Principiantes

El mundo de Raymond Carver se vivifica en una atmósfera taciturna para cuestionar el concepto de amor

Retrato por el Fotografo Pablo Lorente
Foto de Pablo Lorente

Entiendo que la apuesta va directa a la ambientación en su sentido más amplio en la dramaturgia. Crear una atmósfera trazada por la iluminación de Valentín Álvarez, quien confía en la frialdad melancólica del anochecer, en el fustigamiento silencioso de la violencia soterrada con los azules y algunos rojos que se cuelan en las evocaciones. Destinar la función, digo, a una respiración elíptica, no al modo de Chéjov (las influencias son consabidas), pues este da un oxígeno a los personajes que les permiten entoñar su runrún emocional en una cotidianidad mundana. En Carver, los individuos son evocados por la pulsión existencialista, por el sin sentido de la sociedad de consumo americana en los años setenta, por esa zozobra del fracaso recurrente cuando, en realidad, se vive cómodamente. Beatriz San Juan concita a esos seres alrededor de una mesa, delante de los paisajes que se plasman en una gran pantalla y que Miquel Àngel Raió ha ideado. Estados Unidos es un país despoblado, en general, y el narcisismo de la clase burguesa hace tiempo que configuró la lejanía y el distanciamiento familiar. El desencanto se potencia con una banda sonora taciturna, con Joe Cocker y su «You’re so beautiful» a la cabeza o el «Creep», de Radiohead. El problema aquí radica en la estructura que ha pergeñado Cavestany, tipo inteligente donde los haya. Es decir, hasta qué punto la enhebración de varios relatos no transgrede el minimalismo del escritor estadounidense. Si se toma «De qué hablamos cuando hablamos de amor», como cuento en sí, pero, además, como marco discursivo en el que se incluyen otras historias; pareciera que se quiere funcionar como una especie de Decamerón (recordemos aquellos Cuentos de la peste, que preparó Vargas Llosa) o los propios Desengaños amorosos, de María de Zayas y Sotomayor. También allí el debate sobre el amor. Mutatis mutandis, evidentemente. Pero la austeridad se cancela una vez los personajes amenizan la melopea con historias que atenazan la moral esperable. Por otra parte, se puede valorar positivamente el prólogo, pues redunda en esa búsqueda de la ambientación que el espectador debe acoger con rapidez. La pieza «Una cosa más» despliega la violencia latente en un intercambio ahíto de ignorancia («El cáncer empieza en el cerebro») que puede pillar al público desencajado. El barullo es un vector que permanece en toda la función. Luego, una vez entramos en la trama principal, es inevitable que nos situemos en el tópico de las comedias de parejas, esas donde se establece una lucha envidiosa de estatus socioeconómicos y morales. Sobre todo, pienso en una, Demonios (1984), de Lars Norén; porque marca una manera de penetración en los protagonistas que aquí, en Principiantes, se echa de menos. Y es que los límites son varios, y estos terminan por constreñir la propuesta en exceso. Uno es el alcohol, que bien suelta la lengua, los cuerpos y los pruritos éticos; no obstante, también acaba por tumbar a cualquiera en su ridiculez. Otro es la descompensación de los papeles. Diría que realmente completo y complejo solo hay uno. O quizás es que su intérprete se crece tanto en las tablas que deja al resto demediados. Muchos espectadores han conocido a Javier Gutiérrez por sus éxitos cinematográficos y televisivos; pero es un actor genuino forjado en el teatro (véase, en los últimos tiempos, ¿Quién es el Señor Schmitt? o Los Mácbez). Logra una cadencia en sus frases agolpada por una agresividad a flor de piel y una suficiencia propia de quien está comenzando a estar de vuelta. Mel es un cirujano que atesora unas cuantas historias que irá soltando a lo largo de la velada, para retratarse en su cinismo. Ya sea sobre el exmarido de su mujer o sobre aquel día que fueron a pescar unos colegas y se encontraron con un muerto, para después mirar para otro lado no fuera que su fin de semana se estropeara (relato que recuerda vivamente a Turistas, que hace poco dirigió Álvaro Lavín). Pero el cuento que más sobrecoge —principalmente porque el intérprete alcanza una gran compunción que lo vuelve a humanizar— es aquel donde se da cuenta del accidente de dos ancianos. Insisto en que todo va destinado a una atmósfera de cierta sordidez, de decadencia y desesperanza por una vida anodina o poco sugerente. De esta manera, la pareja de invitados, con unos cuantos años menos que sus anfitriones, atisban su futuro; cuando los efluvios de su enamoramiento se hayan desvanecido. Daniel Pérez Prada se trae al personaje que interpretó en El amante, de Harold Pinter. Aquí lo vemos intentando mantener el tipo frente a un individuo que lo va sometiendo desde distintos frentes hasta dejarlo, si no inerme, sí consciente de su falta de apostura. Su novia es encarnada por Vicky Luengo, una actriz excelente, segura y siempre con un ímpetu a flor de piel. Domina la frase rápida y en escena nos deja un destello de lo que podría ser un despertar elocuente sobre su inmadurez e inexperiencia. Se deja querer tímidamente por Mel; aunque nada más nos imaginamos una figura posible del destino. Finalmente, Mónica Regueiro se queda con un carácter que podría dar más de sí; pero creo que no llega a explorar más su potencial, puesto que sondea la idea de mujer maltratada que justifica lo injustificable. Sí es verdad que ella lanza las cuitas más heladoras sobre la violencia en su familia. Contamos con silencios que se recrudecen con el caos; no obstante, también escuchamos algunos diálogos dirigidos con mucha pericia por Andrés Lima, para perfilar el tema del amor en sus múltiples variedades. No es cuestión de crear un debate, sino de poner en tela juicio el arrastre emocional. Y sí, se logra una atmósfera; pero no se va más allá todo lo que debiera.

 

Principiantes

De qué hablamos cuando hablamos de amor

Autor: Raymond Carver

Dirección: Andrés Lima

Adaptación: Juan Cavestany

Intérpretes: Javier Gutiérrez, Mónica Regueiro, Daniel Pérez Prada y Vicky Luengo

Ayudante de dirección: Laura Ortega

Diseño de escenografía / vestuario: Beatriz San Juan

Diseño de iluminación: Valentín Álvarez

Diseño videocreación: Miquel Àngel Raió

Composición musical: Jaume Manresa

Fotografía: Sergio Parra

Diseño gráfico: Rubén Salgueiros

Prensa: María Díaz

Dirección y coordinación técnica: Toca S.L.

Producción/administración: Andrea Quevedo

Producción ejecutiva: Ana Guarnizo

Diseño y dirección de producción: Mónica Regueiro/ Carles Roca

Distribución: Charo Fernández

Coproducción: Teatros del Canal, ProduccionesOff, Vania y Carallada.

Teatros del Canal (Madrid)

Hasta el 5 de febrero de 2022

Calificación: ♦♦♦

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2 comentarios en “Principiantes

  1. Muchas gracias por otra apreciable crítica. Lo que más me ha gustado, aparte de la gran interpretación de Gutierrez, con ese impresionante diálogo a flor de piel, a propósito del accidente de los ancianos, y de Vicky Luengo, con su momento Beatiful, un tanto ñoño pero efectivo, ha sido el sabor Carver que impregna el libreto, el ambiente, el decorado, ese espacio para la evocación que es el escenario natural del relato o cuento; a mi si me ha gustado como Cavestany enhebra diversas historias y las incardina en la lógica existencial y sentimental del libreto. Y Creep para acabar es un placer culpable.

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