Una imagen interior

El Conde de Torrefiel sigue exprimiendo su concepción de «ultraficción» en otra performance donde prima la banalidad

Una imagen interior - FotoEl empeño contemporáneo del arte por obcecarse con el marco despreciando la obra en sí, regodeándose en la metáfisica con una racanería filosófica patente, hace de los actos ficticios un acontecimiento de maravilla ingenua destinado a los que necesitan que se les recuerde lo indiscutible. Esto de que El Conde de Torrefiel te espute —por escrito, todo por escrito— que estamos donde estamos, es decir, en un teatro, ante una obra de ficción, es la constante del metateatro imparable. Y esa insistencia en los primeros minutos viene a ser la directriz fundamental; porque el resto es vagar como lo hacemos en los lugares que habitamos con una cotidianidad insignificante.

Si nosotros tenemos que adoptar la mirada límpida que pedía Bruno Latour en La vida en el laboratorio; entonces uno ya no sabe qué hace en un teatro. Porque esa perspectiva es filosófica, no artística. A mí me parece que se debe hacer metarrecepción. O sea, el espectador acrítico debería recibir un golpe de gracia divina para despertar y preguntarse si lo obvio es lo obvio y ya está. ¿Por qué ante el mural que elevan al principio unos técnicos y que nos deja ese azaroso mejunje de borratajos no afirmamos ya directamente lo que al final debemos aseverar? Sí, es que, en la coda, como no podía ser de otra forma, los churretones se esparcen al tuntún (dejemos de hacer la comparación con el dripping de Pollock, que el asunto no va por ahí) sobre un grandísimo tapiz blanco, que luego pliegan para provocar la simetría, y, después, despliegan para colgarlo como al inicio —entiendo que ese será el «lienzo» que emplearán en la siguiente función—. Observamos la broma naíf. Este ejercicio lo realizan a diario miles de niños en los colegios y luego salen tan contentos a regalárselo a sus padres. Si algún centro educativo se empeñara también podría soltar un rollo en el patio de 30 metros por 15, y suspenderlo con drones de juguete (ojalá los ciudadanos puedan intuir una paloma de la paz).

A mí me parece que lo más coherente hubiera sido dejar el retablo en blanco para que la élite cultural que se sienta en las butacas pudiera ver las «maravillas» que ahí aparecen y no estrujarse los sesos con alguna descabalada respuesta a un test de Rorschach. Quizás Gisbert-Chanfalla y Beyeler-Chirinos sean unos pícaros y no es que estén a descubrir quiénes son hijos bastardos o judíos conversos, sino a revelar moderneques snobs que siguen sin darse cuenta de que se la están colando.

A los espectadores nos toca leer sobretítulos (no escucharemos a los actores en ningún momento) como si hubiéramos perdido las sinapsis neuronales y hubiéramos alcanzado la tabula rasa, y ahora alguien tuviera que poner nombre a todo eso que ya sabemos cómo se llama: ESCENARIO, ILUMINACIÓN, etc. Leemos lo innecesario a la espera de que podamos hallar algo valioso en esas palabras. La primera estación es el Museo de Historia Natural, donde una copia de algunas pinturas prehistóricas de hace cuarenta y cinco mil años se debe imaginar en el telar antes comentado. No se exprime la idea de copia, ni se va más allá de la contemplación de unos visitantes que, digamos, alguno tiene gracia. Pues uno se dedica a escrutar una publicidad del MediaMarkt (él no es tonto), que prefiere a ese vestigio que tiene delante. Todo un futurista. Diríamos que un iPhone «rugiente» es más «hermoso» que unos bisontes rupestres.

Adentrarse en el supermercado a que no pase nada relevante y la performance se reduzca al azul plasticoso o al naranja en unos territorios de banalidad cavernosa, donde los individuos que allí pululan poco actúan, más bien están, ni siquiera a la espera de algo en el bailecito inesforzado, ralentizado, con la electrónica atronadora que llega al punto previo a la molestia. Uno se pregunta ciertamente qué hace ahí ante tanta evidencia.

