Laponia

Cristina Clemente y Marc Angelet han escrito una comedia que introduce una gran diversidad de temas en el clásico género del enfrentamiento de parejas

Laponia - Foto de Nacho Peña
Foto de Nacho Peña

Puede que esta obra conlleve unos prejuicios que provoquen reticencias en cierto público. Pero esto es lo que implica que el Teatro Maravillas se enmarque con la etiqueta de «comercial». No obstante, Laponia es una obra que está entre lo mejor que se puede ver ahora mismo —y en los últimos tiempos— dentro de ese género burgués del enfrentamiento entre parejas que tanto abunda en las salas —incluidas las de cine—; de hecho, la propia Tamzin Townsend ya se puso al frente de Un dios salvaje, de Yasmina Reza. La lista de referencias es larga: Los vecinos de arriba, de Cesc Gay, Anfitriones, de Inge Martín, Demonios, de Lars Norén o la catastrófica El peligro de las buenas compañías, de Javier Gomá. Podría seguir; aunque creo que es suficiente como para hacernos una idea de nuestro marco de referencia. Se debe afirmar con rotundidad que el texto de Cristina Clemente (de quien he visto Andrea Pixelada) y Marc Angelet posee ingenio y que se adentra en cuestiones morales de gran enjundia. Sigue leyendo

Anuncio publicitario

La cabeza del dragón

Lucía Miranda sobredimensiona la pequeña farsa infantil de Valle-Inclán para darle un vuelo espectacular

La cabeza del dragón - Foto de Bárbara Sánchez Palomero
Foto de Bárbara Sánchez Palomero

Difícil es pensar que se pueda exprimir escénicamente tanto un texto infantil como La cabeza del dragón; pero Lucía Miranda ha creado un espectáculo maravillante y lo ha dirigido con el respeto justo al autor para ganarse su dosis de libertad. El Teatro María Guerrero se ha llenado de múltiples personajes que aparecen por doquier, ocupando cualquier recodo posible, mucho más allá de la caja escénica, y convirtiendo los palcos en reductos mágicos y grotescos, donde permea el mundo adulto, ese que se esconde en la astucia del autor. No obstante, esa remisión a los que han superado la mayoría de edad y que serán los que ocuparán las butacas en cada función, no son suficientes como para crear un interés superior por un argumento cargado de tópicos, por muy ingeniosos que sean. Es una obra, esta de Valle, que llega hasta donde llega. Sigue leyendo

Casa

Lucía Miranda continúa su experimentación con el teatro documental verbatim para abordar caleidoscópicamente nuestra relación actual con el acceso a la vivienda

Casa - Foto de Javi Burgos
Foto de Javi Burgos

Ya que en los últimos años hemos asistido a varios proyectos basados en el teatro documental verbatim, podríamos distinguir un procedimiento más estricto y otro más entreverado por la dramaturgia. Al primero correspondería Port Arthur, obra que recrea milimétricamente el interrogatorio de un asesino; mientras que al segundo se ajustaría Lucía Miranda con Fiesta, fiesta, fiesta, donde trataba los conflictos de la chavalería en los institutos, y la propuesta que ahora nos compete. La dramaturga se impone toda la parafernalia investigadora, muy propia del periodismo, para recabar testimonios que trasladará tal cual a la escena. Esto es un truco, evidentemente, como bien sabe cualquier periodista, publicista o marrullero profesional. Sigue leyendo

¡Que salga Aristófanes!

La compañía Els Joglars cumple sesenta años sobre los escenarios y lo celebra con un montaje poco atrevido sobre la cultura woke

