Los Nuevos Dramáticos, un grupo de niños y de niñas, se unen a José Troncoso para reflexionar lúdicamente sobre el futuro que les espera

Partamos de lo importante que es dejar que los niños participen creativamente en una obra de teatro; y que lo hagan de una manera profesional, donde se les pueda tener en cuenta. La chavalería que salta a escena, que tiene entre ocho y diez años (más o menos), si nadie se la ha arrebatado —siempre ha ocurrido y hoy sigue pasando, aunque de otras formas—, mantendrán su entera espontaneidad. Cómo se manejan estos muchachos ante preguntas trascendentales puede llegar a ser fascinante y creo que, ante todo, este montaje, tan bien traído por el Centro Dramático Nacional nos somete a una contemplación que seguramente ya no poseamos los adultos. Esa visión está bien enmarcada, es floreciente, ocurre precisamente en esa edad, en ese atisbo de la preadolescencia; cuando se va discurriendo con un sentido diferente, cuando el desarrollo de la personalidad va definiendo gustos y preferencias, y la proyección hacia el futuro está repleta de las lógicas apariencias, de lo que les llega del mundo, de los medios de comunicación, de sus familiares, de creerse que la totalidad es como se les presenta la vida en la cercanía.
No es habitual encontrar este tipo de propuestas en los teatros; aunque es lógico que pensemos en el espectáculo que realizaron allá por 2017 los del Pont Flotant con su obra El hijo que quiero tener, y que trataba, desde otra óptica, cuestiones que también se sondean en la pieza que hallamos en la Sala de la Princesa del Teatro María Guerrero.
José Troncoso me parece un autor ideal para ejecutar esta experiencia; porque él mantiene esa mirada bondadosa e ingenua sobre la realidad en muchas de sus creaciones y, en gran medida, uno de sus últimos textos, La noria invisible, podría ser un segundo o tercer capítulo para esta de Los columpios, si quisiéramos realizar todo el camino a la madurez desde la infancia. Aunque aquí la apuesta es más firme, más abierta, más dúctil. La combinación entre los adultos y la chiquillería conforma un equilibrio muy satisfactorio; puesto que se trabaja como un vaivén, como una ensoñación, donde el futuro y el presente se dan la mano. Los veteranos aparecen como unos fantasmas, con la cara emblanquecida y con las salpicaduras de la arena del parque que Elda Noriega, con mucho tino, ha incluido en su vestuario; porque el resto es como una fiesta de disfraces acorde a la fantasía que se plantea.
Todo tiene la sencillez de una breve función para niños, con escenas bien marcadas; no obstante, a la vez, es un mensaje nostálgico para todos los adultos que ya habremos olvidado ese trance que aquí viene metaforizado con la vergüenza a subirse en los columpios. Símbolo estupendo. Un ritual de paso que queda desapercibido, pero que es muy sintomático de muchas cosas que ocurren en la cabeza de esos niños y niñas, del qué dirán, de su imagen, de sus habilidades, de imponerse como mayores frente a esos «pequeñajos» que tienen que ser empujados por sus padres.
La banda de muchachitos se deja guiar por la maestra, una Marta Fernández-Muro que se engarza en el prototipo y nos remite a un pasado que bien podría ser el del propio dramaturgo. Su forma de hablar, de actuar, de vestir…, no queda más remedio que situarse en la EGB. Candor y firmeza, alegría y un homenaje, pues Paco (Paco Ochoa) ha logrado ser pianista y no puede por más que agradecérselo a la Sra. Mariví, pues ella lo animó y lo impulsó. Luego, entre jugar al escondite o a las muñecas, y hablar de ser mamá, Juan Vinuesa, que va de graciosillo; pero que luego sabe mostrar su lado más entrañable; y Zaira Montes, que únicamente quiere que la quieran, y querer; más Pepa Zaragoza, que está entregada tanto o más que Belén Ponce de León, que, como actriz fetiche de Troncoso, payasea con las repeticiones y es quien ofrece un contraste más atrayente en su infantilización. El elenco afana con habilidad su posición de engranaje, pues no es sencillo en un espacio tan reducido trabajar con intérpretes tan jóvenes y tan inexpertos. Hasta diez que salen ataviados para reflejar las profesiones que tienen en mente y que son variopintas, como no podía ser de otra manera, hasta que la fuerza del grupo los lleve a desear, cuando alcancen la adolescencia, ser futbolistas, tiktokers, youtubers o influencers. Ricos y famosos, en definitiva. Ahora plasman su gozo, sus ganas de bailar y de divertirse, y de vivir el teatro por dentro y por fuera.
Los columpios no puede ir más allá del profundo y simple motivo de crecer y proyectarse al futuro. No puede indagar sobre las influencias externas de los padres, de las madres o de los abuelos, de la sociedad presente, del país con sus configuraciones, de todos esos azares que te hacen pensar de una determinada forma, cuando tu vida está dentro de una rutina y lo demás resulta inasible. Ellos no se preguntan por qué son así o por qué se imaginan el porvenir de ese modo; pero, al menos, han sentido claramente que ya van siendo mayores. Si aceptamos por dónde se discurre en este montaje, disfrutaremos de su esencialidad.
Texto y dirección: José Troncoso
Reparto: Marta Fernández-Muro, Zaira Montes, Paco Ochoa, Belén Ponce de León, Juan Vinuesa, Pepa Zaragoza y los Nuevos Dramáticos: Alicia Algarañaz, Nora Barriuso, Ana Dos Santos, Antonia Duarte, Eva Ezquerro, Jaime Gallego, Sebastián Ionut, Juan Lorente, América Luna, Max Maestro, Marta Moya, Ginebra Puchades, Simón Reverón, Julia Rodríguez, Salma Rondón, Axel Rubio, Alberto Sánchez, Rita Sánchez, Valentina Vázquez y Arya Yance.
Coordinación pedagógica: Lucía Miranda
Escenografía: Alessio Meloni
Iluminación: Leticia L. Karamazana
Vestuario: Elda Noriega
Música: Mariano Marín
Movimiento: Luis Santamaría
Ayudante de dirección: Kike Gómez
Ayudante de vestuario y escenografía: Berta Navas
Ayudante de iluminación: José Muñoz
Ayudante de coordinación pedagógica: Itziar Luengo (Estudiante en prácticas ICCMU)
Producción: Centro Dramático Nacional
Teatro María Guerrero (Madrid)
Hasta el 18 de diciembre de 2022
Calificación: ♦♦♦
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