Personas, lugares y cosas

Irene Escolar impone su maestría para protagonizar este drama de Duncan Macmillan sobre adicciones en el Teatro Español

En nuestra sociedad la droga corre por doquier, quien no lo vea es porque no ha mirado suficiente. Muchas, muchísimas de nuestras violencias tienen detrás adicciones a los estupefacientes. De la farándula sabemos (así lo van revelando sin pudor sus gentes) que es un sector idóneo para el enganche a las sustancias (véase la exitosa serie Yo, adicto). Gentes especiales que se atreven a subirse a un escenario, a ponerse delante de una cámara, a enfrentarse a un público que no asume que frente a ellos no está el personaje que tanto lo fascina, sino una persona. Sigue leyendo

FitzRoy

La expedición de cuatro mujeres alpinistas resulta bastante insulsa en esta obra de Jordi Galcerán, que dirige Sergi Belbel en el Teatro Maravillas

No sé si al espectador le va a resultar muy atractiva una comedia donde permanentemente el poder de la amistad va resolviendo las cuitas pequeñas y las medianas; porque los asuntos graves en esta función no terminan de acontecer. Tampoco encontramos un enemigo al que vencer, ni un contrincante que descubra auténticamente las vergüenzas de las otras. Sigue leyendo

Juana de Arco

Marta Pazos vuelve a centrarse en la expresión de su estilo para trazar una performance con poca sustancia argumental

Juana de Arco - Foto de Jesús Ugalde
Foto de Jesús Ugalde

Una de las películas más subyugantes de la historia del cine es La pasión de Juana de Arco, de Dreyer. En ella, el cineasta se preocupa, con esos primeros planos tan célebres, de relatar el martirio de la joven con los mínimos elementos, con las fotografías más esenciales y tan verdaderas. Si uno la visiona, además, con la música que compusieron Jesper Kyd, Ole Schmidt, Victor Alix y Léo Pouget, entonces la experiencia estética, efectivamente, te aproximará a esa agonía. Y esto es lo que no consigue Marta Pazos, pues, nuevamente, como hemos podido comprobar en algunos de sus últimos montajes (Comedia sin título, Safo,…) se centra en desarrollar su estilo. Sigue leyendo

Poeta en Nueva York

Carlos Marquerie nos somete a una performance tan compleja como el poemario lorquiano en las Naves del Matadero

Poeta en Nueva York - Vanessa Rabade
Foto de Vanessa Rabade

En los últimos años, que tan profusísimamente se ha representado a Lorca, ya sea en su faceta dramatúrgica como poética (además de semblanzas y biografías); los mayores atrevimientos se han dado con su «teatro imposible». El público ha tenido varias adaptaciones (incluida una japonesa), Comedia sin título, igual, (más «terminación» o «conclusión» de Alberto Conejero, con El sueño de la vida) y Así que pasen cinco años, en la misma medida. Esta propuesta de Carlos Marquerie, acompañado por Pedro G. Romero, que enlaza estéticamente (no faltan temas similares) con la anterior obra, Descendimiento, vendría a reforzar y a ampliar la mirada contemporánea, más libérrima, sobre las creaciones más vanguardistas del artista granadino. Sigue leyendo

Hedda Gabler

Àlex Rigola vuelve a plantar su singular caja escénica, para elaborar el drama del dramaturgo noruego Henrik Ibsen. Un planteamiento esencialista, que nos remite a las ansiedades existenciales que hoy asolan el mundo moderno

Hedda Gabler - Foto Sílvia Poch
Foto de Sílvia Poch

Desde hace tiempo el teatro de Àlex Rigola me produce tedio, y que este sea el tema esencial en la Hedda Gabler de Ibsen es, en sí, una satisfactoria paradoja. Acumula el creador propuestas (véase 23F., Un país sin descubrir… o La gaviota) que escarban denodadamente en la metateatralidad, y que parten del frío distanciamiento de la autoficción; donde los intérpretes hacen de ellos mismos, con sus propios nombres, y con remisiones personales muy del gusto del público teatrero. Son clichés ya de nuestra contemporaneidad, repetidos hasta la saciedad. Lo peor es que introduce narración y se lleva al respetable de la manita en su «cuento». Un rollo. Sigue leyendo