Retrato por el Fotografo Pablo Lorente
Foto de Pablo Lorente

Debemos tomar este nuevo espectáculo de Els Joglars —en su sexagésimo cumpleaños— como la segunda parte de un díptico que iniciaron con Zenit en 2017. En aquella obra atendían al desbarajuste de los medios de comunicación en relación a la tan traída posverdad. De alguna manera, ¡Que salga Aristófanes! remite a la estupefacción que ciertos ciudadanos están percibiendo sobre el agrietamiento de algunos hechos hasta ahora casi incuestionables. La idea de que todo parece ser relativo, de que todo depende de quien lo observe o de cómo les dicten sus entrañas qué opinar. Igualmente, entonces, porque tampoco ha cambiado apenas la perspectiva y la estética de la compañía, podría criticar aspectos muy similares de aquel montaje en referencia este. Es decir, bien está que alguien, dentro del seguidista y cobarde mundillo teatral actual, que parece no querer salirse ni una coma de su exquisita moralidad creadora, que los ancianos del lugar pongan en solfa las supuestas corrientes sobre, principalmente, la cultura de la cancelación. Pero digamos que, una ridiculización —más que una sátira— a la totalidad de la conocida mundo woke, parece una vía fácil destinada a la risa de tu rebaño. Porque no debemos confundir los fundamentos de algunas políticas o corrientes de pensamiento (loables en muchas de sus concepciones) con los desatinos por los que discurren sus voceros o intérpretes bisoños, quienes suelen descacharrar cualquier viso de sensatez. ¿Acaso no podemos encontrar validez en algunas, incluso muchas, de las propuestas feministas, animalistas, ecologistas o sobre el uso del lenguaje en determinados ámbitos? Creo que es, otra vez, una oportunidad perdida para dar la pelea con la consistencia que se necesita para rebatir la insolencia, la estupidez, la falta de sentido común y las desnortadas teorías que han llevado a cuestionar hechos realmente incontrovertibles como la categoría biológica ‘sexo’ o la obsesión con el heteropatriarcado como chivo expiatorio de cualquier mal, que sitúan los cambios exclusivamente culturales como la pócima mágica para alcanzar el bien. Nos acercamos a ese tenebroso territorio estadounidense, donde muchas escuelas y bastantes universidades son auténticos campos de batalla donde las ideologías de todo cuño quiebran la posibilidad del entendimiento y de la negociación. Parece que ha saltado por los aires esa concepción que Habermas define como «situación ideal de habla». Por todo ello, Els Joglars no puede hacer una satirilla, por muy oportuna que sea, ya que ellos tienen prestigio, y eso supone un colchón suficiente como para no arredrarse. Digamos claramente que han hecho una comedia de cara a su parroquia en la grandiosa Sala Roja de los Teatros del Canal, ni más ni menos. Menudo altavoz como para rascar tan poco. Así es muy fácil ganarse los aplausos. Dicho esto, el oficio pervive y el fundamento esencial del montaje tiene su aquel. Nuevamente, Fontserè se enmascara en don Quijote, por mucho que tome prestado el espíritu de Aristófanes y sus obras, aquellas donde hasta Sócrates, el hombre más sabio, podía ser criticado. El actor tiene sus tics medidos y se mete en el papel hasta sus últimas consecuencias; pero ser un viejo catedrático de Clásicas cuestionado por las formas y los contenidos de sus clases también tiene bastante de individuo pasado de vueltas, que tampoco es capaz de leer el presente y sigue pensando que posee la piedra filosofal, cuando, quizás, lo que atesore sea puro y simple autoritarismo. Los alumnos de hoy pueden ser tan estúpidos como siempre debido a su edad; pero no hay duda de que han ganado muchísimo poder gracias a cambios legislativos y, también, a los tsunamis que se pueden organizar a través de las redes sociales. Esto no quita para que el profesorado haya podido quedarse anquilosado en su incuestionabilidad. Así que podemos considerar lo más descacharrante el hecho de que a este catedrático lo hayan internado en un centro de educación psico-cultural. Algo similar a esos cursillos de nuevas masculinidades, que son «el curar la homosexualidad» de la izquierda wonderful, o sea, maoísmo de manual. Y qué mejor para la cura de este docente enloquecido, que permitirle plasmar una performance sobre las fiestas dionisiacas evocando a Aristófanes y a todos sus personajes. Expresado de esta manera, verdaderamente suena muy bien, y parecería que la confluencia del mundo literario-imaginario con la crítica a la realidad (vuelta con el caballero cervantino) podría llevarnos lejos. Pero el desarrollo de la idea no transcurre con un humor que esté a la altura; porque es demasiado blanco y blando. Si además el recurso fálico es la gran apuesta (el cipote-tótem se pasea con orgullo, pero sin más). A Xevi Vilà y a Angelo Crotti, otros internos, no les queda más remedio que colgarse unas ostentosas vergas cual sátiros juguetones. También está por ahí Dolors Tuneu, como paciente y como musa, para contribuir a la propia performance; aunque careciendo de un papel consistente. Por su parte, Pilar Sáenz, como directora del centro, y Alberto Castrillo-Ferrer, un funcionario que viene a contemplar la susodicha actuación, poseen diálogos más cómicos y absurdos, pues llevan su ideología hasta el esperpento. No es ya que este puritanismo ateo conlleve la implosión de cualquier atisbo de racionalidad, es que termina por dar pena, si no fuera por las consecuencias legales. De este último hay que valorar también su dirección de escena, pues el movimiento del elenco por esas pasarelas que configuran la escenografía de Anna Tusell puntean la función como guiñoles. En definitiva, ¡Que salga Aristófanes! es un ejercicio inane para el cometido que debiera tener, es decir: ser rompedor.

