Un montaje sobre la tragedia shakesperiana que incide en lo esencial, protagonizado por una excelente Carmen Gallardo

La larguísima trayectoria de la compañía Atalaya deja un poso sobre la dramaturgia teatral que tiene que ver con el viejo hacer, con la elaboración artesanal y con unas señas de identidad, además, que lo aproximan a un «teatro pobre» (como desarrolló Grotowski). Por eso no podemos esperar una gran espectacularidad en cuanto a los medios empleados, en ninguno de los apartados artísticos más allá de la labor actoral. Muestras de ello han dejado en sus propuestas, a saber, algunas de las últimas: Madre Coraje, Así que pasen cinco años o Celestina. Es la pericia del actor a hora de desentrañar el carácter del personaje y la dirección tanto individual como colectiva que ejerce el director Ricardo Iniesta, quienes predisponen una atmósfera entre macilenta y vil, cuasi tenebrosa, para plasmar la concepción que Shakespeare albergaba del poder. En esta función, destaca primordialmente la interpretación de Carmen Gallardo en el papel de Lear, la actriz alcanza la convulsión y un recorrido acibarado en el derrumbe de su fuerza, de su honor y en esa decrepitud que lo asimila con su propio bufón. La voz rota y agónica, poderosa en los inicios, vaga y taciturna después en la dislocación del tiempo. Impone una templanza despampanante, la vemos ahí, adoptando esa varonil postura del orgullo, y somos capaces de subirnos a su discurso bravo. Como se sabe, el Rey ha decido repartir su reino entre sus tres hijas, siempre y cuando expresen su profundo amor. De esta forma, María Sanz como Regan y Silvia Garzón como Goneril, aúnan su cinismo como dos siamesas sagaces que pronto revelarán la inquina que sienten por el viejo. En otro orden está Cordelia, una Elena Aliaga con una dicción un tanto marcada en los versos, sufre los desafueros de su padre debido a su sincero rechazo. Hay que destacar efusivamente la labor de Lidia Mauduit haciendo de bufón ―fantástica caracterización de Manolo Cortés―; pues adquiere ese punto idóneo de maldad libidinosa y juguetona. Ciertamente la acción se embrolla, como es habitual en este tipo de tragedias shakesperianas, ya sea Hamlet o Macbeth, cuando entran en acción el duque de Gloucester, un Raúl Vera expectante ante la actitud de sus hijos, el inocentón Edgar, un personaje que va creciendo gracias a la entereza de José Ángel Moreno; y el desatado Edmund, al que Javi Domínguez interpreta en los primeros compases con bronca energía. Las ambiciones y las consiguientes traiciones no se hacen esperar; las muertes se concatenan mientras la guerra contra los franceses abre derivas insondables de tretas desgarradoras. El Rey Lear es una obra desmedida en la aplicación de las fuerzas, cuesta mucho quedarse con algún personaje, si deseamos que aflore la esperanza; al final, parece que todos chapotean en la anomia. Y de alguna manera parece que el soberano busca esa destrucción y que no confía realmente en sus herederas. Como si fuera un Alejandro Magno que observa cómo se divide su reino con la creencia firme de que aquello ya no será su creación. Toda esta dinámica de persistentes ambicionadores se plasma con la frecuente persuasión de la compañía, con ese vestuario harapiento, preparado con tino por Carmen de Giles y Flores de Giles. Comenzando por una escenografía que exprime al máximo un elemento tan sencillo como la más simple de las mesas ―muchas mesas―. El juego está servido, como un rústico lego que puede configurar un castillo, un bosque, un comedor o un espacio que se pincela para que nuestra imaginación haga el resto. Desde luego, es uno de los grandes aciertos del montaje; y aunque no es en sí novedoso funciona excelentemente para ofrecernos movimientos en todas las direcciones posibles que consiguen captar nuestra entera atención. A ello, claro, se suman las diferentes coreografías que aquilatan tanto esa furia telúrica de humanos en el límite de la racionalidad; de ahí que el trabajo de Juana Casado sea magnífico; al igual que la composición musical de Luis Navarro, pues marca el ritmo de los acontecimientos hasta la sangría final. Este Rey Lear de Atalaya, tan cargado de corporalidad, es también un ejemplo de adaptación que acude a lo esencial y que es altamente aplaudido por el público.
Autor: William Shakespeare
Dirección, dramaturgia y espacio escénico: Ricardo Iniesta
Reparto: Carmen Gallardo, Joaquín Galán, María Sanz, Raúl Vera, Elena Aliaga, Silvia Garzón, Lidia Mauduit, José Ángel Moreno, Javi Domínguez, Elena Aliaga, Raúl Vera, Joaquín Galán y José Ángel Moreno
Composición musical: Luis Navarro
Coreografía: Juana Casado
Dirección coral: Marga Reyes y Lidia Mauduit
Vestuario: Carmen de Giles y Flores de Giles
Maquillaje, peluquería y estilismo: Manolo Cortés
Texturizado y acabado escenografía: Ana Arteaga
Utilería y atrezzo: Sergio Bellido
Coordinación técnica: Alejandro Conesa
Espacio sonoro: Emilio Morales
Ayudante de dirección: Sario Téllez
Asistente de dirección: Rocío Costa
Vídeos: Felix Vázquez
Fotos: Luis Castilla
Distribución: Victoria Villalta
Producción: Paz L. Millón
Administración: Rocío Reyes
Teatro Fernán Gómez (Madrid)
Hasta 1 de marzo de 2020
Calificación: ♦♦♦
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