El burlador de Sevilla

El Teatro de la Comedia acoge una versión sobre Don Juan que pretende ajustar cuentas con el famoso seductor

Llega esta versión como si se debiera pedir perdón antes de montarla. Así afirma su director, Josep Maria Mestres en el programa de mano: «Hay que destacar también que las mujeres del burlador de Tirso son de una modernidad radical para su época. Son activas, desean, toman decisiones…, denuncian a su agresor (el me too no queda tan lejos). A través de ellas el autor nos descubre prejuicios, convicciones y comportamientos machistas seculares. Arrancarlos de raíz es ya nuestra labor». Lo que nos encontramos en escena es a un Don Juan algo macarra, más pendenciero, menos fino en sus modos; aunque de la misma manera obcecado en sus afanes conquistadores. ¿Es un «agresor»? Raúl Prieto encarna al mito con ambigüedad, porque le han arrebatado la sutileza y él ofrece en su voz cierta marginalidad callejera. Desde luego ejerce sus dotes de seductor con vigorosidad, sin regodearse hasta el infinito como el Johannes del famoso Diario de Kierkegaard. Afirmaba el filósofo danés: «Seducir a todas las muchachas es la expresión masculina del anhelo femenino de dejarse seducir de una vez por todas en cuerpo y alma». Tenorio necesita grandes retos, no puede abusar, debe lograr sus objetivos mediante estrategias agudas y certeras; ellas deben aceptar el riesgo de sus emociones paradójicas. El mayor ejemplo en la obra de Tirso de Molina es Tisbea —interpretada por Mamen Camacho con verdadera entrega y furor—, en su temor por ser engañada está el morbo de arriesgarse. Son vidas estéticas igualmente, destinadas al placer; a pesar de que las derrotas de ellas sean descomunales. Poco interés tiene «engañar» a ingenuas, a timoratas y a inocentonas. Las cuatro mujeres «burladas» también buscan obtener sus beneficios, ya sean sexuales, de clase social o de honor; aun a sabiendas de que el apuro es máximo. En esta versión de Borja Ortiz de Gondra se perciben interpolaciones como las gracias que escuchamos en la boca de Catalinón, el fiel criado, un Pepe Viyuela que aprovecha sus habituales gestos y esa bonhomía que expele naturalmente para dar el contraste pertinente a la desfachatez de su amo; aunque en general no se notan cambios sustanciales en el argumento. Ya sabemos que la trama posee una estructura bien sencilla: sucesión de conquistas y una cena apocalíptica. En esta función lo más llamativo son ciertas decisiones artísticas que no me parecen acertadas en su conjunto. Me refiero, por una parte, al vestuario diseñado por María Araujo. Si lo que se pretendía era trascender la época del siglo XVII, me parece que se mezclan trajes de aquí y de allá sin mucho criterio, y sin una justificación contextual. Comenzamos con el colorido de unos atavíos más que festivos a lo napolitano; para saltar a unas corbatas a la última de pijerío andaluz. Por su parte, la escenografía de Clara Notari, en esta ocasión no resulta adecuada, desde mi punto de vista, para adentrarnos en un ambiente identificable que cohesione las partes. Podríamos estar en Sevilla o en Bagdad con tanto mármol como si fueran Las mil y una noches. Desde luego, gana visualmente cuando impera la sencillez, como en la boda de Aminta. Un pequeño problema que encuentro en la dirección es el embarullamiento. Algo que podemos percibir en el baile inicial —con ese juego con las cartulinas a modo de puzle que es algo torpe—; mientras los actores se quedan sin espacio para moverse. Aspecto este que cambia radicalmente cuando en distintas fases la generosidad del grupo produce una gran verosimilitud y buenas vibraciones cuando amenizan algunas escenas con música o con el bullicio, ya sea de los pescadores o de los invitados a la boda. En general, el verso del reparto no es muy esforzado que digamos, solventan más por oficio que por soltura verbal. En otro orden de cosas, las interpretaciones, dentro de un reparto tan amplio, nos dejan actuaciones más o menos meritorias. Es el caso de Ángel Pardo, que toma el rol del Marqués de la Mota con gran apostura y socarronería. O Lara Grube, una Aminta juguetona y algo casquivana. Me ha gustado mucho José Juan Rodríguez, los celos de su Batricio en los apartes alcanzan un buen punto de desdicha y de resignación. En conclusión, la apuesta de El burlador de Sevilla que presentan Mestres y Ortiz de Gondra no pasa de correcta. Me ha parecido carente de rumbo y de ambición; es decir, no aporta una visión o, más bien diría, una atmósfera que haga contemplar a Don Juan con nuevos ojos; quizás aquellos no tan justicieros. Porque aquí da la impresión de que se han propuesto sustituir el castigo divino que arrastra al pecador a los infiernos, por un contemporáneo pudor políticamente correcto que directamente lo califica de «psicópata». Puestos así, seguramente mejor apuntarlo a ese Índex de nuestro presente, que no para de crecer con nuestros remilgos y la incapacidad de algunos para leer literatura.

El burlador de Sevilla

Autor: Tirso de Molina

Versión: Borja Ortiz de Gondra

Dirección: Josep Maria Mestres

Reparto: Elvira Cuadrupani, Raúl Prieto, Ricardo Reguera, Pedro Miguel Martínez, Samuel Viyuela González, Egoitz Sánchez, Mamen Camacho, Pepe Viyuela, Irene Serrano, Juan Calot, Ángel Pardo, José Juan Rodríguez, Lara Grube y José Ramón Iglesias

Asesor de canto: Juan Pablo de Juan

Vídeo escena: Álvaro Luna

Asesora de verso: Pepa Pedroche

Coreografía: Jon Maya Sein

Composición musical y espacio sonoro: Iñaki Salvador

Iluminación: Juanjo Llorens

Escenografía: Clara Notari

Vestuario: María Araujo

Teatro de la Comedia (Madrid)

Hasta el 3 de junio de 2018

Calificación: ♦♦♦

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2 comentarios en “El burlador de Sevilla

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