Carmen Maura vuelve a subir a las tablas del María Guerrero a propósito de Carlota
Resulta insólito encontrar una obra de teatro escrita en castellano que trate el género negro, con humor negro, en la negritud de Londres. En la versión dirigida por Mariano de Paco, los tintes cinematográficos están presentes desde el principio con unos títulos de crédito y una música de toque Hitchcock que propician una entrada en la obra trepidante, graciosa, inusitada (hablando en inglés como si en realidad fuera en castellano). Esa es la gran maestría de Mihura: imponer un tono desde el mismo inicio, que no suelta en ningún momento, con una coherencia tan aplastante y tan duradera que no es capaz de evitar enrollarse en sí mismo con su propio desenlace. Este es un defecto que también encontramos en Maribel y la extraña familia, por ejemplo. A Miguel Mihura le falta determinación para zanjar el asunto y en Carlota lo comprobamos aún más cuando en las habituales explicaciones detectivescas de este tipo de obras (fundamentalmente en las novelas), el barajeo de nombres, de posibilidades, de hipótesis, de conclusiones llegan al paroxismo, máxime si la función se presenta a modo de flashback mientras el cuerpo de Carlota se enfría a la espera de un asesino manifiesto.
En el descubrimiento del ejecutor de Carlota, interpretada por Carmen Maura con esa gracia y esa soltura de aire intrascendente a la que nos tiene acostumbrados (habla de asesinatos y de muertes como si se le hubiera olvidado que aquello está mal), participa como marido recién casado Alberto Jiménez, capaz de disparar con su voz a una velocidad vertiginosa en un nerviosismo impostado que domina y que, como demostró en Doña Perfecta hace tan solo un mes en este mismo teatro, es casi una seña de identidad. El punto macabro se lo coge Pilar Castro, una criada con modales peculiares y una cara quemada producto de esa personalidad diabólica que la actriz madrileña acomete con la ironía que pide el texto de Mihura. Estos tres papeles son los más paradójicos, los que dan verdadera sintonía a toda la escenificación y los que ofrecen momentos de consistencia dentro de un proceder policiaco entre absurdo y rimbombante. La Carlota de Miguel Mihura de 2013 en el María Guerrero genera calidez en poco más de la mitad de la obra, pero, luego, ese impulso, ese tono humorístico se desgasta. Y el rojo del escenario, la tensión que procura la lluvia en directo y sus relámpagos, el humor inglés y su niebla, se van disipando en ese embrollo rocambolesco que supone identificar, definitivamente, al asesino. Salvo este detalle, volvemos a disfrutar del ingenio de uno de nuestros más grandes autores, que con su inteligencia logra la risa en situaciones anonadantes y repletas de extrañeza.
Carlota
Autor: Miguel Mihura
Dirección: Mariano de Paco
Reparto: Pilar Castro, Vicente Díez, Pedro G. de las Heras, Natalia Hernández, Alberto Jiménez, Jorge Machín, Carmen Maura, Antonia Paso, Carlos Seguí y Alfonso Vallejo,
Escenografía y vestuario: Felype de Lima
Iluminación: Nicolás Fischtel (A.A.I.)
Música: Mariano Marín
Espacio sonoro: Javier Almela
Movimiento escénico: Regina Ferrando
Vídeoescena: Álvaro Luna
Caracterización: Sara Álvarez
Ayudante de dirección: Cuca Villén
Ayudante escenografía: María Matas
Ayudante vestuario: Cristina Martínez Martín
Fotos: David Ruano
Diseño cartel: Mar López / Riki Blanco
Producción: Centro Dramático Nacional
Teatro María Guerrero (Madrid)
Hasta el 2 de febrero
Calificación: ♦♦♦
Texto publicado originalmente en El Pulso.
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