Los pálidos

Lucía Carballal escribe y dirige un texto donde, a través de los avatares de unos guionistas de series, refleja el enfrentamiento generacional con todas las nuevas proclamas puestas sobre la mesa

Los pálidos - Foto de Luz Soria
Foto de Luz Soria

El historiador griego Polibio puso en marcha el nuevo concepto de oclocracia, es decir, el gobierno de la muchedumbre, de esas masas desinformadas que se dejan llevar únicamente por las emociones. Esa falta de prudencia y de raciocinio mesurado que tanto faltan hoy en día se ven reflejados con astucia en esta obra de Lucía Carballal, quien, por primera, vez se pone a dirigir. Y en ambas facetas diré que sale muy bien parada; incluso con momentos brillantes e inteligentes; aunque solo durante cincuenta minutos. Después el asunto decae, ya no hace tanta gracia, se encuentra en tierra de nadie, lo importante ya se ha dicho y se busca alargar un espectáculo que se siente obligada a que dure más con alguna escena de relleno. Sigue leyendo

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Amistad

Juan Mayorga nos entrega una comedia sin demasiada gracia sobre tres amigos que dialogan durante sus propios velatorios fingidos. Un planteamiento que inicialmente llama la atención, pero que resulta demasiado repetitivo

Amistad - Foto de Javier Naval
Foto de Javier Naval

Hace unos años echaron un programa en televisión que se llamaba El cielo puede esperar. Era un funeral fingido dedicado a una celebridad de nuestro país. El asunto tenía su gracia; pues los colegas aprovechaban la circunstancia para elaborar algún panegírico entreverado de chanza y amor. Aquí los protagonistas de Mayorga juegan a algo similar; aunque el tema solo da para esbozar alguna sonrisa.

Nuestro más laureado autor teatral vivo ha bajado mucho el pistón desde El Golem de la temporada anterior. ¿Qué falla en Amistad? Pues el planteamiento en sí, cuando la mera repetición del esquema inicial pone sobre aviso al espectador y este se aburre con anticipación. Se percibe que esos personajes no esconden demasiado, que son tan comunes que se va a caer en ese estereotipo de que los hombres no hablan de su intimidad y de que, en realidad, sus amigos están ahí solo para confirmar su propio ego. El narcisismo competitivo del macho. Esto resulta ya bastante desfasado como para atenderlo con cuidado hoy en día. Sigue leyendo

Amaeru

Carolina Román plantea en este drama una búsqueda a través del ejemplo de su propia familia, de lo que supone el cariño dado y necesitado. Sus dos intérpretes realizan una labor cuidadosa en los Teatros del Canal.

TEATRO por el Fotografo Pablo Lorente
Foto de Pablo Lorente

Tras más de una hora de función, uno llega a pensar que la nueva propuesta de Carolina Román ha caído en el artefacto kitsch o que directamente se ha confiado a un costumbrismo que, quizás, a ella le conmueva; puesto que es su familia quien la ha inspirado. No obstante, el público actual puede sentir que el tema es demasiado naíf.

Ocurre, sin embargo, que en el final (no puedo revelar demasiado) se da tal cambio en la perspectiva que debemos adoptar, que el espectador tendrá que optar por tomarlo como otro incongruente desenlace al estilo de Los Serrano o como una deriva futurista a lo Desafío total o el capítulo 3 de la primera temporada de Black Mirror. Ese epílogo —no me tengo más remedio que insistir— quiero tomármelo como una revitalización de una obra que, en su contenido principal, redunda en los clichés de un teatro de costumbres que me queda muy lejano.

