La golondrina

Guillem Clua firma este melodrama sobre las consecuencias de un atentado terrorista a una discoteca de ambiente

A veces la cartelera teatral propicia unos inesperados diálogos a pocos metros de distancia. Si en el Teatro María Guerrero Espejo de víctima de Ignacio del Moral aborda ―sobre todo en la segunda pieza― el dolor y el comportamiento de una chica mutilada a causa de un atentado; en el Teatro Infanta Isabel, Guillem Clua expone su parecer sobre una cuestión muy parecida. En La golondrina se nos desarrollan esencialmente dos capas profundas que se resumen rápidamente: el amor y el odio. Y en el medio la amistad, la empatía y la extrañeza, o la música, desde el punto de vista profesional como un campo de conocimiento; pero, también, de disciplina vital. Visto así, la obra posee claros puntos de interés, desde luego. Aunque el tono puede distanciar a parte del espectador, fundamentalmente por dos características que la significan: lo cursi y el humor a destiempo. Para entender esto es necesario situarnos en el argumento que se propone. Se ha tomado como referencia el ataque terrorista ocurrido en la discoteca de ambiente gay Pulse (Orlando), acaecido en el verano de 2016, y en el que murieron tiroteadas 50 personas (la mayoría de origen hispano). Aunque en el montaje no se acaba de concretar ese hecho particular y el contexto estadounidense no queda expresado de manera evidente. La sensación es que ficticiamente ha pasado en nuestra sociedad, y quizás se matizaría su comprensión si supiéramos que es allí. La percepción en España ―es una presunción― es que ya no es tan traumática la revelación de su condición sexual de los gays a sus padres; y, por otra parte, que el componente religioso está cada vez más apartado. Parece ser que en Estados Unidos, por su cariz de marcadas influencias cristianas ―con todas esas iglesias evangélicas haciendo de las suyas―, el tema de la homosexualidad en las familias es una materia más conflictiva. En esta función, se establece un encuentro entre Amelia, una profesora de canto que da clases en su piso y un joven que ha acudido para solicitar unas lecciones. Una excusa, como intuimos enseguida, para, en realidad, sincerarse con aquella mujer. Carmen Maura vuelve a los escenarios tras aquella interpretación de hace años en Carlota. Y lo hace con un papel algo escueto y del que poco puede sacar; puesto que la tensión es muy sostenida y apenas se permite algunos toques cómicos. La actriz se desenvuelve con soltura por el escenario; aunque la carga dramática quede soterrada. Algo más de pegada tiene Félix Gómez, que hace de Ramón, un chico que quiere practicar el tema La golondrina para cantarlo en un funeral. La verdad es que viene a contarle que fue el novio de su hijo, aquel muchacho que se grabó con el móvil en la discoteca y que se despidió de su madre y que luego se hizo viral. Mientras ella se ha recluido en un grupo de apoyo en la iglesia (tanto para asentar el trauma como para obviar o reconducir emocionalmente el hecho claro de que a su hijo le gustaban los hombres), él da la impresión de que necesita liberar sus fantasmas. En la conversación que mantienen, el punto más interesante es cuando Ramón insiste en que aquel fue un ataque contra la comunidad gay, que ellos son las auténticas víctimas; mientras que Adela le responde que, si se desea la igualdad y el reconocimiento, son las víctimas de todos, que es la sociedad democrática al completo la que debe sentirlo. Un freno importante al victimismo y una exigencia de madurez. Pero como afirmaba más arriba, lo cursi se impone en varios momentos; sobre todo, en la carta final ―un recurso lacrimógeno, manido y efectista para un desenlace―, y la propia canción que interpreta con el acompañamiento del piano. Si a esto le añades esas ironías y esos guiños humorísticos que se introducen abruptamente para rebajar la tensión; entonces obtenemos un melodrama que renuncia a la hondura y que busca la aquiescencia y hasta el lloro de los espectadores. A pesar de estas pegas, la estructura de la obra y su factura atrayente ―con una escenografía diseñada por Alessio Meloni, donde se recrea de forma realista el apartamento de la profesora con todo detalle―, hacen que la función resulte entretenida y pertinente en cuanto que afronta temas como el terrorismo y la homosexualidad que forman parte de las preocupaciones de muchos ciudadanos en el mundo actualmente. Josep Maria Mestres, quien viene de dirigir hace unos meses Los otros Gondra, quizás peca de cierto estatismo; no obstante, se ajusta a los objetivos propuestos.

La golondrina

Texto: Guillem Clua

Dirección: Josep Maria Mestres

Reparto: Carmen Maura y Félix Gómez

Diseño de iluminación: Juan Gómez Cornejo

Escenografía: Alessio Meloni

Vestuario: Tatiana Hernández

Director técnico: Alfonso Ramos

Música: Iñaki Salvador

Diseño gráfico y fotografía: Javier Naval

Vídeo: Rubén Hernández

Ayudante de dirección: David Blanco

Ayudante de producción: Elisa Fernández y Sara Brogueras

Producción ejecutiva: Jair Souza

Dirección de producción: Miguel Cuerdo

Teatro Infanta Isabel (Madrid)

Hasta el 5 de mayo de 2019

Calificación: ♦♦♦

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