Electra

Fernanda Orazi utiliza este mito clásico para recrearse en una forma paródica de hacer teatro

Electra - Foto de Luz Soria
Foto de Luz Soria

¿Y si los clásicos no nos dicen nada? ¿Y si somos incapaces de observar ciertas obras del pasado sin trasladarles la mirada escéptica y desencantada que nos ha impuesto ya definitivamente la posmodernidad? ¿Significa algo para nosotros Electra si esta no provoca la catarsis? Se lleva tanto tiempo estableciendo una perspectiva tan distanciadora, tan irónica y tan lateral sobre obras ya constituidas, que se ha negado el acceso a la verdad en la ficción. Sigue leyendo

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Barbados en 2022

Pablo Remón ha decidido reescribir su obra de 2017 para intentar revitalizar un texto que discurre en mero descubrimiento de las palabras

Barbados en 2022 - Vanessa Rabade
Foto de Vanessa Rabade

Como nos viene a demostrar Pablo Remón, aquella propuesta que presentó en el 2017 en el ambigú del Teatro Pavón Kamikaze, titulada Barbados, etcétera, favorece, no solo una revisión, sino una plena reconstrucción; pues supone un artefacto que se fagocita mientras crece ad infinitum en un éter de vacuidad. En el fondo, aunque no sea estrictamente la misma obra, no hay gran diferencia, pues el mecanismo sigue funcionando igual; siquiera se da una estilización que nos aleja de la genuina pulsión metateatral que poseía aquella. Aquí, en el Condeduque todo parece más alejado; pero también más masificado, pues la escenografía de Monica Boromello nos remite al caos desde el que propenden esos humanoides que se presentan delante de nosotros: la caja escénica es ocupada por la ruina, con los focos por el suelo, arenilla, humo, escombro; excepto, por una elipse para la acción coronada por una gran luminaria que los sitúa en una especie de planetario que nos induce a pensar en una galaxia desconocida. Sigue leyendo

Descendimiento

Carlos Marquerie traslada al ábside del Teatro de La Abadía el poemario de Ada Salas inspirado en el cuadro de Rogier van der Weyden

Descendimiento - FotoUno intuye que debe existir una secta secreta de admiradores del cuadro el Descendimiento y que de forma subrepticia acuden a la sala 024 del Museo del Prado como si fuera una capilla. Mi propio padre pertenece a esa secta y, de alguna manera, es una pintura más cercana que otras para mí. Si Carlos Marquerie decide concitar el poemario de Ada Salas, del mismo título que la obra de Van der Weyden, y que según la autora —así lo escuchamos de un magnetófono que desciende lentamente— esa pintura flamenca era una presencia, una atracción casi nebulosa que ahora le había provocado una mirada más insistente; entonces, nosotros, los espectadores, debemos estar preparados. Acudir a este acontecimiento sin haber observado este óleo, sin haber leído alguno de los poemas convocados, sin asumir ciertos códigos del simbolismo religioso —no solo católico o cristiano— es destinarse a la constante confusión de la Estética, como estudio de las emociones. Caer en el emotivismo, en el apabullamiento sensitivo —si es que llega—, es reducir una expresión artística a una percepción fatua, a una espuria asistencia nihilista, que se desvanecerá al poco tiempo como los fuegos artificiales. Todo ello, si no aparece la sentencia inevitable de la estupidez. Sigue leyendo

Los días felices

Fernanda Orazi se pone en las manos de Pablo Messiez para darnos una clase de interpretación en esta adaptación del Beckett más simbólico