El burlador de Sevilla

El Teatro de la Comedia presenta una oscura versión que desubica a don Juan y nos permite escuchar los versos con mayor claridad

El burlador de Sevilla - Foto de Sergio Parra
Foto de Sergio Parra

En 2018 se representó esta misma obra sobre el escenario del Teatro de la Comedia y, por aquellas, ya se quisieron excusar sus pergeñadores con todo tipo de vericuetos lingüísticos. Don Juan quema en las manos de una sociedad vigilante y con la espada del feminismo enhiesta. Parece que las preocupaciones de Xavier Albertí y de Albert Arribas van en otra dirección, quizás más literaria. Se continúa con el esencialismo que se ha impuesto desde que llegó Lluís Homar a la Compañía, y que tuvo en Lo fingido verdadero su penúltimo ejemplo la temporada anterior. El burlador se nos muestra despojado de época, de contexto y se sumerge en una oscuridad que impregna el ambiente y su carácter. La fanfarronada cae y aparece la desfachatez en el gesto, en la mirada y en la mandíbula. Tiene el Tenorio de Mikel Arostegui apostura de chulo, de hortera de discoteca con su camisa translúcida y su desnudo integral. Su emblema: «Sevilla a voces me llama / el Burlador, y el mayor / gusto que en mí puede haber / es burlar una mujer / y dejarla sin honor», resonará ya avanzada la función. Aquí parece incidirse en la pulsión sicopática; aunque en el fondo encontremos «razones» políticas, casi revolucionarias, en los desvirgamientos. La honra es el gran tema de los Siglos de Oro (y de antes, y de después). Para derrotar a los futuros aristócratas se requiere hundir su línea de flotación. En cualquier caso, el actor se sitúa con una fuerza imperiosa y un poderío tenebroso que sostiene a lo largo de la función sin un ápice de agotamiento. Porque también se enhebra el placer máximo que supone la conquista, el dominio del lenguaje para «entontecer» a las damas y la templanza para no caer en las redes del amor y ablandarse.

Por otra parte, nuestro héroe queda subsumido por una atmósfera premonitoria. La tenebrosidad del espectáculo, tanto por la propuesta escenográfica de Max Glaenzel, quien ha situado una larga mesa como divisoria de dos mundos, noble y plebeyo, luminoso y oscuro, terrestre e inframundano, que igual vale para lecho, banquete o sepulcro, como charco que se deba inundar cuando el chirimiri caiga sin piedad; como por la iluminación de Cornejo, que tiene la habilidad de hacer sobresalir de la sombra cada mueca. La estética, definitivamente, delinea una ética. Y el vestuario de Marian García Milla, que enlute a los caracteres, hace el resto de lo que podría considerarse una misa negra con todo su protocolo salvaje hasta el final, donde no tiene cabida el perdón, como así suelta don Gonzalo: «No hay lugar, ya acuerdas tarde».

Paradójicamente, la sensación es de distanciamiento, de frialdad; no obstante, el fulgor procede de la palabra, emitida por monólogos de gran consistencia, como el que compone Isabel Rodes, poco antes de toparse con el náufrago encarnada en la pescadora Tisbea. Con la lluvia sobre ella, la actriz realiza un complejo ejercicio de interpretación manteniendo un pulso que no decae en ningún instante. Después, aunque con otro cariz muy diferente, el infalible Rafa Castejón, bajo la piel de don Gonzalo de Ulloa, saca a relucir su capacidad para mostrarse tan natural y describir Lisboa con toda «maravilla» («octava»). Más luego, marcar su ira en el trascendental desenlace, con el Tenorio arrastrado a los infiernos.

Luego, por otra parte, Jorge Varandela se lleva mucho a su terreno al lacayo Catalinón, ofreciendo esa fluidez que imprime siempre a sus papeles, expeliendo bondad y una frescura sin igual. Magnífico. Por su parte, Arturo Querejeta sentencia con su socarronería, primero como embajador y, después, como padre de don Juan. Sí que se percibe en el rey que hace Antonio Comas una sentenciosidad algo anticuada, aunque su voz de tenor vibra en el piano cuando recita el soneto que reúne algunos de los versos más profundos de la obra: «Envidian las coronas de los reyes / los que no saben la pensión que tienen,…». Ciertamente, el elenco está muy afinado y da buenas réplicas al burlador para que, de alguna manera, comprendamos que se dan toda una serie de resistencias ante tamaña desvergüenza.

