Ion Iraizoz da una vuelta de tuerca con la autoficción para experimentar sobre sus posibles personalidades dramatúrgicas
Que coincidan ahora mismo dos proyectos teatrales en distintas salas con características e influencias tan parecidas y determinantes, podría ser sospechoso de plagio; pero tal y como discurren algunos subgéneros en la dramaturgia de los últimos tiempos, no parece tan inverosímil que se lleguen a lugares o a pretensiones similares. Es más, no hablamos de algo enteramente innovador, como ya apunté en la crítica de Atraco, paliza y muerte en Agbanäspach, que es la obra con la que existen unas concomitancias casi increíbles. Para empezar, la cuestión metaficcional, con guiones que anticipan los hechos, el teatro dentro del teatro y la presencia directa o alusiva de Marina Abramovich. A todo ello, insisto en la influencia del cineasta Charlie Kaufman. Es más, cuando Ion Iraizoz especifica cómo se pronuncia su nombre y pone de ejemplo a John Malkovich, con intención o sin ella, nos da una pista; porque no puede dejar de recordarnos el filme del susodicho guionista, Cómo ser John Malkovich. Jugar con la idea de una conciencia —una voz en off—, que te dirige como si fueras un titiritero. Pero antes de profundizar en esa idea, es necesario señalar cuál es el marco que plantea este montaje. Y es que el dramaturgo anhela recrear delante de nosotros la celebración que teatralmente realizó sobre su cuarenta cumpleaños. Es decir, el 21 de mayo de 2019 —algunos supondrán inequívocas pulsiones de un géminis— preparó una perfomance en el Teatro del Barrio y ahora nos cuenta, nos medio escenifica y nos ilustra con fotos y vídeos lo ocurrido en aquel evento. ¿Por qué lo hace? ¿Qué tipo de perspectiva desea ejecutar sobre sí mismo? Sigue leyendo