El ambigú del Teatro Kamikaze acoge esta dramatización satírica de la vida del político español

Estamos tan necesitados de salvadores que cualquier individuo que es elevado a los altares de los nuevos templos ―llámese Fondo Monetario Internacional―, que enseguida nos cegamos ante su buena nueva. Si es de los nuestros nos quedamos sin excusa para no invertir en él y en su negocio lógicamente fértil. Así dio cuenta de ello hace años con su DioS K, Antonio Rojano, para retratar a Dominique Strauss-Khan. Ahora le toca a su antecesor Rodrigo Rato caer del podio en una especulación dramática. Y quien más y quien menos tendrá fresca su historia y, si aún sigue leyendo la prensa, habrá podido descubrir o rememorar sus antecedentes familiares. El dispositivo ―ya habitual en Pablo Remón, ahora en compañía de Roberto Martín Maiztegui― juega con todos los elementos y las características tan propias del cine que nos ha engatusado en los últimos veinte años. Ya sabemos: ritmo de rock and roll para una prosa electrizante, una ironía sagaz que va puntualizando este vía crucis con sus catorce capítulos perfectamente medidos, con sus grandes dosis de distanciamiento teatral para ganar en falsa modestia, tirarse el rollo con los rasgos de la verosimilitud puesta en tela de juicio, la narración informadora y explicativa para que nadie se pierda, la descripción caricaturesca de situaciones tan conocidas como estrafalarias, sacar punta a lo inverosímil, pegarse a la realidad consabida por el respetable para confraternizar con él. Además de llevarte de la mano en esa cadencia hiperrápida que salta espacios y tiempos sin que puedas pararte a reflexionar. Humor inteligente con implicaciones elípticas para los más avezados en la cuestión. Hablo de Tarantino, Scorsese, Guy Ritchie, Aaron Sorkin y un larguísimo etcétera de cineastas que pretenden abarcar con su discurso chispeante el caleidoscopio inabarcable de nuestra contemporaneidad. Y todo esto, claro, está muy bien y nos entretiene y nos divierte e incluso nos hace pensar en la banalidad de nuestro mundo. Si a ello le sumamos a dos actores en magnífica forma ―cuando tengan un poco más de rodaje será fascinante―, capaces de entregarse a esa impostación permanente, a ese enmascaramiento fulgurante y a ese perspectivismo avieso. Javier Lara saca pesadumbre y chulería (cuando puede); y, también, una tonalidad de misterio, de oscuridad que es más una pose, una actitud que una incursión textual. Mientras que Juan Ceacero da las réplicas encarnándose en una multitud de personajes que van de un taxista (con sorpresa bacaladera final) hasta Aznar, pasando por ministros y otros ínclitos seres de nuestra sociedad. A ambos se les rompe la lengua y el cuerpo en el no parar de verborrea y de movimiento irrefrenable. En este sentido, la dirección de Raquel Alarcón parece propicia. Dicho todo esto, creo que es necesario realizar una crítica más a fondo (precisamente) del texto; porque la fascinación en la que nos introducimos puede que nos nuble la vista. Y es que el retrato que se realiza de Rodrigo Rato es demasiado periodístico, cronológico y hasta sucinto. Los hitos de su vida pasan de improviso y el hombre queda desdibujado. Quizás se haya sacado poco partido a la imaginación dramatúrgica, a la intromisión sentimental que nos llevara a establecer las coordenadas entre un tipo de «buena» familia y su conexión, en un determinado momento, con las altas esferas (las de verdad). Puesto que el exministro no dejó de ser un títere ―lo que no justifica o valida sus actos― de aquellos que en realidad mueven el planeta a su favor y de quienes apenas reconocemos sus nombres. Me refiero con esto a que en la hora y pico de función no se entra en las honduras y en la complejidad que serían necesarias para asimilar a un personaje tan escurridizo. Ya que estamos sondeando un terreno de magnitudes imperiales que desencadenan terremotos económicos ―no solo porque un banco arruine torticeramente a sus accionistas―, con epicentros que aparecen y desaparecen debajo de nuestros pies. Este exmandatario es la espuma del brebaje, no hay duda; pero es el síntoma que nos puede conducir a la verdad, si es que existe; y esta obra no se atreve a ir más allá. Ahora, el divertimento está garantizado y los aplausos son más que merecidos. Sueños y visiones de Rodrigo Rato logran atraparte desde el primer instante para desembocar en una ensoñación extravagante en un desenlace tan «hortera» y paradigmático como la clase política que hoy nos toca sufrir.
Sueños y visiones de Rodrigo Rato
Texto: Roberto Martín Maiztegui y Pablo Remón
Dirección: Raquel Alarcón
Intérpretes: Juan Ceacero y Javier Lara
Dirección de producción: Jordi Buxó y Aitor Tejada
Producción ejecutiva: Pablo Ramos Escola
Producción: Pablo Benlloch y Víctor Hernández
Iluminación: Paloma Parra y Juanan Morales
Distribución: Caterina Muñoz Luceño
Comunicación: Pablo Giraldo
Fotografía: Vanessa Rábade
Diseño gráfico: Patricia Portela
Ayudante de dirección: Carlos Pulpón
Una producción de Buxman Producciones para El Pavón Teatro Kamikaze
El Pavón Teatro Kamikaze (Madrid)
Hasta el 21 de septiembre de 2019
Calificación: ♦♦♦
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Un comentario en “Sueños y visiones de Rodrigo Rato”