Otro asunto es si se debiera haber apostado por Andrés de Claramonte como autor y haber dejado a Tirso de Molina en la recámara; porque Alfredo Rodríguez López-Vázquez da buena cuenta, en su edición de Cátedra, de unos buenos argumentos en favor del actor y dramaturgo murciano.

En definitiva, creo que es una vuelta de tuerca que, en lugar de buscar polémicas, está destinada a la escucha, al deleite que suponen unos versos cargados de potencia literaria y de la manifestación de que no solo el mal está donde más fácil creemos identificarlo.

El burlador de Sevilla

Atribuida a Tirso de Molina o a Andrés de Claramonte

Dirección y versión: Xavier Albertí

Dramaturgista: Albert Arribas

Reparto: Jonás Alonso, Miguel Ángel Amor, Cristina Arias, Mikel Arostegui Tolivar, Rafa Castejón, Antonio Comas, Alba Enríquez, Lara Grube, Álvaro de Juan, Arturo Querejeta, Isabel Rodes, David Soto Giganto y Jorge Varandela

Escenografía: Max Glaenzel

Iluminación: Juan Gómez Cornejo

Vestuario: Marian García Milla

Asesor de verso: Vicente Fuentes

Sonido: Mariano García

Ayudante de dirección: Jorge Gonzalo

Ayudante de escenografía: Paula Castellano

Ayudantes de iluminación: David Hortelano y Víctor Longás

Ayudante de vestuario: Emi Ecay

Coproducción: Compañía Nacional de Teatro Clásico y Grec 2022 Festival de Barcelona

Teatro de la Comedia (Madrid)

Hasta el 13 de noviembre de 2022

Calificación: ♦♦♦

Puedes apoyar el proyecto de Kritilo.com en:

donar-con-paypal
Patreon - Logo

La voluntad de creer

Pablo Messiez ha partido de la obra La palabra (Ordet), popularizada en el cine por C. T. Dreyer, para actualizar la relación entre la fe y la verdad, en un espectáculo dotado con una inteligente ironía

La voluntad de creer - Foto de Laia Nogueras
Foto de Laia Nogueras

Pablo Messiez ha traído con soberana inteligencia el drama realista (La palabra) del danés Kaj Munk, convertido en un clásico del cine por Dreyer, a nuestro presente vaporoso desde una ironía demoledora. Y, aunque parezca increíble, ha logrado desarrollar una función altamente divertida, con tintes berlanguianos y absurdos.

Primeramente, el dramaturgo y director porteño suelta a su habitual troupe para que nos convoquen hacia el acontecimiento. Crean una atmósfera anticipatoria muy fértil, que pretende romper con la cuarta pared en un diálogo con el público que no irá únicamente por la trillada idea metateatral, sino hacia una dimensión religiosa, estética o existencial, según sea el lugar desde el que accedamos al relato. Sigue leyendo

23-F. Anatomía de un instante

Una función esquelética en el Teatro de La Abadía sobre el golpe de estado fallido, que firman Javier Cercas y Àlex Rigola

23-F. Anatomía de un instante - FotoSi Àlex Rigola abraza desde hace tiempo la autoficción (véase Un país sin descubrir de cuyos confines no regresa ningún viajero), el estilo sobrio que rompe la cuarta pared para sumar al público (véase Vania) y hasta la política (véase, Un enemigo del pueblo), encontrarse con Javier Cercas, un deambulador de los márgenes (no)ficcionales de la literatura, entonces su encuentro es aplastantemente lógico. Pero también debo reconocer que el dramaturgo catalán ha encadenado una serie de propuestas, desde mi punto de vista, fallidas. Y 23-F. Anatomía de un instante es una más, en lo que debemos tomar ya por una defenestración del prestigio. Sigue leyendo