¡Que salga Aristófanes!

Dramaturgia: Els Joglars

Dirección: Ramon Fontserè

Artistas: Ramon Fontserè, Pilar Sáenz, Dolors Tuneu, Xevi Vilà, Alberto Castrillo-Ferrer y Angelo Crotti

Dirección de escena: Alberto Castrillo-Ferrer

Asesora artística: Martina Cabanas

Diseño de iluminación: Bernat Jansà

Diseño de vestuario: Pilar Sáenz

Diseño de espacio sonoro: David Angulo

Dirección técnica: Pere Llach

Escenografía: Anna Tusell

Atrezzo: Pere Llach, Gerard Mas

Confección vestuario: Mª Àngels Pladevall, I.T.A.

Sombrerería: Nina Pawlowsky

Producción ejecutiva: Montserrat Arcarons

Distribución: Els Joglars

Prensa y comunicación: Oriol Camprubí

Fotografía: David Ruano Fotografía, Sílvia Pujols Fotografía

Diseño gráfico: Nyam – Agencia Creativa, Manuel Vicente

Una producción de Els Joglars coproducida con la Comunidad de Madrid (Teatros del Canal) y la Generalitat de Catalunya.

Teatros del Canal (Madrid)

Hasta el 6 de marzo de 2022

Calificación: ♦♦

Puedes apoyar el proyecto de Kritilo.com en:

donar-con-paypal
Patreon - Logo

El grito

El sufrimiento de una mujer debido a la negligencia de una clínica de fertilidad sube a escena en un montaje altamente maniqueo

Cuando uno quiere defender una idea o una injusticia y se olvida de que existe no solo un lenguaje artístico, dramatúrgico, sino también un espectador adulto y capaz de atar cabos con inteligencia y madurez; entonces se escribe un texto maniqueo e inconsecuente con las loables luchas politicomorales. La obra de Itziar Pascual y Amaranta Osorio, quienes habían demostrado su buen hacer con Mi niña, niña mía, está repleta de hipérboles, omisiones inverosímiles y explicaciones innecesarias. Y si no fuera porque la productora Pilar de Yzaguirre ha configurado un equipo de profesionales de alto nivel, creo que El grito se hubiera quedado en espectáculo fallido. Vaya por delante que esta historia se basa en un hecho real; pero que eso no es razón suficiente como para exigir ni fidelidades ni verosimilitudes forzadas. El caso es que nuestra protagonista, llamada Aina Lóguez Amat, que es interpretada con viveza y muy buena disposición y credibilidad a lo largo de toda la función —su interpretación es la que mejor sostiene toda la trama— por Nuria García, se ha enamorado de su jefe (y viceversa). Trabajan ambos en una tienda de colchones, a ella la han convertido en empleada con contrato fijo y está enormemente ilusionada. El primer disloque brumoso lo hallamos en el personaje de él, llamado Rubén Torres, y en la caracterización que realiza Óscar Codesido, quien no encuentra una posible naturalidad, pues se ve algo constreñido en un papel que no sabemos cómo tomarlo. Sigue leyendo

