El director del Centro Dramático Nacional, Alfredo Sanzol, escribe y dirige una larga comedia sin fuste político sobre un grupo de teatro ucraniano que realiza funciones en plena invasión

¿Es Alfredo Sanzol un dramaturgo cobarde, dado su relevante puesto? Cuando ha tenido que enfangarse políticamente ha demostrado que lleva ya demasiado tiempo afincado en la comedia amable, de tintes costumbristas, realizada con brillantez y originalidad humorística; pero sin meter el estilete en aspectos más controvertidos. Esto se observa en éxitos como La ternura o El bar que se tragó a todos los españoles.
La idea de la que parte Sanzol es la experiencia que está realizando en Kiev la actriz Anabell Sotelo, quien monta obras mientras se refugian en el sótano del propio teatro. Aquí, Natalia Hernández comanda el asunto con gran empaque; aunque sin desarrollar en demasía su gran veta cómica; porque le toca aunar todo el engranaje de manera entrañable. A su personaje se le ha ocurrido crear Pin, pan, Putin para elucubrar sobre unos españolitos, cual Operación Valkiria, que tienen la posibilidad de cortar el nudo gordiano descabezando al exagente de la KGB. Sigue leyendo







