Marina Seresesky firma este cuento evangelizador protagonizado por Chani Martín y Pepa Zaragoza en el Teatro Fernán Gómez
Cuando Javier Fesser presentó sus Historias lamentables en 2020 pudo seguir desarrollando esa vetas absurdistas y kafkianas que resultaban tan inverosímiles como catastróficamente posibles en un mundo donde hay gente «pa to». En dicha película, aparecía Chani Martín interpretando a un disciplinado turista de esos que madrugan para coger primera línea de playa —probablemente uno de esos sujetos que se quejarían a diario por tener que levantarse tan temprano para ir a trabajar—, vestido con el uniforme de playero y con algunas características que hallamos también en este Braulio de la pieza que nos compete. Sería como contemplar primero en pantalla grande al metódico espécimen bandeado por la mala suerte; y después observarlo engrandecido frente a una esposa permanentemente infravalorada. Estos personajes parece que han viajado en el tiempo desde los años 60, procedentes de aquellas cintas como El turismo es un gran invento (1968), de Pedro Lazaga, y nuestro protagonista le estuviera haciendo un homenaje a José Luis López Vázquez. Mari Carmen y su penoso marido aterrizan con su caravana en una cala donde está prohibido aparcar, para pasar sus «únicos» catorce días de vacaciones y aprovechar así para celebrar el aniversario de un matrimonio que se sostiene en la caótica cotidianidad de un «ni contigo ni sin ti». La comicidad que destila el montaje sirve por contraste con un tipo de individuos que creemos (o confiamos) desaparecidos o en vías de extinción. Al menos en el cavernicolismo que destilan, por la simpleza que manifiestan, por el paletismo rancio y esperpéntico. Desde luego, por el prurito de aparentar, de alguna manera, todos estamos en ello. Reconozcamos que millones de españoles han sido engañados durante los últimos setenta años por unos británicos y suecos ignorantes, que nos han convencido de que ir a la playa, con su arena, con su mar salada, sus olas, sus medusas y sus algas, con gente mostrando lo que la ropa escondía con honor, con los niños y sus cubos con rastrillos, con el pringue de las cremas y de los bocatas de pimientos, y es algo paradisiaco, o sea, placentero y desestresante. El timo del siglo. Nuestra pareja está en eso. Principalmente, Braulio, que tiene la imperiosa necesidad de superar a su compañero de trabajo, su vara de medir. Su pulsional envidia y su motor vital solo buscan ascender para ser reconocido, para ganar más; aunque eso implique, por ejemplo, no tener hijos (que es lo que anhelaba su parienta). Lo que hace Chani Martín es una construcción de personaje ajustada al estereotipo landista (and company); pero aderezado con nuestras modernas incongruencias y estupideces. Es decir, ver a un tío patético que muestra su desconocimiento del mundo a cada segundo y que, encima, cree que su insigne inteligencia se ha desperdiciado para el planeta, buscando el selfie para darle en los morros a su compañero, es el icono de nuestros días. Por lo tanto, una interpretación magnífica. Lo cierto es que el equilibrio que se logra en el texto al otorgarle a cada personaje una función preponderante, ya sea en la primera mitad o en la segunda, es digno de mención. Puesto que Pepa Zaragoza se mueve como un muelle, rezonga, pero concede; se enfurruña, aunque acaba dándole la razón al zoquete de su marido, básicamente porque ella se siente menos, pues trabaja en un colegio; pero de cocinera, y las enseñanzas no se pegan. La actriz agarra su papel con la gracia de ir encontrando la humanidad, la empatía, que su esposo le ha obligado a soterrar. A mí todo el despliegue inicial y subsiguiente me parece encantador, chispeante y hasta definitorio de la imbecilidad de los últimos tiempos. Se puede confundir con el costumbrismo, no obstante, posee sagaces características de expresionismo degradante, evidenciado en múltiples hechos, desde la angustiosa falta de cobertura a que la señal de la televisión sea inexistente (horror) y les toque ingeniárselas para seguir manteniendo las apariencias: jugar a las palas, hacer gimnasia o, sencillamente, ajustarse al menú que la señora ha dejado por escrito antes de emprender el viaje, para eso es cocinera y solo cocinera, con sus únicos catorce días. La rutina, la repetición, el hacer lo que no se quiere (ella preferiría irse al pueblo de su madre) solo por imitar a los demás. La lucha de los advenedizos por elevarse en la escala de las microclases. Todo esto funciona y más si viene potenciado por un espacio escénico muy coherente que ha ingeniado Vanesa Hernández Trigueros. No es ya que haya montado en la sala pequeña del Fernán Gómez una caravana, es que encontramos unos detalles muy significativos, como son la oxidación de las sillas plegables y la putrefacción de la típica nevera con tapa azul. Esa es la textura que imprime la cochambre moral. El hecho que propicia el conflicto es la aparición de un cuerpo, de un negro, no, de una mujer negra, empujada por el mar, muerta. Un cuerpo muerto. ¿De verdad una negra muerta les va a arruinar las vacaciones? La inspiración de la dramaturga está en aquella inapelable (o apelable, como bien hizo Arcadi Espada, poniendo el foco en el foco del propio fotoperiodista) foto de Javier Bauluz, que le permitió documentar «la indiferencia de Occidente». Y, en cierta medida, la obra se escora hacia esta idea. Lo que ocurre es que los protagonistas han creado tal atmósfera de mequetrefismo que ni siquiera pienso ni en xenofobia, ni en racismo, ni siquiera en inhumanidad; porque esos individuos están tan vacíos que dan pena. Luego, claro, cuando pretenden mantener su postura, uno ya acepta su degradación. El humor termina por desvanecerse, María José cree escuchar la voz del espíritu de Amina (la chica ahogada), y ya Turistas adquiere esa anticuada visión evangelizadora por la cual Dios (más bien Yahvé) muestra su poder justiciero. No hay más que ver rezar a nuestra cocinillas, que ni atina al santiguarse. En este sentido, me parece que se busca la moralina de una manera un tanto tramposa, quizás también como la propia foto, buscando un efectismo, y queriendo asimilar a unos tipos extremadamente torpes y cazurros —por mucho que ella esté a punto de la redención moral— con el desprecio al inmigrante que se juega la vida en una patera por parte de toda la sociedad. Esto no quita para que esta breve obra posea en conjunto valores dramatúrgicos notables, que, en gran medida, siguen una línea de trabajo que ya se pudo observar en aquella peculiar QFWFQ, que adaptaba las Cosmicómicas de Italo Calvino.
Texto: Marina Seresesky
Dirección: Álvaro Lavín
Interpretación: Chani Martín y Pepa Zaragoza
Diseño de iluminación: Luis Perdiguero (A.A.I.-DiiVANT)
Música original y espacio sonoro: Alberto Granados
Diseño de espacio escénico: Vanesa Hernández Trigueros (DiiVANT)
Vestuario: Guadalupe Valero
Ayudante de dirección y regiduría: Iván Villanueva
Producción: Meridional Producciones
Teatro Fernán Gómez (Madrid)
Hasta el 10 de octubre de 2021
Calificación: ♦♦♦
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