María Luisa

Lola Casamayor protagoniza esta nueva comedia de Juan Mayorga, donde la fantasía de una anciana se convierte en una vía de escape existencialista

María Luisa - FotoA Mayorga le gustan los cuentos clásicos, también, hacerse preguntas sobre la realidad y curiosear en posibilidades fabulísticas. En el propio Teatro de La Abadía, que ahora él dirige, presentó hace varios años Intensamente azules, una pieza de igual tono naíf para maravillarse con la cotidianidad. En María Luisa no es que tengamos en escena el supuesto aburrimiento; aunque sí que se manifiestan las rutinas habituales de las dos amigas que suelen conversar por teléfono y que quedan los jueves para agotar su charla con naderías propias de su devenir. Por eso, Marisol Rolandi, con su Angelines no puede ofrecer más que su existencia anodina con su afabilidad tan verosímil. No es esta una obra que indague sobre la soledad, no obstante, se da por hecho. Ni sobre los pesares de la ancianidad entre el silencio. Ni, tampoco, sobre la falta de proyectos de más o menos enjundia que pudieran motivar a los vejetes en la última etapa de su vida. Si quiere el espectador, lo puede tener en cuenta; pero aquí todo es mucho más sencillo, tanto que, tal cual entras, tal cual sales, pues no veo por dónde podría quedarnos algún poso. Ya que si únicamente se desea poner de manifiesto cómo la imaginación puede ser la mejor compañera o la idónea incitadora de actividades que aún se anhela practicar, pues bienvenida sea. Puede debamos analizar más.

Creo que la mejor manera de darle un poco más de brío a esta función es observarla como si nuestra protagonista tuviera el conocido síndrome de Walter Mitty (tenemos dos versiones cinematográficas que desarrollan el tema). Es decir, la evasión total a través de la fantasía, sin caer, esperemos, en la bipolaridad. La ensoñación como forma de disfrute mental. Aquí no tenemos a una aventurera —lo de Mayorga es más de andar por casa—; pero sí que contamos con alguien que convive con hasta tres «hombres» que le hacen plena compañía. Diseñados a su gusto, claro, con lo que tenemos que deducir que cada uno contiene alguna de las características que más admira ella en el otro sexo. ¿Por qué no las ha aunado en uno solo? Quizás por flirtear con el poliamor o porque, muy inteligentemente, sabe que esta es una forma «divina» de perfección. Nadie es capaz de actuar con tal ambivalencia en el mundo real. Nadie es, a la vez, un perpetuo poeta que declama sin cesar y permanece anclado en el valle de las musas, como le sucede a Juan Paños con su Azzopardi que, además de ser el actor joven de moda (no para de encadenar grandes montajes tras La cabeza del dragón o Electra), se mueve con mucho encanto y soltura con este tipo de personajes redundantes en su propia estupefacción; y un militar henchido de orgullo, con una disciplina que imprime madurez; aunque también melancólico y hasta marchoso como bien sabe exprimir Juan Codina con sutil ambigüedad. Ambos son una pareja de muñecos que se encienden y se apagan al gusto de su señora. En absoluto molestos y peleones lo justo. Incompatibles; pero respetuosos. Tampoco se podía meter en la coctelera a un tipo tan estirado como este Juan Olmedo, que encarna Juan Vinuesa con firmeza sostenida, ofreciendo el tímido contrapunto con la pareja de «adversarios».

El asunto está más que planteado desde el preámbulo, con aquello de que hay ladrones en el barrio y hay que estar en alerta; aunque ella tiene a sus «protectores» que, en verdad, y con ayuda de su portero —un Paco Ochoa, muy dado a la cortesía excesiva— que no ofrece ninguna subtrama apreciable, más allá de proponer ingeniosos trucos para despistar a los delincuentes, tampoco la inquieta.

Lola Casamayor, que viene de protagonizar La habitación blanca en el Teatro Español, mantiene ese pulso entrañable y, a la vez, misterioso. Alguien que apenas demuestra sus temores cuando viaja en metro y se atreve a tirar de la manilla de emergencia. A su María Luisa quizás la estemos viendo en un momento de su vida donde todo lo fundamental está cumplido o no. Porque, en realidad, el dramaturgo —y esto es un acierto— no rasca en el pasado; seguramente, la razón de ello esté en que, como le ocurre a tantísimas personas, su existencia ha sido corriente y trivial, y en un chispazo de creatividad, como le pasa a veces a esos ancianos que son reclamados por la demencia, han vuelto a jugar con seres imaginarios de forma similar a cuando disfrutaban de su infancia.

¿Adónde se nos quiere llevar? En principio, la sorprendente disposición de los personajes nos induce a pensar en múltiples posibilidades que generen un conflicto; pero, lo cierto es que más parece una Dorothy encaminándose a una discoteca de Oz donde poder evadirse de su situación particular bailando con todos esos seres ficticios y hasta con los reales. Todos hacen lo que pueden en ese fin de fiesta bailongo, no se puede exigir demasiado en esa coreografía casi improvisada.

La escenografía de Alessio Meloni está cargada de elegancia y no se sobrecarga con un naturalismo que aquí nos llevaría por otros derroteros menos cuentísticos. El blanco pálido inunda el portal, donde se hospeda el portero, como si viviera en una de esas cápsulas que los japoneses se han inventado para descansar en sus largas jornadas laborales. También es blanquecino el sencillo apartamento. Y los espantacacos, hechos con escobas y otros utensilios, nos lanzan de manera muy candorosa hacia lo lúdico. Luego, cuando desciende ese árbol invertido y la puerta de plata se abre para que la sala de fiestas entendemos que el desenlace es más trascendente de lo que al inicio se atisbaba.

Después de Amistad que hace bien poco estrenó en el Matadero, Juan Mayorga nos muestra otra de esas comedias sin tanto recorrido como otras. Lo que ocurre con María Luisa, a la postre, es que, si nos detenemos a reflexionar, en el fondo sí que posea un destello, el de la esperanza feliz antes del acabose.

María Luisa

Autor y director: Juan Mayorga

Reparto: Lola Casamayor, Juan Codina, Paco Ochoa, Juan Paños, Marisol Rolandi y Juan Vinuesa

Escenografía: Alessio Meloni

Iluminación: Juan Gómez Cornejo

Vestuario: Vanessa Actif

Espacio sonoro: Yaiza Varona

Ayudante de dirección: Laura Mihon

Teatro de La Abadía (Madrid)

Hasta el 21 de mayo de 2023

Calificación: ♦♦

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