La bella Dorotea

El Teatro Español recupera obra del dramaturgo madrileño Miguel Mihura. Una historia sencilla en la que prima el humor absurdo y la rebeldía de su heroína en el chismoso ambiente de un pueblo costero

La bella Dorotea - Foto de José Alberto Puertas
Foto de José Alberto Puertas

En primera instancia, no parece que «actualizar» La bella Dorotea, estrenada en 1963, situándola en los años setenta, sea suficiente como para que nos pueda decir algo que no resulte tan ingenuo como caduco. Y eso que el tema del chismorreo y el critiqueo generalizado se ha revitalizado en los últimos años debido al uso patológico de las redes sociales. Pero Amelia Ochandiano se ha quedado en una década que estéticamente se nos hace pop y nos colorea la ferroviaria costa cantábrica. Por lo tanto, el entretenimiento naíf se impone sobre un texto que ha envejecido mal. Esto ocurre, desde mi modesta opinión, porque lleva un ritmo interno muy desigual, y el humor que se destila requiere en nuestras acostumbradas percepciones audiovisuales una vivacidad insolente que en el Teatro Español decae en el suceder de las escenas.  Sigue leyendo

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Escena – Fin de temporada 2018-19

Una vez terminado el curso, llega la hora de repasar lo más destacable de la esfera teatral

Foto de marcosGpunto

Al final siempre ocurre lo mismo, los montajes excelentes se reducen a un escueto puñado; pero, si echo la vista atrás y comparo esta temporada con las cuatro o cinco anteriores, parece que la cosecha ha sido, en general, peor. Puede ser por diferentes motivos, entre otros, mi propia percepción subjetiva (puedo estar equivocado) o que la crisis no se ha terminado para el mundo teatral (seguramente nunca pase ya y sea necesario acostumbrarse a esta situación), o, también, que cuesta más atrapar a un público que vive sometido por muchas tentaciones «culturales», como, por ejemplo, las series de televisión. La clave sigue siendo el espectador. Y la crítica, claro. Aunque no pueda competir en influencia contra cientos de retweets claqueros. Merece la pena hacer un repaso para recalcar cuáles han sido los mejores montajes y señalar, además, alguna obra que, por distintos motivos, si no ha sido grandiosa sí que ha conllevado detalles sobresalientes. Primeramente, es justo reconocer que algunas de las versiones o adaptaciones de clásicos (antiguos o de nuevo cuño, de aquí o de otros lares) han ofrecido facturas encomiables. Como fueron La fiesta del viejo, con la idiosincrasia argentina para traer a la actualidad El rey Lear (lo pudimos disfrutar durante muy pocas fechas en El Umbral de Primavera). Sigue leyendo

Tres sombreros de copa

Natalia Menéndez dirige la famosa obra de Miguel Mihura con un montaje con una factura magnífica

Foto de marcosGpunto

Seguramente el mayor problema que tiene esta obra de Miguel Mihura sea la pérdida del contexto para exprimir con mayor tino su crítica y su sátira sutil a una época. Ya, claro, no nos puede decir tanto como antaño, porque, por un lado, el matrimonio ya no es lo que era y; por otra, los personajes carpetovetónicos ahora son más pop y hedonistas de lo que ellos quisieran. Lo que realmente mantiene vigencia es el humor, tan genuino y chocante que hoy tiene una reverberación sin igual en la figura del humorista Joaquín Reyes (y su troupe). Es un humor basado en el ingenio, en buscar el recoveco de la palabra para lograr el chiste inverosímil, que se apoya en lo absurdo tanto como en la sagacidad, en la búsqueda de discursos alternativos, a veces, más sensatos que los reales. Es un humor, además, que requiere un oído atento para desentrañar el hallazgo extraño que llega de improviso y sin que se nos deje recuperar el aliento. Escuchamos a Groucho Marx, a Jardiel Poncela, a Tip y Coll, a los Monty Python y a esa lista de mentes privilegiadas capaces de establecer una nueva lógica a nuestra manera de pensar. Con Tres sombreros de copa ―a diferencia de otras comedias suyas (véase Maribel y la extraña familia)―, el ritmo no decae y el arco dramático que se establece en el inicio culmina muy proporcionalmente al final. Sigue leyendo