Lo que no parece muy apropiado en El Conde de Torrefiel es emplear el término de «ultraficción», como una especie de concepto inventado, cuando, en realidad, únicamente se mantienen en el palimpsesto de Gérard Genette, explotado por Barthes o Baudrillard. Tampoco esto es el Ultrashow, de Noguera, o el ultrarracionalismo, de Homo Velamine. Es insistir en las coordenadas ya manidas de la metaficción a las puertas del metaverso huidizo. Volveremos a la duda metódica cartesiana con babosos balbuceos.

Solo puedo entender este montaje desde la distancia irónica. Asumiendo el absurdo de lo que ocurre delante de mis ojos y, sobre todo, de aquello que no ocurre y que no podría ocurrir, pues en el tapiz no se muestra el mínimo andamiaje conceptual ante el que pudiéramos ofrecer nuestra exégesis.

Tanay Beyeler y Pablo Gisbert viven de todos esos filósofos y filósofas que afirman leer (y que nos lanzan para no sé qué, con gratuidad manifiesta), sin profundizar en nada potente, soltando respuestas vagarosas a preguntas inanes. Es el mundo de capillita no ya para los entendidos, de esta deshumanización de no se sabe qué humanidad previa —como afirmaba Ortega—, sino para los que tienen fe en la epifanía que realmente no llega. Muchedumbre de butacas que no se atreve a afirmar que en el retablo no hay nada.

Una imagen interior

Idea y creación: El Conde de Torrefiel en colaboración con los intérpretes

Dirección dramaturgia: Tanya Beyeler y Pablo Gisbert

Texto: Pablo Gisbert y Tanya Beyeler

Performers: Gloria March Chulvi, Julian Hackenberg, Mauro Molina, David Mallols, Anaïs Doménech y Carmen Collado

Diseño de luces: Manoly Rubio García

Escenografía: Maria Alejandre y Estel Cristià

Esculturas: Mireia Donat Melús

Robótica: José Brotons Plà

Espacio escénico y vestuario: Maria Alejandre y Estel Cristià

Diseño de sonido: Rebecca Praga y Uriel Ireland

Dirección y coordinación técnica: Isaac Torres

Técnicos en gira: Roberto Baldinelli, Uriel Ireland, Guillem Bonfill

Producción: Uli Vandenberghe

Administración: Mireia Donat

Producción ejecutiva: Cielo Drive SL

Distribución: Alessandra Simeoni

Con la ayuda a la producción de ICEC – Generalitat de Catalunya Co-producción Wiener Festwochen (Viena) Festival d’Avignon Kunstenfestivaldesarts (Brussels) Centro Cultural Conde Duque (Madrid) Festival GREC (Barcelona) Festival delle colline torinesi (Torino) Grütli – centre de diffusion et production des arts vivants (Génève) Points communs – Nouvelle scène national de Cergy-Pointoise-Val d’Oise Festival d’Automne (Paris).

Con el apoyo de: Teatre el Musical, Valencia Centro Párraga, Murcia.

Centro Conde Duque (Madrid)

Hasta el 19 de marzo de 2023

Calificación:

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Quién mató a mi padre

Édouard Louis se pone a las órdenes de Thomas Ostermeier para insistir sobre su vida autoficcionada en un espectáculo manido

Quién mató a mi padre - Foto de Jean Louis Fernandez
Foto de Jean Louis Fernandez

Hace poco más de un año presentaba La Joven en el Teatro de La Abadía su versión sobre la exitosa novela autobiográfica Para matar a Eddy Bellegueule, de Édouard Louis. El proyecto ha continuado girando en los últimos meses y muchos jóvenes han asistido a diferentes representaciones. En ese espectáculo se nos detallaba —así aparece en el libro— la difícil adolescencia del escritor en una zona postindustrial y depauperada de Francia. En esas circunstancias de paro y de alcoholismo, su latente homosexualidad era una diana indeleble para toda esa sociedad repleta de cafres e insolentes. Toda esa agresividad aparecía en el instituto; pero también dentro de su casa. A partir de esa obra ya se nos había dado cuenta, en gran medida, de la relación que tenía con su padre. Uno ya se hacía a la idea de cómo era vivir con un hombre que no tenía nada más que hacer que estar sentado en el sofá frente al televisor o con los amigotes bebiendo. Sigue leyendo

