La voluntad de creer

Pablo Messiez ha partido de la obra La palabra (Ordet), popularizada en el cine por C. T. Dreyer, para actualizar la relación entre la fe y la verdad, en un espectáculo dotado con una inteligente ironía

La voluntad de creer - Foto de Laia Nogueras
Foto de Laia Nogueras

Pablo Messiez ha traído con soberana inteligencia el drama realista (La palabra) del danés Kaj Munk, convertido en un clásico del cine por Dreyer, a nuestro presente vaporoso desde una ironía demoledora. Y, aunque parezca increíble, ha logrado desarrollar una función altamente divertida, con tintes berlanguianos y absurdos.

Primeramente, el dramaturgo y director porteño suelta a su habitual troupe para que nos convoquen hacia el acontecimiento. Crean una atmósfera anticipatoria muy fértil, que pretende romper con la cuarta pared en un diálogo con el público que no irá únicamente por la trillada idea metateatral, sino hacia una dimensión religiosa, estética o existencial, según sea el lugar desde el que accedamos al relato.

Nos encontramos en un lógico espacio vacío —ya de por sí lo es en esa nave del Matadero— que Max Glaenzel ha ideado para que luego las paredes móviles vayan creando de la nada el hogar. Estamos en algún lugar del País Vasco, Amparo, la tercera hermana, que Mikele Urroz acoge con un resquemor contenido, ha regresado a su casa, una vez ha visto mundo y ha podido huir de un ambiente de costumbres asfixiantes. Viene con su mujer, Claudia, que está a punto de dar a luz, y que Marina Fantini encarna con verborrea argentina una positividad folclórica que después se desmorona.

Se nos hace conscientes del destino aciago. Incluso se da por supuesto que todos sabemos lo que va a ocurrir. Para ello, el personaje interpretado por José Juan Rodríguez, que es el más cautivador, por el misterio que conlleva, nos va trasladando las auténticas claves de este montaje. Él, en su desvarío como un Jesucristo redivivo, expresa la importancia de creer. Las ideas de Kierkegaard resultan esenciales, no solo para comprender el texto original, sino también para asumir el punto de vista actualizado. Para el filósofo danés, la ironía, que es nuestro lenguaje predilecto en este planeta que sentimos a la deriva, no construye nada, es destructora, y exige en los demás la tarea del hacer. Esto lo vemos claramente, aunque habría que profundizar mucho más por otros vericuetos, en Felicidad, la hermana mayor, postrada en una silla de ruedas. Rebeca Hernando está sublime y sus frases resuenan vitriólicas hasta el extremo. Les recuerda a los demás, principalmente a Paz, su hermana, una poeta sin suficiente fuste, que Carlota Gaviño representa con orgullo quebradizo, que están vacíos en esa huida hacia delante que los mantiene en la nada.

Luego, cuando el parto se complique y aparezca el médico, que hace Íñigo Rodríguez-Claro, el contraste entre la vía de la fe y el de la ciencia será más acuciante. Supondrá el momento en el nosotros debemos caer en esa voluntad por creer que ante nuestros ojos se ha propiciado un milagro o que, en nuestra secularización descreída, no es más que una curación espontánea. En cualquier caso, nos debemos confiar al pacto ficcional que exige el teatro.

Solo le puedo poner dos pegas. Una, que recargue de tanto texto la obra, como si el paralelo con el metraje del film lo hubiera sometido demasiado (tengamos en cuenta que a través de un pequeño monitor podemos ir viendo la película), cuando, a veces, se requería más silencio para digerir la tragedia. Dos, que se insista demasiado en ese aspecto metateatral en parte pirandelliano y, en otra parte, vocacional respecto a la ficción y al arte. Al fin y al cabo, es una propuesta que nos confía hacia la verdad, que es, junto a la fe, un campo de incerteza.

Pablo Messiez ofrece un espectáculo profundo y escurridizo que puede ser comprendido y disfrutado desde distintas perspectivas, sin tener que apabullarse necesariamente con cuitas teológicas.

La voluntad de creer

Texto: Pablo Messiez a partir de La palabra de Kaj Munk

Dirección: Pablo Messiez

Reparto: Marina Fantini, Carlota Gaviño, Rebeca Hernando, José Juan Rodríguez, Íñigo Rodríguez-Claro y Mikele Urroz

Diseño de espacio escénico: Max Glaenzel

Diseño de iluminación: Carlos Marquerie

Diseño de sonido: Iñaki Ruiz Maeso

Ayudante de iluminación: Juanan Morales

Diseño de vestuario: Cecilia Molano

Entrenamiento corporal: Elena Córdoba

Temas musicales: Viene clareando (Atahualpa Yupanqui) en versión de Leda Valladares y María Elena Walsh; Vidala del último día (Raúl Galán y Rolando Valladares) en versión de Sílvia Pérez Cruz

Producción Buxman Producciones: Pablo Ramos (producción ejecutiva) y Jordi Buxó y Aitor Tejada (dirección de producción)

Ayudante de producción: Roberto Mansilla

Ayudante de dirección: Javier L. Patiño

Residente ayudantía de dirección: Noelia Pérez

Una coproducción de Teatro Español y Buxman Producciones

Agradecimientos: A todo el público que nos acompañó durante el proceso de ensayos y a Sílvia Pérez Cruz

Para la escritura de esta obra, el autor disfrutó de una residencia de escritura en la Sala Beckett en 2022

Naves del Español en Matadero (Madrid)

Hasta el 23 de octubre de 2022

Calificación: ♦♦♦♦

Texto publicado originalmente en La Lectura de El Mundo

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