La forma de reflejar la rutinaria vida familiar nos conecta con otras obras de la dramaturga como Adentro; aunque, si es por el juego de travestismo, nos induce a recordar la exitosa Juguetes rotos. Pero, ahora, pienso que se han dado unos pasos atrás. Ya que, por mucho que se quieran imbricar varias capas, observar cómo intentan representar hasta tres veces las escenas de una telenovela resulta poco pertinente y hace que asuntos de mayor calado no permeen. Sigue leyendo

La Florida

Víctor Sánchez Rodríguez firma una parodia del género negro con una pretendida indagación existencial de los trabajadores durante la temporada baja en el Levante

La Florida - Foto de Coral Ortiz
Foto de Coral Ortiz

En gran medida, el cine negro paródico ha triunfado en las últimas décadas infinitamente, mientras el propio género (serio) también ha asumido su parte irónica. Tenemos gansadas tipo Austin Powers, homenajes a 007 como Kingsman o propuestas más lúdicas como el éxito de Puñales por la espalda. El asesinado no nos conmueve. Incluso, en muchas ocasiones, ni aparece el muerto. Queda, en definitiva, como la excusa para que el detective en cuestión demuestre sus dotes intuitivas, para dar con una solución que a todo el mundo se le escapa. En el teatro, casi no hemos tenido oportunidad de disfrutar del género, aunque se llevara a escena hace poco La gota de sangre, de Emilia Pardo Bazán o podamos recordar la Carlota, de Mihura. Me quedo con Perdona si te mato, amor, de Carlota Pérez-Reverte; porque me parece el ejemplo más pertinente para compararla con La Florida, de Víctor Sánchez. Sigue leyendo

La cabeza del dragón

Lucía Miranda sobredimensiona la pequeña farsa infantil de Valle-Inclán para darle un vuelo espectacular

La cabeza del dragón - Foto de Bárbara Sánchez Palomero
Foto de Bárbara Sánchez Palomero

Difícil es pensar que se pueda exprimir escénicamente tanto un texto infantil como La cabeza del dragón; pero Lucía Miranda ha creado un espectáculo maravillante y lo ha dirigido con el respeto justo al autor para ganarse su dosis de libertad. El Teatro María Guerrero se ha llenado de múltiples personajes que aparecen por doquier, ocupando cualquier recodo posible, mucho más allá de la caja escénica, y convirtiendo los palcos en reductos mágicos y grotescos, donde permea el mundo adulto, ese que se esconde en la astucia del autor. No obstante, esa remisión a los que han superado la mayoría de edad y que serán los que ocuparán las butacas en cada función, no son suficientes como para crear un interés superior por un argumento cargado de tópicos, por muy ingeniosos que sean. Es una obra, esta de Valle, que llega hasta donde llega. Sigue leyendo

El misántropo

Carol López y Xus de la Cruz transforman completamente la obra de Menandro para darle una perspectiva feminista

El misántropo - Foto de Jero Morales
Foto de Jero Morales

Podemos volver a la tan traída cuestión de las versiones; puesto que han dejado a la única obra que conservamos completa de Menandro en la raspa. La adaptación de Carol López y Xus de la Cruz es una obra nueva que parte de la inspiración del texto escrito por el dramaturgo griego. La han traído tanto a nuestra época que viene cargada con un discurso feminista que ya resulta repetitivo. Todo ello a través de una crítica a los urbanitas que buscan en el turismo rural una especie de recogimiento arcádico. Además, por supuesto, de incluir el toque gay imprescindible. Dicho esto así, puede parecer una comedia ajustada a lo políticamente correcto, a lo esperado por un público escorado a la izquierda biempensante. Y lo es, qué duda cabe; pero hay que reconocerle mucha inteligencia a la ironía que se introduce en los versos, a los juegos de palabras al más puro estilo Astérix y Obélix («neorruralis», dicen, por ejemplo) y a la capacidad que tienen las responsables de este espectáculo para darle consistencia a un argumento bastante simplón, forzando las interrelaciones de los personajes. Que sí, que es populachera; pero no se debe descartar tan a la ligera como otros montajes festivaleros. Sigue leyendo

La noria invisible

La obra de José Troncoso que se presenta en la sala pequeña del Teatro Español, transcurre en la imaginación de dos quinceañeras de los años 90 a partir de una comedia sin demasiado fundamento