Foto de marcosGpunto

Los días felices de Samuel Beckett puede ser una obra de lo más sencilla; aunque si nos empeñamos en la sobreinterpretación puede resultar tan abstrusa como deseemos. Lo que sí parece evidente es que el texto sigue conteniendo un discurso potente y actual en grado sumo, de hecho, ahora mismo es casi clarividente. Eso sí, hemos de reconocer que su dramaturgo redujo al límite las posibilidades espectaculares y, esa circunstancia, es lógico, provoca que todos aquellos que desean poner sobre las tablas su propia adaptación lo tengan extremadamente difícil para llamar la atención a todos aquellos que conocen la obra. Aun así, Pablo Messiez ha conseguido ofrecernos un montaje preciso, donde todo el peso recae en una interpretación exquisita de Fernanda Orazi. Su Winnie está lanzada por una alocución remarcada en pausas sincopadas, en gestos del rostro medidos, en una expresividad de los brazos que muñequizan a la protagonista, y que se adentra en una logorrea abusada por la reiteración. En la adaptación del argentino Messiez le ha dejado a su actriz que mantenga su acento porteño y le ha concedido algunos dichos que, en cierta medida, a nuestros oídos, potencian irónicamente el estereotipo neurotizante y parlanchín que solemos atribuirles. En el primer acto, una insoportable rutina se desgrana con el hálito del entusiasmo. Inmovilizada de cintura para abajo, encastrada en un montículo de escombros y la sensación, como así será, de que todo puede ir a peor. La vida misma y la vejez consiguiente, la existencia misma y el sufrimiento. Sigue leyendo

Doña Rosita, anotada

Pablo Remón sobredimensiona a Lorca para ofrecernos una versión fabulosa a través de su biografía sentimental

Foto de Vanessa Rabade

Avancemos que Pablo Remón acaba de presentarnos un montaje culmen, producto de todo un proceso de desarrollo dramatúrgico que se ha ido macerando en unos pocos años. Tras La abducción de Luis Guzmán, 40 años de paz, Barbados, etcétera, El tratamiento, Los mariachis y Sueños y visiones de Rodrigo Rato (firmada esta última también por Roberto Martín Maiztegui) llega esta Doña Rosita, anotada para acertar con un equilibrio conceptual, técnico y sentimental que nos sitúa ante una función que debe servir para ejemplificar una forma de hacer teatro en nuestra contemporaneidad, y una manera de versionar. La deconstrucción que aplica el dramaturgo sobre el texto de Lorca ―recordemos que fue su penúltima obra teatral (1935), aunque su origen data de 1924―, va más allá de la reordenación de los tres actos y de la intervención metateatral; puesto que ha insertado una emotiva trama personal (con las claras características de la autoficción). Francesco Carril, que viene de interpretar la estupenda Hacer el amor (que alguien la reponga), es un actor imprescindible de la escena actual y aquí se convierte en un trasunto del autor para efectuar un trabajo cargado de ironía y de pertinacia romántica. La cuestión que se nos plantea al principio no carece de lógica y tiene que ver con la vigencia de este drama; es decir, qué supone para nosotros hoy y qué nos puede aportar si se decide actualizarlo. Sigue leyendo

Escena – Fin de temporada 2017-18

Un recuerdo de lo mejor que hemos podido admirar en los escenarios durante este curso

Nuevamente llega la hora de pegar un repaso a esta temporada que, como no podía ser de otra manera, ha dejado obras meritorias destinadas al recuerdo y otras, que nos servirán de contrapunto en su fallo. Me quedaré con las primeras y no haré más escarnio con las segundas; aunque ambas dialogan en el meollo de nuestra escena teatral contemporánea. Se sigue echando en falta menos complacencia con el poder y con los «nuevos» discursos políticamente correctos. El teatro actual, en general, o es pacato o es directamente de un populismo ―muy aplaudido, por cierto―, que daña a la inteligencia. Mostrar, por parte de aquellos que tienen pretensiones, aquello que tu público espera conceptualmente, es una traición a la controversia. De lo poquito que ha destacado en cuanto al cuestionamiento de carácter político ha sido Juegos para toda la familia de Sergio Martínez Vila que, a pesar de que no termina de redondearse, nos deja un poso de inquietud. Sigue leyendo

Ensayo

Pascal Rambert presenta una obra política bajo la aparente disolución de una compañía teatral

