Pablo Remón ha decidido reescribir su obra de 2017 para intentar revitalizar un texto que discurre en mero descubrimiento de las palabras

Como nos viene a demostrar Pablo Remón, aquella propuesta que presentó en el 2017 en el ambigú del Teatro Pavón Kamikaze, titulada Barbados, etcétera, favorece, no solo una revisión, sino una plena reconstrucción; pues supone un artefacto que se fagocita mientras crece ad infinitum en un éter de vacuidad. En el fondo, aunque no sea estrictamente la misma obra, no hay gran diferencia, pues el mecanismo sigue funcionando igual; siquiera se da una estilización que nos aleja de la genuina pulsión metateatral que poseía aquella. Aquí, en el Condeduque todo parece más alejado; pero también más masificado, pues la escenografía de Monica Boromello nos remite al caos desde el que propenden esos humanoides que se presentan delante de nosotros: la caja escénica es ocupada por la ruina, con los focos por el suelo, arenilla, humo, escombro; excepto, por una elipse para la acción coronada por una gran luminaria que los sitúa en una especie de planetario que nos induce a pensar en una galaxia desconocida.
Si en la versión de entonces se podían hallar tres partes, en esta contamos con un preámbulo y con un desparrame atrancado y recursivo. La función dura poco más de una hora, pero podría durar para siempre. Podrían hablar en español o en cualquier lengua inventada. Si lo que dicen tiene sentido, es porque nosotros se lo damos; ya que aquello sobre lo que divagan no parece buscar la cohesión o que proceda de la racionalidad. La lengua acontece como un descubrimiento en sí mismo y como una manera de crear el mundo, de darle forma, de especificar todas esas relaciones que nos permiten concretar los objetos. Puro idealismo. En cierta medida, Pablo Rosal, con Los que hablan, han intentado, con otra disposición, algo análogo. O como en la literatura de no ficción que Kenneth Golsmith defendió en Inquieto.
Remón podría haber comenzado en el balbuceo, no obstante, nos deja a Emilio Tomé para que anuncie el comienzo del espectáculo con un cornetín de juguete, como si fuera el pregonero. Dice tener año y medio, y que ya se maneja con unas cincuenta palabras. En realidad, seguro que le rondan muchas más, pero no tiene asentado el significante en su boca; aunque su cerebro está delimitando esos significados que se entremezclan con otros. Que se llame la atención sobre este hecho resulta fundamental para comprender una obra tan absurda en su proceder; y que va a descolocar a todo aquel que no esté dispuesto a confiarse a un ejercicio dadaísta, donde parece primar si no una escritura automática, sí una tormenta de ideas, propia de unos guionistas sin freno.
Tanto Fernanda Orazi como Emilio Tomé se han dejado la elegancia en 2017 y se nos muestran más envejecidos, luciendo canas y unas ropas más corrientes. Lo de aquello tenía ironía y extravagancia atractiva (vestían de cóctel), lo de ahora es más corriente y empasta con más coherencia e insignificancia cuando discurren sobre la cotidianidad de una pareja. Ambos se refrenan en su expresividad física, pero no en las hipérboles con las que remarcan cómicamente las más insulsas operaciones de la rutina hogareña: poner el lavavajillas, por ejemplo. Todo ese humor absurdo que, en algunas ocasiones, nos puede llevar a la carcajada, circunda por un territorio de espontaneidad naíf, extraterrestre,…
Aceptemos también que muchos espectadores llegarán a la consideración de que Barbados en 2002 es una supina tontería, y que ya lo era entonces, y que insistir sobre lo mismo es una forma de confirmar que, aunque resulte paradójico, la exploración de lo ilimitado es un límite inapelable dentro del esquema teatral. No obstante, a pesar de que no se cuente una historia como tal, hallamos un esbozo de lo que podría llegar a ser un drama. Volvemos con el matrimonio sin incentivos tras el paso del tiempo y con la visita del tapicero, como un cartero que llama dos veces, que habilita varias subtramas posibles, donde la sexual es descartada por él, aunque ella parece que la fantasía cumpliría con creces la consecución de un deseo insatisfecho. La ilusión del tipo y su esposa cuando describen cómo van a comprar con otras parejas al Hipercor, a adquirir una ginebras prémium; o cuando por las noches consumen «contenido», ese interminable «contenido» (la palabra, tan usada hoy, remite a la creación y a los creadores, al arte en un sentido tan extenso como apreciable), en su pantalla ultragrande hacen tanta gracia como un vídeo de Pantomima Full.
A veces, se gana en intensidad, eso permite modular un espectáculo que podría ser altamente plano. No es así. Y lo cierto es que cuesta determinar por qué somos arrastrados por esa amalgama de versos. Es el ritmo, similar a esos poemas en verso libre tan abundantes en los últimos cincuenta años donde la leve ironía se enrosca en eso que denominamos poesía de la experiencia. Por un momento, suena al desencanto de Ángel González. Y es cuando según se pierde la luz, la pareja de intérpretes nos puede convencer más. Bien sabemos de lo que son capaces estos dos y de cómo su vises cómicas aquí se plasman genuinamente. Porque Emilio Tomé nos recuerda a su protagonista locuelo en La abducción de Luis Guzmán y Fernanda Orazi a la Winnie de Los días felices, de Beckett, obra esta última de la que tanto bebe, precisamente, esta misma de Barbados en 2022.
No descartemos sus aires de genialidad postvanguardista; pero reconozcamos, además, que es una pieza que fue engullida antes de nacer por esos procedimientos que se crearon allá por 1916 en el Cabaret Voltaire. Un homenaje dadá
Texto y dirección: Pablo Remón
Intérpretes: Fernanda Orazi y Emilio Tomé
Escenografía: Monica Boromello
Iluminación: David Picazo
Sonido: Sandra Vicente
Vestuario: Ana López Cobos
Ayudante de dirección: Raquel Alarcón
Ayudante escenografía: María Abad
Producción ejecutiva: Pablo Ramos
Dirección de producción: Jordi Buxó y Aitor Tejada
Distribución: Caterina Muñoz Luceño
Una producción de Buxman Producciones en coproducción con Festival de Otoño y la colaboración de Condeduque
Centro Condeduque (Madrid)
Hasta el 3 de diciembre de 2022
Calificación: ♦♦♦
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Un comentario en “Barbados en 2022”