La noria invisible - Susana Martín
Foto de Susana Martín

Esta última obra que nos entrega José Troncoso junto a la compañía La Estampida me parece de una insignificancia pasmosa. Cierto es que las anteriores propuestas del grupo, como La cresta de la ola, Lo nunca visto o Las princesas del Pacífico, tampoco se caracterizaban por contener grandes argumentos; sino que se apoyaban en toda una gestualidad esperpéntica que se repetía sin fin hasta lograr la deformación y la denuncia deseada de alguna realidad social. Pero es que los sesenta y cinco minutos de esta función que se representa en la Sala Margarita Xirgu del Teatro Español no apuestan por nada acuciante, dadas nuestras actuales circunstancias. Y todo ello porque la incursión en el tema propuesto es tan pacata e inocentona, que no llega ni para que nos provoque algún pensamiento evocador de un tiempo no tan lejano.

Por no decir que, encima, ha infantilizado un poco más, si cabe, a unas chicas de colegio concertado, que son de principios de los noventa (no hay más que fijarse en las fotos pegadas en sus carpetas y en el radiocasete), aunque parecen de los años cincuenta (si hacemos caso a los estereotipos y a los relatos de aquella época). Ya quiso Pilar Palomero apuntar con su película Las niñas (tenían once años), que ciertas costumbres empezaban tímidamente a cambiar en algunas escuelas religiosas.

Nuestras protagonistas no tienen doblez, a pesar de que Raquel, la Tetas, fume y demuestre un arranque barriobajero a tener en cuenta. En este sentido, Olga Rodríguez se afana con una impulsividad muy consistente y que hace sostener su papel, aunque sea imposible redondear algo tan plano. Ella ha llegado nueva a la escuela, con todo el enfado que conlleva un traslado; y más, si es por haber sido acosada por habladurías sobre sus sobeteos con el novio. Ha dado a parar al único pupitre libre que es donde nadie quiere sentarse; porque al lado se aposenta Juana, la Gafas. Esta adolescente, poco agraciada, poeta en ciernes, y con la sospecha de que es “bollera”, se expresa en el cuerpo de Belén Ponce de León con gran solvencia y gracia —ella no para de repetir que su vida es la ficción de un «videoclip»—; no obstante, con la inevitable tendencia a la niñería. Es ella quien lleva la voz cantante —de hecho, cantan, y para ello el escenógrafo Alessio Meloni les ha preparada una pista circular propia de una sala de fiestas para que las chavalas discotequeen—, y que arrastra a su nueva y única amiga hacia la zapatería de su padre, un lugar fantástico para soñar con el futuro a partir de los zapatos que se prueban; pero donde ella no querría terminar trabajando.

La trama transcurre lenta entre las imparables repeticiones de estas muchachas que terminan compenetrándose a través del reiterado ensamblaje de la malota y de la bonachona. Ambas quieren tener la última palabra (o el berrido) en sus eternos diálogos trastabillados más propios de niñitas repipis. Luego, se irán a la noria del parque de atracciones, que debe servir (el tópico) como una metáfora de la vida. El destino prescrito e inapelable que marca el camino de cada uno, sin que se den demasiadas oportunidades para el cambio, ya sea sexual o laboral. Una visión muy desencantada y determinista, y diría, que poco certera en cuanto a lo ocurrido a esa generación, quizá la primera vez que verdaderamente pudo obviarse el rumbo establecido.

En cualquier caso, La noria invisible no pasa de cuentecillo con moraleja ramplona, que únicamente satisfará a las almas cándidas y a los acólitos del dramaturgo, acostumbrados a estos espectáculos guiñolescos.

La noria invisible

Dramaturgia y dirección: José Troncoso

Con: Belén Ponce de León y Olga Rodríguez

Diseño de iluminación: Leticia L. Karamazana

Ayudante de iluminación: José Muñoz

Asesoría de escenografía: Alessio Meloni (AAPEE)

Ayudante de escenografía: Iván López-Ortega

Música original: Mariano Marín

Coreografías y movimiento: Luis Santamaría

Ayudante de dirección: José Bustos

Una producción de La Estampida y Teatro Español

Teatro Español (Madrid)

Hasta el 9 de octubre de 2022

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UN EXTRACTO DE ESTE TEXTO FUE PUBLICADO EN LA REVISTA LA LECTURA DE EL MUNDO

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