Una adaptación vivaz que despliega la maestría de Atalaya con el clásico de Fernando de Rojas

Siempre resulta interesante comprobar de qué manera se adapta teatralmente una obra como La Celestina, que tantos quebraderos de cabeza ha dado a los filólogos para determinar su género literario. Esta versión de Ricardo Iniesta toma la tragicomedia, por lo tanto, Centurio, aunque es un personaje bastante mediocre, entra en escena, igual que otros criados que no encontrábamos en la adaptación más próxima que tenemos para comparar que es la de José Luis Gómez (muy distintas estéticamente, por cierto). En menos de dos horas se compacta el asunto, algo que se puede apreciar tanto positiva —el ritmo es trepidante y nos permite recorrer toda la historia sin grandes demoras—, como negativamente — se echa en falta dramáticamente, en varias escenas, más poso para el desarrollo del amor o de la intriga; por ejemplo, el encuentro de los amantes o lo tejemanejes de la alcahueta con Pármeno y Sempronio. Puesto que se ha decidido acometer los 21 actos, parecen razonables los ajustes. Entre las virtudes, indudablemente, el lenguaje, que mantiene ese cariz mancillado e híbrido de las altas y de las bajas clases, pero que entra generosamente en nuestros oídos contemporáneos. Además, Carmen Gallardo comanda con su Celestina un montaje que vive de su astucia, de su magia, de la mirada y el gesto aviesos que la actriz despliega con maestría y que sirve de imán para el resto. Su buen hacer, sin embargo, contrasta, desgraciadamente con una Melibea —ya en la obra de Rojas bastante inconsecuente y tontorrona— que Silvia Garzón nos muestra con un acento demasiado expresivo, que se refuerza, aún más, con el histrionismo, algo ridículo, de su sirvienta Lucrecia, encarnada por Lidia Mauduit. Debemos reconocer que la historia de amor es endeble y prototípica, y si por algo se ha convertido en un clásico es, entre otros aspectos, por la complejidad de su auténtica antiheroína. Sí que se encuentran mayores matices y una vivacidad necesaria, a todos los sirvientes, principalmente al Sempronio de Manuel Asensio, muy pendenciero, y al Pármeno de Jerónimo Arenal, ejecutado con sutileza o la prostituta Areúsa, con la que María Sanz vuelve a demostrar sus capacidades corporales para transmitirnos fortaleza. Luego tenemos el planto de Pleberio que Raúl Vera, impone con algo de timidez, sin grandilocuencia, aunque con efectividad. El propio actor se encarga de Calisto y cumple con ímpetu, aunque no le favorece nada esa iluminación tan potente que se infunde sobre todo al principio. Y es que este resulta un punto flaco, desde mi perspectiva. Al igual que la escenografía, que me parece funcional cuando se juega con esas estructuras prismáticas entre las sombras, pero que se ve muy simplona cuando pretende evocar estancias. Porque el aire de todo el drama huele mucho a teatro de calle; pero al que le faltaría más despliegue, más espacio para que los personajes pudieran esconderse y que su zorrería nos diera buena cuenta de su doblez. También es cierto que nos topamos con momentos sublimes. Me parecen un acierto absoluto los cánticos (eslavos, balcánicos y galaicos) tanto del preludio como del final, nos retrotraen a tiempos oscuros, primitivos, esotéricos. De la forma, funciona visualmente muy bien la muerte de Calisto, cuando nos lo encontramos engarzado entre los hierros. En cuanto al vestuario de Carmen Giles podemos destacar el detallismo, ese hábito que cubre casi absolutamente a la «puta vieja» en un morado predestinante o el fulgurante vestido de Areúsa o la tímida elegancia en verde de Melibea. En definitiva, el trabajo de Atalaya, con la dirección de Ricardo Iniesta, propende en el movimiento más que en el esbozo humorístico. Se indaga en el escorzo, en lo expresamente teatral, aquel que busca la complicidad con el público a través de un entendimiento genuino. El elenco, como ya les hemos visto en las últimas temporadas en Así que pasen cinco años o en Madre Coraje, se conjunta con gusto y con gran profesionalidad, y eso permite cerrar un espectáculo que el respetable disfruta.
Autor: Fernando de Rojas
Dirección y adaptación: Ricardo Iniesta
Reparto: Carmen Gallardo, Raúl Vera, Silvia Garzón, Manuel Asensio, Jerónimo Arenal, María Sanz y Lidia Mauduit
Ayudante de dirección: Sario Téllez
Coros y voces: Esperanza Abad
Música: Luis Navarro y temas populares de Europa del Este y Balcanes
Espacio escénico: Ricardo Iniesta
Coreografía: actores de Atalaya
Vestuario: Carmen Giles
Realización escenografía: RAS Artesanos
Maquillaje y peluquería: Manolo Cortés
Fotografía: Luis Lillo
Grabación y edición de música: Emilio Morales
Coordinación técnica: Alejandro Conesa
Técnico de sonido: Emilio Morales
Técnico de luz: Alejandro Conesa
Contabilidad: Rocío Reyes
Producción y distribución: Masé Moreno
Producción y comunicación: Patricia Aguilera
Gestión: Elena Gordillo
Compañía Atalaya – Centro Internacional de Investigación Teatral
Teatro Infanta Isabel (Madrid)
Hasta el 30 de julio de 2017
Calificación: ♦♦♦
Puedes apoyar el proyecto de Kritilo.com en:
Un comentario en “Celestina, la tragicomedia”