Celestina

José Luis Gómez se encarna en la vieja alcahueta para ofrecernos una función llena de aciertos

Celestina - FotoAunque se haya discutido mucho acerca del género al que pertenece la Tragicomedia de Calisto y Melibea ─podemos considerarla una comedia humanística destinada a ser leída en voz alta─, sea drama o novela, el caso es que contiene una serie de dificultades rítmicas que en escena son difíciles de solventar. Digamos que la trama se evade, que se va por los cerros de Úbeda en un intento profuso por caracterizar unos modos de vida que la convierten en una obra transgresora. Debemos ser conscientes de que la grandiosidad de La Celestina radica en el foco que Fernando de Rojas establece sobre la clase social más baja de la sociedad. Aceptamos que el primer acto, en verdad, es anónimo (también aquí continúa la discusión, aunque se da casi por seguro); y, en el resto, vemos cómo enseguida cobran vida los criados de los señores y, sobre todo, la vieja alcahueta, digna sucesora de la Trotaconventos creada por el Arcipreste de Hita. La puta Celestina es un personaje grandioso de la literatura universal que recoge en sí los gérmenes de la picaresca y las habilidades donjuanescas, puestas al servicio del amor y la lujuria, también de la avaricia, pero, sobre todo, del juego. En nada disfruta más la zurcidora de virgos que repartiendo cartas, disponiendo las fichas y moviendo a su antojo a sus marionetas en su fruición lúdica. Es la propuesta que se dispone en el Teatro de la Comedia una muestra de altos vuelos, de soluciones dramáticas arriesgadas, aunque en no todos los casos resultan consistentes. Muchas de las decisiones estéticas funcionan tanto en el plano simbólico como en la consecución de una historia que se traba esencialmente a través del lenguaje más que de la acción. Primeramente, la ambientación combina la oscuridad que pronostica la tragedia, la presencia de monjes inquisidores, de sombras y sonidos premonitorios, con la menorá recordándonos que Rojas no era cristiano viejo y que aquella obra le traería problemas; por otro lado, durante la mayor parte de la función, encontramos jolgorio, bronca, sexo y hasta desprecio de la muerte. También la escenografía de Alejandro Andújar y del propio José Luis Gómez favorece espléndidamente todos estos contrastes dignos de un texto que anticipa el Renacimiento, pero que aún no suelta el Medievo. Si en lo alto, junto a las campanas que nos dan la bienvenida tañendo con toques de clamor, varias pasarelas en la penumbra sirven de callejuelas, por donde deambulan las clases altas henchidas de orgullo; abajo, hay más abajo, madrigueras ocultas al levantar las trampillas, donde los lupanares se hienden. Toda la obra, de principio a fin, está marcada por el simbolismo y eso, con una obra como La Celestina, ya es redundancia. También, por supuesto, la música de Eduardo Aguirre y el espacio sonoro pergeñado por Javier Almela apuntalan, junto a la compleja iluminación de Juan Gómez-Cornejo, un conjunto escenográfico compacto y sugeridor. Otras soluciones, como se adelantaba antes, no parecen del todo acertadas. Por un lado, si es del todo adecuado prescindir de personajes como Centurio y los criados Tristán y Sosias que, al fin y al cabo, dramáticamente no aportan demasiado; no hubiera estado mal acortar la obra todavía más en pos de un ritmo más vivo, puesto que los tejemanejes de la alcahueta con criados y prostitutas demoran en exceso la consecución del asunto principal. En otro orden, y así lo manifestó el público, el asesinato de Celestina queda un tanto ridículo con Pármeno y Sempronio golpeando un cabo contra el suelo, ahí el simbolismo no funciona, como tampoco lo hace el «cuerpo descabezado» y suspendido de Calisto de una forma tan patente en casi el centro del escenario. De lo que no cabe duda es de que Celestina se presenta como el único personaje que verdaderamente resulta redondo, y que, si no fuera por este hecho, la obra no habría cobrado tal relevancia a lo largo de la historia. Por la misma razón, José Luis Gómez es el único que puede aportar una auténtica construcción en su papel. Primero, ha optado por hacer de mujer y, después, por adoptar un acento con características manchegas y extremeñas que, dicho sea de paso, se ha metido en camisa de once varas dada la longitud de su texto (en algunas ocasiones, la eses finales desaparecidas, resurgen). Se puede afirmar tajantemente que su labor nos trae una Celestina aviesa, sardónica en algunos casos y cínica hasta la saciedad. Lamentablemente, el resto de personajes concentran los estereotipos propios de ese periodo de transición. El Peblerio en el que se enfunda Chete Lera abre y cierra con su planto la obra, enmarcándola en un halo de sobriedad que nos reconduce con entereza hacia la tragedia; junto a los lamentos de su esposa Alisa que Palmira Ferrer reproduce con tino. A Raúl Prieto le toca el pánfilo, pero cruel y violador, Calisto, que en su enamoramiento llega hasta el amaneramiento. Su amada Melibea, la esboza con dulzura y tormento Marta Belmonte. Dirigiéndonos a la clase baja, los sirvientes, primero Sempronio, un José Luis Torrijo fanfarrón y, después, Pármeno, un Miguel Cubero siempre ágil en escena. Luego, las prostitutas, Elicia, que Inma Nieto interpreta juguetonamente, y Areúsa, que en su exuberancia, Nerea Moreno lleva hasta el punto máximo de lubricidad. Finalmente, Diana Bernedo se queda con la timorata Lucrecia, sirvienta de Melibea. La mayoría de estos actores ha trabajo con José Luis Gómez en la versión que presentó la temporada anterior de los Entremeses. Los aciertos superan con creces a las pequeñas faltas, y si uno afina el oído se divertirá con el genio de la vieja puta, y si mira más allá, verá a las oscuras fuerzas intentando poner orden en las componendas de una libérrima lujuriosa.

Celestina

Autor: Fernando de Rojas

Adecuación para la escena: Brenda Escobedo y José Luis Gómez

Dirección: José Luis Gómez

Reparto: Chete Lera, Palmira Ferrer, Raúl Prieto, Marta Belmonte, José Luis Torrijo, José Luis Gómez, Inma Nieto, Miguel Cubero, Diana Bernedo y Nerea Moreno

Ayudantes de dirección: Carlota Ferrer y Andrea Delicado

Espacio escénico: Alejandro Andújar y José Luis Gómez

Ayudante de escenografía: Silvia de Marta

Vestuario: Alejandro Andújar y Carmen Mancebo

Caracterización: Lupe Montero y Sara Álvarez

Iluminación: Juan Gómez-Cornejo

Música: Eduardo Aguirre de Cárcer

Espacio sonoro: Javier Almela

Fondos de sonido: sobre trabajo de campo de José María Sicilia

Fotografía: Sergio Parra

Teatro de la Comedia (Madrid)

Hasta el 8 de mayo de 2016

Calificación: ♦♦♦♦

Texto publicado originalmente en El Pulso.

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