Chicas y chicos

Antonia Paso encarna a una mujer de éxito en esta obra deslavazada e inconexa del dramaturgo Dennis Kelly

Últimamente nos topamos con un bombardeo de monólogos que, en fondo y en forma, poseen enormes similitudes y que se sostienen por un subjetivismo inconsecuente en su lógica interna. Quiero decir que se juega con la aquiescencia de un público que es insistentemente interpelado desde una ficción que se adentra en lo real. Las protagonistas son como juglares conquistando al respetable con diversos guiños y llamamientos para ir soltando proclamas cargadas de política demagógica. Tintes estos hallados, por ejemplo, en las últimas obras que hemos podido ver en el ambigú de El Pavón Teatro Kamikaze como son Freak o La mujer más fea del mundo. Quizás nos estamos olvidando que no solo vale con el noble arte de la denuncia de nuestras grandes ignominias sociales; sino que esperamos arte, teatral. Y es que Chicas y chicos se apoya en un texto malo, corriente y falto de coherencia de Dennis Kelly. Y lo que se puede hacer con una obra así es bien poco. Lucía Miranda lo dirige poniendo en el asador todos sus recursos y aprovechando la escenografía de Anna Tusell: un lienzo «manchado» de pintura y un montecito de arena, que cumplen con su cometido en los instantes más evocadores y sufrientes. La iluminación de Pedro Yagüe es primordial. Antonia Paso encarna a una mujer que pasa de la crisis existencial al triunfo laboral, pasando por un feliz matrimonio y la crianza de dos hijos. La actriz, quien siempre ha demostrado su versatilidad, aquí vuelve a entregarse en cuerpo y alma; aunque es justo reconocer que el día del estreno se evidenció que aún faltaba algo de rodaje. Nos conduce por un itinerario emocional absolutamente extremo. Sigue leyendo

Señor Ruiseñor

Els Joglars plantea una sátira contra ese nacionalismo catalán que los ha vetado a través de la figura del pintor Santiago Rusiñol

Foto de David Ruano

Seguramente la misma queja que se podía argüir de su anterior obra, Zenit, se puede sostener en esta. Si en aquella el tema era el periodismo, en esta es el independentismo catalán. Cuestión demasiado seria esta última, como para que la sátira sea tan blanda. Porque si te metes en esos berenjenales, teniendo en cuenta la historia de Els joglars en su afán por hacer «amigos» y desvelar el pastel en su propia tierra desde hace tanto (unos pioneros a la hora de descubrir quién estaba produciendo los barros que nos han traído estos lodos), lo lógico sería pinchar lo suficiente como para que la crítica provocara el daño pertinente. Desde mi punto de vista, es un planteamiento timorato, y diría que desencantado; tanto en el tono ajustado a la senectud del protagonista, como en la observación del argumento. Es probable que el cansancio del monotema ya no dé ni para andarse con honduras. Pero es que los chistes y las ironías son una sarta de evidencias y de tópicos que hoy en día trufan las redes sociales, las viñetas de los periódicos y los programas dedicados a las parodias; sin ir más lejos, el catalán Polònia o el especial de Navidad de José Mota (con algunas puyas bien logradas para un espacio medido en su mordiente). Sigue leyendo

La comedia de los enredos

Una propuesta rácana y sin fuste para esta obra bizantina de un Shakespeare primerizo

la-comedia-de-los-enredos-fotoNo todas las obras de los genios son geniales y esta, desde luego, no lo es; por mucho que la firme William Shakespeare. La comedia de los enredos es una de las primeras obras del inglés, también la más corta. Basada en Los menecmos de Plauto, pero duplicando el número de gemelos para destinarnos a un lío propio de las novelas bizantinas y, como tal, con un desenlace prediseñado que no sorprenderá a nadie. Lo interesante, si es llevado de la manera adecuada, es el nudo aparentemente inextricable de una jornada en Éfeso. Contamos, en esta adaptación de Carlota Pérez-Reverte, con dos innovaciones respecto del original. Por un lado, la aparición de dos jueces dispuestos a prologarnos la historia por si algún despistado se pierde (más una aparición postrera para rehilar lo acontecido), que poseen gracia y desparpajo. Sigue leyendo