El Teatro María Guerrero (Madrid) acoge de nuevo la confrontación entre la costumbre rural y la modernidad urbana
Benito Pérez Galdós escribió la novela Doña Perfecta con la firme intención de construir un mundo alegórico donde se vieran representados esos frenos de la España decimonónica que no la dejaban avanzar. Después la convirtió en obra teatral y ahora Ernesto Caballero la repone tras la buena acogida de la anterior temporada. La ciudad de Orbajosa (urbe de los ajos) se configura como espacio en el que perviven las tradiciones de España y se postula como defensor acérrimo de estas. Sus habitantes reciben la visita de un joven ingeniero cargado de modernidad que llega de Madrid a reunirse con su tía doña Perfecta. A partir de entonces, la lucha dialéctica contra las fuerzas vivas de este joven llamado Pepe Rey será continua. Su mayor rival será, sin duda, don Inocencio, un cura que no rehúye el debate y que demuestra, enseguida, el pensamiento del lugar y que es llevado por Alberto Jiménez con una dicción fulgurante que consigue poner en marcha toda la acción dramática. Luego, doña Perfecta, símbolo del autoritarismo y la costumbre recalcitrante, trabaja desde un cinismo que lleva la actriz Lola Casamayor con esa sonrisa natural que sabe congelar mientras escucha a su sobrino Pepe, un Roberto Enríquez algo fanfarrón con el que nos podemos sentir más cercanos y que es realmente el auténtico protagonista del texto galdosiano. A ellos se une Rosario, muchacha que aspira a casarse con Pepe Rey y que parece un personaje algo deslavazado, como si estuviera aún por hacer. A su vez, ofrecen un contrapunto divertido y disuasivo las Troyas, una «chiquillas» del pueblo que desde su inocencia y picardía, se encargan de abrir un poco las ventanas para que entre aire fresco y que Vanessa Vega, Julia Moyano y Diana Bernedo interpretan con coreográfica soltura. Ahora, lo que consigue mejorar la obra y lograr que no nos parezca envejecida, a pesar de que el tema posee absoluta vigencia, es la propuesta escénica de Ernesto Caballero. En su versión, él mismo introduce sus propios símbolos actualizadores: un viaje en coche por carretera hasta Orbajosa, los vaqueros que viste Pepe Rey, el vídeo de un loro gigante o la música de Peter Gabriel con letras que hablan expresamente del miedo (al otro, a lo desconocido). Pero los mayores símbolos son, por un lado, el escenario girando como un tiovivo, como un círculo vicioso e interminable del que uno es incapaz de salir, repleto de costumbres obligatorias y tradiciones intocables, y, por otra parte, la gigantesca cara proyectada de doña Perfecta sobre la pared principal del escenario como si fuera una premonición orweliana. Quizás, la única pega del montaje sea el uso del pasillo como zona de representación y que eso provoque una pérdida de perspectiva para el espectador, sobre todo en momentos cumbre, pero, por lo demás, si comprendemos enseguida que estamos enfrascados en una batalla de símbolos, Doña Perfecta es una de las obras que mejor reflejan la historia reciente de España.
Doña Perfecta
Versión y dirección: Ernesto Caballero
Reparto: José Luis Alcobendas, Diana Bernedo, Lola Casamayor, Roberto Enríquez, Karina Garantivá, Alberto Jiménez, Jorge Machín, Toni Márquez, Julia Moyano, Paco Ochoa, Belén Ponce de León y Vanessa Vega
Escenografía: Jose Luis Raymond
Iluminación: Paco Ariza
Vestuario: Gema Rabasco
Videoescena: Álvaro Luna
Caracterización: Vicky Marcos
Ayudante de dirección: Antonio C. Guijosa
Fotos: Andrés de Gabriel y David Ruano
Diseño de cartel: Mar López
Teatro María Guerrero (Madrid)
Hasta el 24 de noviembre de 2013
Calificación: ♦♦♦
Texto publicado originalmente en El Pulso.
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