La clausura del amor

Israel Elejalde y Bárbara Lennie llevan la ruptura de su compromiso hasta el paroxismo interpretativo

La clausura del amor - Foto 1
Foto de Josep Aznar

Sabes que no hay vuelta atrás, que todo ha terminado, pero que es absolutamente imposible deshacerse de un sentimiento tan profundo y orgánico como un amor pergeñado durante tanto tiempo; ese amor te constituye, te estructura y, ahora que se ha podrido, no es un tumor que se pueda extirpar. Aun así, Israel Elejalde, investido de sí mismo, situado en la esquina más alejada del tatami antes de un combate en el que ni por un instante se van a llegar a tocar, aunque sus pieles estén alerta, comienza a traducir en palabras, durante casi una hora, el lenguaje de su cuerpo. Esta es una obra lingüisticorporal. Las entrañas, los pechos, los corazones, el semen y la sangre, los huesos, los síntomas de la enfermedad de tan difícil diagnóstico, propenden hacia la desnudez hasta que llegan a coronarse como narcisistas, como aves del paraíso. Su lenguaje verborreico se traza con versos octosílabos, rápidos, extenuantes, como un romance con rima asonante en los pares trastocado para la ocasión, aunque luego se acoja al verso libre como si fuera un torrente a lo Walt Whitman. Elejalde expone todas sus capacidades interpretativas y dispone la disertación creada por Pascal Rambert (con la inestimable traducción de Coto Adánez, que ha conseguido un trabajo magnífico) a través de la hipérbole, de la constante recursividad (también está pensando en el público, evidentemente), vuelve una y otra vez sobre los mismos subtemas con angustia, repitiendo tajantemente sentencias que gradualmente parecen autoafirmarlo. A esto le añade figuras como la preterición (acusa a su mujer de todo aquello que anteriormente había negado que haría) o el reiterado paralelismo en una sintaxis que se descoyunta por momentos. Pero es la metáfora, la concatenación de metáforas sobre el amor esparcido celularmente por todo su cuerpo en un lenguaje sanguíneo, una alegoría que pretende alcanzar el horizonte de la verdad. Nuevamente es el arte, gracias al texto de Rambert, el que demuestra que es el discurso que más se puede acercar a la expresión del sentimiento real. De toda esta amalgama, Israel Elejalde, como actor, sale triunfante. Continúa, de alguna manera, la senda abierta con su interpretación en La fiebre, aunque aquí el punto de abstracción y disolución en el entramado textual que consigue durante tanto tiempo es capaz de imponer un silencio seco en toda la platea. Ella, Bárbara Lennie, investida de sí misma, aguarda consternada, enfurecida, pasmada, embrutecida. Tras la intervención sorpresiva de un coro de niños en un interludio enormemente paradójico, con sus voces tiernas e inocentes, se invierten las tornas. Es ahora ella quien saca la bayoneta. Descubrir a esta actriz en tal estado y demostrando tamañas cualidades frente a su partenaire, quien ha dejado el listón tan alto, es una maravilla. Su tono, aunque se acoge también a recursos de repetición, es mucho más sarcástico y, desde luego, ni mucho menos tan pedante como ‘Isra’. Ella puede pronunciar improperios y describir momentos sexuales íntimos. Ella no tiene reparos en acercarse un poco a lo terrenal, pero sin abandonar lo alegórico (este es uno de los grandes valores del texto de Rambert, no hay costumbrismo, ni apenas hechos anecdóticos, ni acusaciones familiares concretas). Lennie se aprovecha muy bien del flujo que se ha iniciado e impuesto en escena y ella se queda, en ese último turno de palabra, con todo lo valioso que él ha despreciado.

Foto de Josep Aznar
Foto de Josep Aznar

La clausura del amor resulta profundamente interesante no solo porque sus protagonistas sean capaces de llegar a esos niveles interpretativos (que también), sino porque es un texto valioso literariamente, complejo y que se engrandece en escena con esta estructura dialógica. ¿Qué nos ofrecen realmente? ¿Qué les ha pasado? ¿Qué sabemos verdaderamente de ellos? Apenas una referencia a John Lennon en el edificio Dakota, una silla con bordados rosas, un cuadro de Fragonard y otro de Masaccio, un momento de lucidez amorosa en un avión hacia París. Nada más. Todo es más impresionista que abstracto, pero aun así se mueven con un lenguaje en el que uno debe adentrarse como en la masa inasible de la poesía. Desde luego, es otra gran muestra de los peligros del amor romántico, del abismo que se abre a los pies de aquellos que se atreven a ascender hasta las cumbres en las que aparece la angustiosa intemperie en una felicidad temblorosa. Al fin y al cabo, un caramelo relleno de cianuro que debe ser paladeado lenta, muy lentamente: «quien lo probó lo sabe».

La clausura del amor

Dramaturgia y dirección: Pascal Rambert

Reparto: Bárbara Lennie e Israel Elejalde

Traducción y versión: Coto Adánez

Diseño de escenografía: Eduardo Moreno

Diseño de iluminación: Pau Fullana

Diseño de vestuario: Sandra Espinosa

Tocados: Clara Gortázar

Coro de niños: Las Veredas

Con la colaboración de Miguel del Arco

Producción: Buxman Producciones y Kamikaze Producciones

En coproducción con el XXXIII Festival de Otoño a Primavera de la Comunidad de Madrid y el Grec 2015 Festival de Barcelona

Teatros del Canal

Hasta el 15 de noviembre de 2015

Calificación: ♦♦♦♦♦

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9 comentarios en “La clausura del amor

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