Ninette y un señor de Murcia

Vuelve la mejor obra de Miguel Mihura a las tablas del Teatro Fernán Gómez

Ninette FotoSe puede considerar Ninette y un señor de Murcia una de las obras mejor construidas por Miguel Mihura (a diferencia de otras como Maribel y la extraña familia), a la vez que original en su disposición (respecto a Carlota, por ejemplo). Cómo dentro de una comedia que se presenta sencilla y cercana para el público, en la que se despliegan todas las artimañas humorísticas del autor madrileño, se esconde toda una paradoja de tintes políticos y sociológicos. Que un provinciano de aquellos años sesenta, que se considera orgullosamente de derechas, procedente de Murcia, arribe a París con el ánimo de airearse y desfogarse durante quince días, termine felizmente «encerrado» en una casa de huéspedes. Toda una contradicción: venir de un país en plena dictadura a una ciudad caracterizada por la libertad de sus gentes y su moral abierta, y encontrarse en un bucle romántico con una muchacha tranquilona, hogareña, celosa, pero, a la vez, muy echada para adelante. Todo un personaje. O toda una colección de personajes. El primero, lógicamente, Jorge Basanta, Andrés, el señor de Murcia, quien nos anuncia al comienzo sus intenciones con cierta campechanía; se le ve cómodo en su papel de joven un tanto ingenuo y estupefacto ante lo que le ocurre. A su lado está su amigo, que Javier Mora lleva con exageración y con tono bronco que provocan un gran contraste en los diálogos. Julieta Serrano, como Madame Bernarda da rienda suelta a todos esos juegos lingüísticos entre el francés y el castellano. El toque político y reivindicativo lo pone Miguel Rellán, un obrero asturiano, muy particular y que el actor resuelve con medida energía. Finalmente, la Ninette que interpreta Natalia Sánchez posee el justo punto de picardía combinado con su porte de mandona, aderezado con un sensual acento francés. Es toda una virtud la de Mihura construyendo caracteres que permitan el diálogo fluido, pero también el choque constante. Sigue leyendo

Carlota

Carmen Maura vuelve a subir a las tablas del María Guerrero a propósito de Carlota

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Resulta insólito encontrar una obra de teatro escrita en castellano que trate el género negro, con humor negro, en la negritud de Londres. En la versión dirigida por Mariano de Paco, los tintes cinematográficos están presentes desde el principio con unos títulos de crédito y una música de toque Hitchcock que propician una entrada en la obra trepidante, graciosa, inusitada (hablando en inglés como si en realidad fuera en castellano). Esa es la gran maestría de Mihura: imponer un tono desde el mismo inicio, que no suelta en ningún momento, con una coherencia tan aplastante y tan duradera que no es capaz de evitar enrollarse en sí mismo con su propio desenlace. Este es un defecto que también encontramos en Maribel y la extraña familia, por ejemplo. A Miguel Mihura le falta determinación para zanjar el asunto y en Carlota lo comprobamos aún más cuando en las habituales explicaciones detectivescas de este tipo de obras (fundamentalmente en las novelas), el barajeo de nombres, de posibilidades, de hipótesis, de conclusiones llegan al paroxismo, máxime si la función se presenta a modo de flashback mientras el cuerpo de Carlota se enfría a la espera de un asesino manifiesto. Sigue leyendo

Maribel y la extraña familia

Maribel y la extraña familia continúa representándose en agosto de la mano de Gerardo Vera

Maribel y la extraña familia - Foto

«El humor es verle la trampa a todo, darse cuenta de por dónde cojean las cosas; comprender que todo tiene un revés, que todas las cosas pueden ser de otra manera, sin que por ello dejen de ser tal como son», decía Mihura. Y lo podemos comprobar en la Maribel y la extraña familia que ha montado Gerardo Vera en el Infanta Isabel. Un montaje repleto de grandes detalles que agrandan la obra: los números musicales, las acertadas proyecciones de vídeo o la elección de los temas que suenan en los diferentes momentos. Pero no es el montaje lo que más resalta, sino, tratándose de Mihura, el humor. El humor de Mihura se ha recuperado en el último decenio con programas de televisión como La hora chanante o Muchachada nui comandados por Joaquín Reyes. En esos programas se ha vuelto a la extrañeza de la cotidianidad, a las conversaciones faltas de lógica y a la rareza que supone la ausencia de implicaturas, es decir, las cosas se muestran en primera instancia, tal como son, carentes de simbolismo para así desactivar el tópico o la convención. Sigue leyendo