Barbados en 2022

Pablo Remón ha decidido reescribir su obra de 2017 para intentar revitalizar un texto que discurre en mero descubrimiento de las palabras

Barbados en 2022 - Vanessa Rabade
Foto de Vanessa Rabade

Como nos viene a demostrar Pablo Remón, aquella propuesta que presentó en el 2017 en el ambigú del Teatro Pavón Kamikaze, titulada Barbados, etcétera, favorece, no solo una revisión, sino una plena reconstrucción; pues supone un artefacto que se fagocita mientras crece ad infinitum en un éter de vacuidad. En el fondo, aunque no sea estrictamente la misma obra, no hay gran diferencia, pues el mecanismo sigue funcionando igual; siquiera se da una estilización que nos aleja de la genuina pulsión metateatral que poseía aquella. Aquí, en el Condeduque todo parece más alejado; pero también más masificado, pues la escenografía de Monica Boromello nos remite al caos desde el que propenden esos humanoides que se presentan delante de nosotros: la caja escénica es ocupada por la ruina, con los focos por el suelo, arenilla, humo, escombro; excepto, por una elipse para la acción coronada por una gran luminaria que los sitúa en una especie de planetario que nos induce a pensar en una galaxia desconocida. Sigue leyendo

Explore el jardín de los Cárpatos

El tercer espectáculo de José y sus Hermanas explora la historia de nuestro turismo a través de un collage satírico muy elocuente

Explore el Jardín de los Cárpatos - FotoDebía comprobar si a la tercera oportunidad la compañía José y sus Hermanas había alcanzado esa supuesta categoría de enfant terribles, con la que fueron anunciados con su primer proyecto: Los bancos regalan sandwicheras y chorizos. Luego llegaría Arma de construcción masiva y, ahora, diría que se superan con esta nueva pieza y que van puliendo su estilo, tan deudo de gente como Rodrigo García y su verborrea de crítica social ironizante. Pero siguen muy empeñados en derivar de Franco nuestros últimos cuarenta y siete años. Y sí, de aquellos barros algunos de nuestros lodos; aunque me parece un tanto grueso finalizar el espectáculo volviendo a mentar a la bicha. Al menos no han sido tan machacones como en otras ocasiones. Sigue leyendo

Hacer noche

Bárbara Bañuelos continúa su andadura por el teatro performativo y autoficcional para descubrirse a través de un paciente con diagnóstico siquiátrico

Hacer noche - FotoBárbara Bañuelos (aka Bárbara Fournier) nos convoca de nuevo para seguir hablando de ella desde el sentido de culpa propio de una pecadora posmoderna. Una continuación de su Mi padre no era un famoso escritor ruso tomando como «chivo expiatorio» a un tipo que podría ser bastante sugerente, como uno de esos individuos tan invisibles y marginales que nos rozan a diario o que hormiguean en la ciudad con nocturnidad, pero sin alevosía. No obstante, insisto en que aquí hemos venido a hablar otra vez de Bárbara Bañuelos. Es lo que ocurre cuando se traslada a la escena esa pantomima televisiva donde las entrevistas, en pos de la amabilidad que tanto requerimos para las estrellas y los famosos, se trasforman en «conversaciones». Por eso, Risto Mejide, Mercedes Milá, Pablo Motos o Sánchez Dragó llevan decenios autoentrevistándose a través de otros. Ya saben, para darle confianza al protagonista, el entrevistador cuenta algo de su vida. En Hacer noche, la artista nos vuelve a dar pinceladas de su vida con ese candor dubitativo repleto de bonhomía que la caracteriza. Sigue leyendo

