se emplean para definir el despacho (mesa, planta y portátil) o su habitación (mesilla, radio y pastillero); funcionan mejor con los gestos. El contraste fundamental radica en un drama soterrado que remite a nuestra modernidad, dibujado con un humor rayano en lo grotesco, lo hiperbólico y en la ironía autorreferencial. Me ha parecido que, precisamente, el desenlace del espectáculo aúna con excelencia ambas líneas de trabajo; cuando la protagonista se adentra en lo que se conoce, dentro del campo de la sicología, como desrealización o despersonalización, que sería esa situación que alcanzan los individuos que padecen ansiedad generalizada y que consiste en una sensación de extrañeza, de sentir el mundo flotante, de no reconocerse a uno mismo, donde el tiempo y el espacio transgreden sus propios principios. Esa amalgama de percepciones se plasma artísticamente en Interrupted como un caos onírico, descacharrante y que abunda en el absurdo definitivo. En esa misma sala del Teatro Lara ya hemos visto montajes de teatro físico similares como BigBoy, y ahora las chicas de Teatro En Vilo sostienen una creación rauda y sólida que ahonda con humor en el estrés laboral que a tantos ciudadanos constriñe en su existencia.
Creación original: Fiona Clift, Andrea Jiménez, Noemi Rodríguez y Blanca Solé
Co-creadoras: Ariana Cárdenas, Philipa Hambley, Roisin O’Mahony y Esther Ramos
Dirección: Andrea Jiménez y Noemi Rodríguez
Intérpretes: Andrea Jiménez, Noemi Rodríguez, Ariana Cárdenas y Esther Ramos
Dirección artística: Andrea Jiménez y Noemi Rodríguez
Iluminación: David Roldán y Germán Gundín
Voz en off: Mónica Faro
Diseño gráfico: Ione Oleaga y George Couyas
Fotografía: César Lucas
Vídeo: Bonafide
Distribución: Isis Abellán – Proversus
Producción: Teatro EnVilo
Teatro Lara (Madrid)
Hasta el 17 de enero de 2018
Calificación: ♦♦♦♦
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