Foto de Vanessa Rábade

A esta obra que se presenta en El Pavón Teatro Kamikaze se puede acudir con la experiencia previa de La clausura del amor o sin ella. Para los que sí han visto aquella, esta puede resultar espectacularmente menos atractiva, más previsible estructuralmente y, en algunos momentos, hasta aburrida. Para los otros, el impacto de la perspectiva dramatúrgica les puede acompañar hasta el final. Ensayo es una función engañosa y compleja que trabaja simultáneamente en varios planos; y aunque puede comprenderse de forma superficial, la decepción puede ser importante si nos quedamos solo con eso. Contamos primordialmente con tres vértices esenciales: un texto entreverado de significancias, unos actores apabullantes y una escenificación exigente para el oyente. En un acercamiento poco esforzado se nos presentan cuatro individuos que componen una pequeña compañía desde hace veinte años. Nos situamos en su sala de ensayos, el día en el que todo va a saltar por los aires, el día en el que cada uno va a explotar con todo lo que lleva dentro para proceder a la implosión del conjunto. Pascal Rambert vuelve a recurrir al monólogo como procedimiento fundamental (las interacciones entre los personajes son mínimas). Sigue leyendo

Barbados, etcétera

Pablo Remón presenta en el Teatro Kamikaze un tríptico pop sobre la relación de una pareja en fase de demolición

Foto de Vanessa Rábade

Seguramente la clave ya la expresa el propio dramaturgo cuando afirma: «una especie de «Cara B» de 40 años de paz». Porque según cuenta, esta Barbados, etcétera sería la consecuencia de los ensayos e improvisaciones que pretendían dilucidar si el personaje creaba su lenguaje o si era este el que creaba aquel. Por eso lo que nos encontramos en escena, en el ambigú de El Pavón, es un ejercicio de estilo, lo suficientemente vacuo en el contenido como para que la forma nos ocupe hasta donde lleguen nuestras ansias estéticas. Remón narra, le gusta narrar, se deleita en el narrar; pero resulta que es guionista y director y que sus palabras deben plasmarse en imágenes, encuadres, voces de protagonistas; y el tipo no se resiste a mostrarnos la virtud primordial de estos profesionales: el detallismo. Se nos entregan tres historias separadas y con unos puntos en común que dependen de nuestra buena voluntad, digamos que se hace referencia a Barbados y tampoco de una manera excesivamente simbólica. La primera es una anécdota sobre un tapicero, ya saben, el tapicero que recorre las calles con su megáfono a todo trapo ofreciendo sus servicios. Sigue leyendo

CINE

La tristura presenta un espectáculo sobre los niños robados bajo la pátina de un film en construcción

Foto de Mario Zamora
Foto de Mario Zamora

Melancolía en movimiento. Y viaje hacia principios que se tiñen de nostalgia. ¿Quiénes somos? ¿Quién nos hace ser como somos? ¿Qué nos lleva a buscar respuestas que serán del todo insuficientes? Pablo ha decidido indagar en su pasado. Es uno de aquellos niños robados a finales del franquismo. Desentrañar la madeja va a resultar complicado y habrá de viajar a Italia en busca de un juez jubilado y con unos principios muy claros. Por otro lado, una fotógrafa iniciará también su periplo artístico con un proyecto sobre la identidad de aquellas personas que aparecen en las grandes fotos paradigmáticas de la historia. No es difícil adivinar que ambos hilos se cruzarán. CINE, como las grandes obras artísticas, se sustenta en dos firmes pilares: contenido y forma. La consecución del contenido no es, desde luego, baladí. Su tratamiento es serio, profundo, instigador. Nosotros, en España, estamos a años luz de una consideración «a la argentina» sobre la cuestión. El tema del poder se esputa contra el tema de España, nuestro dolor de España; unamuniano. En cuanto a la forma, La tristura cumple delicadamente con un planteamiento estético auténticamente interesante (aquí también funciona Unamuno): el perspectivismo. Sin llegar al metacine de La rosa púrpura del Cairo, una lámina transparente materializa la cuarta pared. Sigue leyendo