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Milo Rau vuelve a percutir con la polémica al llevar a escena un injustificable suicidio grupal de una familia de clase media

Familie - FotoMe viene ipso facto El séptimo continente de Michael Haneke. Esta es una película de 1989 y el desenlace y el misterio resultan muy similares a lo que Milo Rau pretende exponernos. O sea, trasladar a escena un paralelo simulado (esto es importante) de aquel suicido grupal que cometió la familia Demeester en Calais allá por el verano de 2007. «Normales» se afirma que eran. La pregunta, entonces, que me interesa responder es: ¿tiene nuestro dramaturgo una historia que contarnos o apenas cuenta con un hecho inexplicable? No querer saber o no poder saber o no poder desentrañar esta estupefacción no quiere decir que no podamos intuir, aunque sea atisbándolo, el sentido de la autodestrucción. En primera instancia, la fuerza del compromiso, que tan potente es en las sectas que se «despeñan» en los suicidios colectivos de hálito trascendente. Algo parecido se puede aseverar de los terroristas suicidas (la incapacidad para decirle «no» al grupo es apabullante) o como en esas reuniones de jóvenes japoneses que hacen quedadas mortales en coches asfixiantes. Sigue leyendo

Imprenteros

Lorena Vega autoficciona en el Centro Condeduque la vida de su padre, un impresor, en un espectáculo nimio

Imprenteros - Foto¿A quién le puede interesar la historia de una imprenta de Buenos Aires? A muchos, si eso implicara, simbólicamente, hablar, por ejemplo, de las fases de la revolución industrial, de los mecanismos de automatización, etc. O, quizás, supusiera universalizar las rupturas que acontecen en las sagas vinculadas a un negocio familiar y cómo las generaciones deben hacerse cargo de situaciones muy diversas. Bien, pues nada de esto —al menos de una forma plenamente desarrollada— transcurre en esta obra. Sobre las tablas no ocurre nada que me parezca interesante, nada que justifique una obra de teatro, y menos, con ese despliegue de personal. La anécdota —por llamarla de alguna manera— le compete a su autora; pero no entiendo cómo nos puede afectar o conmover a los demás si no nos permite ir un poco más allá del recuerdo de unas vivencias un tanto anodinas y corrientes. A lo mejor ya está bien de forzar la mirada de esos espectadores tan afanados, tan festivaleros, que se pirran por lo que viene de fuera o por aquello a lo que se le otorga un aura que no merece. Porque hablamos de un estilo teatral que se desgasta por momentos. Sigue leyendo

Un cine arde y diez personas arden

La compañía Grumelot, con el lenguaje del teatro contemporáneo, traza un montaje sobre el sentido de la vida

Foto de Álvaro López

Cachivache postdramático de Pablo Gisbert. Panoplia de elementos en juego y la concreción de un concepto de importancia para su desarrollo. El carpe diem. Recurrir al memento mori (recuerda que vas a morir o recuerda morir) para cuestionar el atiborre de las cosas vanas que sustentan nuestra existencia endeble. Vanidad en el consumismo, y en ahogarse en un vaso de agua, y en la finura de esas epidermis de los niños hiperprotegidos. El espectáculo pandea entre las atribuciones complejas que remiten a la filosofía y a la religión, y las chorradas posmodernas que suelen llenar estos montajes para laminar la trascendencia, el posible aburrimiento y para epatar como creador de vanguardia. Los muchachos se quieren divertir y uno aguanta mientras el discurso no redunde en la banalidad. Lo cierto es que se pueden sacar conclusiones importantes y útiles para nuestro actual y absurdo modo de vida. Los espectadores nos colocamos en el escenario mirando a la grada, donde aguardan, sentados en sus butacas, los nueve intervinientes, quienes, a su vez, están viendo una película (nosotros también vemos una pantalla donde se nos lanzarán mensajes y en la que veremos imágenes de algunos exitosos films como Parque Jurásico). Sigue leyendo